“Con tanto inglé que tú sabía, /Bito Manué, /con tanto inglé, no sabe ahora /desí ye” Nicolás Guillén, Motivos de son, 1930
En
este tiempo de turbulencias políticas, nunca antes el oficio del traductor,
había quedado tan cuestionado o se había mostrado tan sutilmente peligroso. Si
bien la traducción muestra procesos de
libre recepción del documento que se desea pasar de un idioma a otro, en casos
de tensión política, los mensajes que este contiene se resuelven en la
manipulación de lo escrito, traicionan en un nivel la fidelidad del texto
alterando el sentido de lo traducible. La transferencia del mensaje se
relativiza, y sobre la carga original del texto se construyen otros sentidos
que intentan producir un efecto nuevo la más de las veces interesados. Hay
errores de traducción que generan acontecimientos.
La
Orden Ejecutiva de Barack Obama dirigida a Venezuela (Blocking Property and
Suspending Entry of Certain Persons Contributing to the Situation in
Venezuela), ha sido objeto de polémicas. Por un lado, el gobierno de Venezuela
en un acto de confusión comunicativa, desplaza un problema sobre derechos
humanos, redes de corrupción, persecución y censura, autorización para “el uso
progresivo y diferenciado de la fuerza” por parte de los cuerpos de seguridad
del Estado, con el consiguiente deterioro de las libertades, crisis económica y
moral, una nueva ley habilitante, y un cuerpo de resoluciones y creación de un
cuerpo legal para allanar el camino al Estado de Excepción, a un acto de
“movilización antiimperialista” para proteger la Patria.
Por el otro, y como
expresión de las paradojas, llama la atención la alineación entre oficialistas
y parte de los opositores con respecto a un documento que consideran
“inaceptable”. Como adelanta Jorge Castañeda, la sanción de los EEUU de
cancelar visas y bloquear cuentas,
“…para las élites venezolanas —viejas oligarquías o nuevas
boliburguesías— es abominable y el peor de los mundos posibles: no poder ir a
Miami de compras por el día”. Su corolario es el reciente Acuerdo del Consejo Nacional de Universidades (CNU)
en el que rechazan la Orden de Obama porque “lesiona gravemente la soberanía de
la nación”, el documento apelando a la ideología bolivariana afirma que “la
República Bolivariana de Venezuela es un Estado democrático soberano,
independiente y es un territorio de paz”.
Si
nos detenemos en el sentido que la denuncia construye; según el CNU, Venezuela
es un paraíso democrático, es un “territorio de paz”, y los aprox. 24900
muertos por homicidio del año pasado son naturales, el SEBIN no persigue, no
hay grupos violentos de civiles armados que se dirigen contra las
manifestaciones estudiantiles, y las
últimas cinco resoluciones y decretos emitidos por el gobierno que coartan y
coaccionan toda acción de disentimiento y protesta no conducen a un Estado de
Excepción amparado por la lógica militar, tampoco hay crisis económica, largas
colas y no hay corrupción. El acuerdo universitario en su aparente ingenuidad
niega todo esto, es más, no aparece señalado algún problema de los
anteriormente descritos y todo se arropa tras el concepto de soberanía y de
emotividad de la comunidad imaginada que deja el campo abierto al juego
perverso de la construcción del enemigo externo e interno.
Este
escenario compartido entre élites, se complementa con los países
“hispanoamericanos”. Con claros intereses energéticos sobre el petróleo
venezolano y la existencia de un mercado
venezolano dependiente que solo sirve, para colocar sus mercancías en un trato
desigual, estos países en nombre de un extraño antiimperialismo, se arropan con
un “traje invisible” y reclaman
“solidaridad con una Venezuela agredida” exigiendo al “ogro del norte” respeto
y acuerdo en una mesa de diálogo. ¿Qué tanto temen? ¿Qué es lo que temen? ¿Qué
sentimiento y qué emoción une a la ceguera intelectual con un antiimperialismo
mal entendido? Y más allá para equilibrar el punto de tensión, ¿Por qué los
EEUU en medio de ésta situación no son creíbles como tampoco lo son las élites
que se le oponen?
Por
debajo de este magma de emotividad y de actitudes, de relativismos
prefabricados, el oficio del crítico, el oficio de la denuncia, y el ejercicio
de poner bajo sospecha “el documento” y la opinión de los políticos y sus
politiquerías con sus arengas de movilización total, emerge como un acto de
desobediencia activa y exige considerar el texto y el contexto que da sentido
al conflicto. “Bito Manué” no sólo no sabes decir “yes or not”; también te
olvidaste de leer el texto en inglés.
Así
pues, un nivel es el oficio del
traductor primario que corresponde a Bitó Manué, sujeto del célebre poema de
Nicolás Guillén y su imposibilidad de “desí ye”, es decir de traducir
correctamente las cosas; y otro el oficio de la crítica como exigencia de
traducción que corresponde a la responsabilidad del intelectual y sus
obligaciones en medio de tensiones de poder que suponen una distancia
interpretativa y una lectura clara de lo que un documento dice.
1-
El imperialismo, el nacionalismo y la modernidad como traumas y acontecimientos que configuran la
historia de Hispanoamérica.
El
imperialismo, el nacionalismo y la modernidad configuran una tríada traumática
de un imaginario hispanoamericano que envuelve un miedo y una resistencia al
cambio, o también suponen una ilusión excesivamente ingenua con respecto a un
futuro deseable que sólo los decretos pueden impulsar. Esta tríada se expresa
en los siguientes aspectos:
a)
La pulsión de muerte vinculada con una ideología nacional poblada de
“mártires”. Así tenemos mártires de variada tipología: los de la independencia,
los de la democracia, la guerrilla y las revoluciones, sean estas progresistas
o destructivas. Su correlato en el plano del lenguaje lo configuran frases
tales como: “patria, socialismo o muerte”; estas funcionan como un dispositivo
de fervor patriótico de difícil explicación racional, fijan y transmiten
mensajes que permanecen de forma latente hasta que se activan por determinados
acontecimientos, entre ellos la emergencia del fenómeno nacionalista que se
juega como defensa de la Patria.
b)
La apelación a un pasado de relaciones conflictivas y afinidades electivas cuya
presencia a pesar de todo acto de prestidigitación histórica de las modas, se transforma en una herida abierta de
carácter traumático que circula culturalmente y determina en cierto modo las
nuevas relaciones que las interacciones con los imperios (EEUU, China y Rusia)
en la era de la globalización impulsan. La fuerza del trauma se constituye en
límite y en posibilidad de comunicación alterando relaciones y distorsionando
mensajes.
c)
La relación contradictoria y ambivalente con la idea de modernidad, sus
modelos y su desorientación temporal y
espacial se transforma en un acontecimiento que pone en cuestión la relación
entre el desarrollo y el subdesarrollo. Pareciera que no se pudiese escapar del
dominio de memorias dolorosas, y de que la acción espacial de la activación
económica se ponga de espaldas a los flujos del capital y las exigencias que en
materia de vida digna debe exigírsele a estos flujos y a sus actores. La
supresión de la dialéctica entre dominador y dominado, entre hegemónicos y
subalternos, países desarrollados o subdesarrollados; no pasa por el
aislamiento, tampoco se gobierna por la arbitrariedad, pasa en estos tiempos,
por una revisión de las posibilidades y un diseño de un nuevo orden de
relaciones internacionales más claro en la consideración de las dinámicas
interactivas entre los flujos de la
cultura global y los lugares. En este contexto, el acontecimiento se constituye
en la tensa relación entre imperio y nación como herida emocional, es proceso
pero también es construcción de sentidos. Ciertos hechos se constituyen en un
archivo cuya presencia en el campo de la memoria es difícil de disipar mediante
operaciones racionales evidentes. Su presencia como un proceso no acabado puede
servir por el contrario de aglutinante en las disputas por imponer razones.
La
noción de acontecimiento y la de trauma, permiten acceder a lo que no es
evidente, es decir a lo que se oculta tras el texto primario cargado de
emotividad entre las partes en conflicto: “el imperio amenazado”, o la “patria
amenazada”; o la apelación a “una fuerza externa que nos salve” o el afán
“salvacionista de una pretendida soberanía en peligro”. El acceso a ese espacio
de lo latente, permite establecer un orden lógico al contexto de las tensiones
que gobiernan las disputas de poder por el control de espacios locales que se
enlazan como la escala global.
Tal
vez, y si guardamos distancia con la capacidad constructora de mitos de la
historia, y nos situamos al frente de ella, en su otra cara, la producción de
conocimiento crítico, puede visualizar una idea sobre la temporalidad que
gobierna nuestras representaciones e imaginarios. Como señala Francois Hartog,
de la organización del tiempo y de nuestra experiencia temporal (pasado,
presente y futuro), se derivan modos de relación. El predominio de alguno de
los tiempos hace que unos tipos de historias sean posibles: historia como
pasado, como futuro o como presente o simplemente “presentismo”.
No
obstante, qué cualidad posee esa relación de historicidad: nostalgia,
indiferencia postergación, cierre o apertura de horizontes de expectativas.
En
este sentido, hacerse una idea de la relación temporal que vivimos en Venezuela
es clave, nuestro régimen de historicidad parece gobernado por una mezcla de
tiempos cuya explicación, por el momento, solo podemos vincular a una crisis
del presente vivido y de sus modos de relacionarse con el pasado y con el
futuro. En este campo abierto lleno de incertidumbres el oficio del crítico
tradicional luce afectado y exige otras formas de atención.
Es
así como el presente que se construye en Venezuela pretende apoyarse en el mito
antiimperialista de nuestra historia, un presente que además, está marcado por
el acontecimiento de la Revolución socialista. También la nordofobia
hispanoamericana que nos viene del pasado se hace actual en medio de un mercado
nacional trastocado por un mercado dolarizado clandestinamente, un producto de
la dictadura sobre las necesidades y un cálculo que hipoteca el futuro como
estrategia de dominación y subalternización de la ciudadanía sumida en la
inmediatez de una vida cotidiana en crisis.
Este
presente que tensiona memoria y expectativa, cierra todo horizonte de libertades
y somete a la historia a una irreversible marcha hacia un socialismo de tipo
castrista con un maquillaje místico de la ideología chavista del “árbol de las
cuatro raíces” como se definió ideológicamente la representación del socialismo
del siglo XXI luego del Congreso del PSUV en Julio de 2014.
[Vid.
EL 31 BRUMARIO, el III congreso del psuv: actores en crisis y empoderamiento
del ejecutivo, disponible en:
http://elrepublicanoliberal.blogspot.mx/2014/08/luis-manuel-cuevas-quintero-el-31.html]
El
discurso activado entre las masas de adeptos, supone una vida unidimensional,
cuyo dominio en el imaginario socialista remite a una sociedad de iguales, un
claro mensaje para el mercadeo pseudo izquierdista de intelectuales de turno,
pero cuya realidad política contrariamente transforma la libertad como
horizonte cancelando su visión “progresista”. Todo transcurre en medio de una
opacidad reptante del despotismo y de la autocracia encarnada en un líder
carismático; sólo que el líder ya no está, se ha vuelto símbolo y parte de un
“culto” político, lo que agrava la emergencia de una violencia “revolucionaria”
que, fundamentada en el pasado nostálgico de las guerras y las pulsiones de
muerte, crea la atmosfera de temor de un país que va hacia un abismo. En este contexto
de imágenes de caos y salvación, el fantasma del pasado presiona aún el cerebro
de los vivos como diría Marx, sólo que los fantasmas del pasado se visten de
presente construyendo una realidad paralela que oculta la crisis.
2-
Las tensiones de EEUU y Venezuela.
La
más reciente tensión suscitada entre los EEUU y Venezuela, muestra si
despojamos de moralina el conflicto, la fuerza de acontecimiento y el poder
traumático de las imágenes de un pasado que proyecta su sombra en el presente y
sin embargo, es transformado por éste. Se trata de pasado que llega
insospechadamente y se organiza según los intereses del momento. Pero
detengámonos descriptivamente en los hechos primarios.
En
medio de un contexto de crisis moral y material que atraviesa Venezuela, cuyos
signos más visibles son las colas y el deterioro de la vida pública y privada,
y cuyo lado menos visible pero el más determinante, es la erosión cultural y la
desorientación nacional; la administración de Barack Obama lanza una orden
ejecutiva para cuestionar esta situación, la 13692 del ocho de marzo de 2015,
publicada días después.
[https://www.whitehouse.gov/the-press-office/2015/03/09/executive-order-blocking-property-and-suspending-entry-certain-persons-c]
Esta
orden, estratégicamente enlaza acciones entre el Departamento del Tesoro con el
Departamento de Estado para crear preventivamente un cerco sobre la violación
de derechos humanos y protección de libertades en Venezuela y sobre todo,
activar un “bloqueo” sobre acumulación y flujos de capitales de procedencia
dudosa de siete funcionarios del régimen.
A
pesar de que en su conjunto la orden es clara, “bloquear propiedades”,
“suspender la entrada de ciertas personas que contribuyen con la situación de
[deterioro de] Venezuela”, el ruido mediático se ha decantado por una frase
infeliz que fue introducida por los traductores despojándola de su contexto, en
la que señalan, a Venezuela como “amenaza a la seguridad interna” de los EEUU;
la palabra situación, y lo que envuelve la explicación de lo que esta califica
fue suprimida en el mercado de los melodramas comunicacionales del trauma
hispanoamericano.
Literalmente
y para disipar esa distorsión comunicativa que se construyó en Venezuela a
partir de una lectura interesada del documento, la orden expresa que esa
situación se refiere a la “erosión de las garantías de los derechos humanos”,
violaciones y corrupción de funcionarios, es decir, de “significativa presencia
de corrupción pública”.
En
virtud de ello, señala que esa situación “…constituye una amenaza inusual y
extraordinaria a la seguridad nacional y a la política exterior de los Estados
Unidos, y [busca] por este medio declarar una emergencia nacional para hacer
frente a esa amenaza” (Obama, Executive Order 13692 of March 8, 2015, Blocking
Property and Suspending Entry of Certain Persons Contributing to the Situation
in Venezuela)
La
respuesta del gobierno de Maduro no se hizo esperar, y mediante un dispositivo
de acciones prácticas ha venido construyendo una particular sensibilidad pseudonacionalista
de carácter instrumental que construye el acontecimiento. Alocuciones públicas,
mítines, marchas, obligatoriedad en las escuelas para firmar una carta de apoyo
al gobierno y coacción sobre los funcionarios públicos, activación de un
trueque de productos de primera necesidad por firmas, “twitazos”, y la tal vez
la más insólita o si se quiere “espectacular” puesta en escena de una
movilización militar o “cívico-militar” impregnada de voluntarismo que recuerda
a otros actos desesperados realizados por gobiernos tan distantes
ideológicamente como los de Noriega y Ghadafi, dan forma visible a la puesta en
escena de los “humillados y ofendidos”.
El
contexto de tensión crea las condiciones para la emergencia del acontecimiento;
no es casual que el gobierno venezolano tan afecto a las cargas anecdóticas y
épicas de la Historia Patria y sus invenciones, considere el momento para
inscribirlo en un discurso antimperialista paradójicamente globalizado que se
juega su historicidad entre el pasado como trauma y la invención de una
tradición que resurge en el presente como acontecimiento. Al respecto señala el
presidente de Venezuela:
“No
se nos olvidará jamás y cada 9 de marzo nosotros estaremos conmemorando el Día
del antimperialismo bolivariano en Venezuela. Así lo decreto, los 9 de marzo de
cada año, a partir del 2016, será el Día del antimperialismo”
[http://www.voanoticias.com/content/venezuela-antimperialismo-9-marzo-maduro/2702351.html]
Todo
se despliega como en un boxeo de sombras mientras la apertura de EEUU-Cuba se
sigue estrechando pese al “decoro” que la diplomacia impone con Venezuela. No
hay marchas estridentes en La Habana en apoyo de su “país hermano”, tampoco
largos discursos solidarios de los Castro con el gobierno venezolano en la
Plaza de la Revolución, a lo más, lacónicos textos como para crear la ilusión
de apoyo.
¿Qué
se oculta detrás del acontecimiento antiimperialista?, ¿qué latencia persiste
más allá de la operación racional/emotiva de la distinción entre buenos y
malos?
El
Gobierno se reserva una autoridad sobre el texto de Obama y su traducción, su
interpretación hic et nunc (aquí y ahora) controla lo que se quiere hacer
ver, privilegia mutilando frases y
desvía el sentido. Esta lectura se hace arbitraria y paradójicamente funciona
eficazmente al interior de grupos políticos opuestos a la ideología hegemónica
alienándolos, moviéndolos hacia el campo de la construcción de la víctima
acosada por el imperialismo feroz sin mediar el contexto de la situación.
Debajo
del maquillaje discursivo y de los efectos de realidad, el plano más duro, el
de la disolución del individuo frente al Estado, la destrucción del mercado
libre y la desigualdad económica creciente cuyo sector privilegiado es el de
las logias militares y los empresarios oportunistas. Mientras tanto, las masas
literalmente son puestas “rodilla en tierra” para aguardar en expectante
inmediatez, el pan que le reserva un sistema devenido en dictadura sobre las
necesidades. El malestar cultural, la violencia patente y latente, y la pérdida
de identidad suman ingredientes a un cóctel de incertidumbres activando su
fuerza simbólica y un nuevo imaginario de descontento libertario que apenas se
asoma.
Como
piedra angular de todo, está precisamente el reciente acercamiento entre los EEUU
y Cuba; Venezuela ocupa en este plano un lugar marginal. Las retóricas puestas
en marcha en este acercamiento, construyen un espacio de persuasión que se
exhibe en un teatro comunicacional que supone el fin de una era gobernada por
los restos de la guerra fría en el Caribe. La normalización acontece en medio
de la emergencia de otro acontecimiento, el de un antiimperialismo bajo
sospecha que se desplaza a Venezuela y que contagia a varias naciones
hispanoamericanas.
De
fondo no hay un cierre sino una transferencia del conflicto al enemigo
necesario. Sin quererlo, sin mediar algo que no sea un voluntarismo impregnado
de una ingenuidad supina, el gobierno de Maduro acompaña esta transferencia con
las frases consabidas del cliché revolucionario. Mientras tanto, los Castro se
venden como cachorros soberanos del abrazo caribeño con el Imperio, una
cuestión que con toda seguridad pondrá en observación a los actores de la
Cumbre de las Américas a llevarse a cabo en Panamá entre el 10 y el 15 de abril
de 2015. A un lado de esta Cumbre, China y Rusia medran tras las sombras,
persiguen también sus respectivos traumas de dominación imperial y de
expansionismo, una cuestión que cualquier novato en historia y en geopolítica,
reconocería si sólo viese sin “ingenuidad”, sus respectivos mapas que nos
hablan de una historia turbulenta de apropiación territorial y de dominación
supraterritorial ahora con dirección hacia América.
3-
El juego del poder: La movilización nacional.
En
medio de tanta arrogancia intelectual y autosuficiencia que exhiben por igual
opositores y partidarios del chavismo, es imposible formarse una idea de lo
acontecido. La consecuencia más obvia es la alineación automática de factores
opositores con la política externa del gobierno, su correlato, su ignorancia
del inglés o su deliberada ignorancia.
Muchas
organizaciones han rechazado el comunicado sin mediar un cuidado en el uso del
lenguaje. Una cosa es rechazar la idea del documento de Obama con respecto a
declarar la “situación de Venezuela como amenaza” que no Venezuela como ente,
es decir exigir una aclaratoria sobre el lenguaje; y otro es por omisión o por
“sofisma” como señaló Margarita Belandria, incluir en el espacio de la defensa
nacional las cuentas y bienes de funcionarios. Estos “siete patriotas” que
señala expresamente el documento de Obama, sí deben rendirle al país
explicación sobre el origen de esos bienes o cuando menos, demostrar que su presencia en bancas
internacionales es falsa y forma parte de un complot para justificar nuevas
guerras imperiales.
Distintas
voces han encendido una luz entre tanta oscuridad pseudonacionalista. Es decir,
no se han plegado al espíritu de una tribu o fratría pseudo nacional que invoca
emocionalmente la solidaridad automática. El caso es que el documento de Obama
posee dos niveles como hemos visto, refirámonos en primer lugar al puntual: Se
sancionan las cuentas y los bienes de un
grupo de funcionarios con nombres y apellidos
contenidos en el anexo de la orden. Bienes y cuentas millonarias en dólares y
euros, propiedades y bienes en el extranjero no se pueden justificar moral y
materialmente. Los intereses de unos pocos no son la patria, y Venezuela no
puede comprometer su imagen por defender asuntos de índole privada. Si esos
funcionarios son tan “decentes”, la primera medida debería ser la interpelación
ante la Asamblea Nacional. Allí, con evidencias en mano deberán demostrarle al
país que las cuentas suizas, estadounidenses, españolas y del Caribe son una
invención de un Imperio que nos (les) puso el ojo y que quiere construir
enemigos necesarios como ha hecho en otras ocasiones para apropiarse de los
recursos nacionales. Otro tanto deberá hacer la administración Obama si
pretende hacer frente al argumento moral con el que el gobierno de Venezuela
apoyado en la recolección de firmas de un nacionalismo “puro y fervoroso”, a
menos que el pulso entre los EEUU y Venezuela se dirima en un lobby cuyo precio
es previsible: mayores concesiones en materia energética para la potencia
“agresora” a cambio de enviar al archivo las intenciones y objetivos de la
Orden Ejecutiva. Si esto último llegase a suceder, sería un duro revés para la
ya muy deteriorada sociedad civil que quedaría a merced de un Estado convertido
en Ogro filantrópico como tipifico a esta forma de dominación Octavio Paz.
Mostraría también el juego pragmático de la diplomacia internacional que
cosecha con toda justicia una profunda desconfianza.
No
obstante, y ante los restos de una ciudadanía perpleja, cabe la posibilidad de
que la Asamblea Nacional de Venezuela, no haga nada invocando frases
patrióticas que desvíen la atención pública y apelen a una “movilización total”
al estilo de la tradición nacionalsocialista alemana o del stalinismo o del
castrismo caribeño para “defender” la Patria en peligro. Su correlato legal con
maquillaje de ley viene acompañado como señala expresamente Rocío San Miguel
por una arquitectura legal: El Decreto 1.014 crea la Brigada Especial contra
Grupos Generadores de Violencia (BEGV). La Resolución 6574 crea la Fuerza
Choque, para garantizar el orden interno. El Decreto 1.471 crea el SP3 en el
que se inscribe la llamada inteligencia popular. La Resolución 8610 activa el
uso de armas por parte de la Fuerza Armada Nacional en el control de protestas
y manifestaciones. Y el Decreto 1605, establece las nuevas funciones de la
contrainteligencia militar activando la figura del “enemigo”
[http://www.controlciudadano.org/noticias/detalle.php?notid=12669]
Pese a ello,
no hay excusa en el mundo de la virtud política y en el campo de la
conciencia crítica; una acción de interpelación a los señalados, al menos
simbólica, lo podría hacer una Asamblea Ciudadana dirigida por los objetores de
conciencia o los desobedientes civiles; esta Asamblea y no otra, es la genuina
depositaria de la tan promocionada democracia participativa y protagónica que
habilitó la constituyente de 1999 y de una geometría del poder mal entendida.
Se exige pues, no una movilización impregnada del trauma imperialista, sino
como señala Castañeda, de una “…actuación
colectiva, regional, defensora de la democracia representativa, en un país que
suscribió la Carta Democrática Interamericana de 2001 y el Pacto de San José de
los años sesenta”, ésta forma de gobernabilidad imperfecta es la que está en
juego ante el avance del totalitarismo.
No
obstante, este esfuerzo regional, luce
incompleto, se juega en una exterioridad, para ser más eficaz, debe neutralizar
el falso nacionalismo mediante la toma de la conciencia y de la palabra
ciudadana, estas son condiciones previas al enfrentamiento entre imperialistas
y antiimperialista, también permiten
deconstruir el acontecimiento y el trauma. Tal acción combinada, contribuiría a
disipar las distorsiones comunicativas que se disparan en momentos de crisis,
exigen no una práctica de mundos virtuales, sino de la palabra puesta en la
calle.
La
acción ciudadana con clara dirección de su rol, es eficaz si toma el control de
la palabra. En un contexto como el nuestro, lo que está en juego es la
comunidad imaginada vulnerada por la corrupción y los yerros de una burocracia
mal formada. La acción imperial no descartable dado el historial de los EEUU en
Hispanoamérica y otras partes del mundo es secundaria en el contexto global de
la crisis nacional.
El
dilema es más profundo, su trauma antiimperialista solapa los de una nación
desorientada y los de una modernidad que aún no se domicilia en una cultura que
no acierta a imaginarse como país, es decir, con sentido de pertenencia y con
clara conciencia de los flujos globales.
El
primer espacio a ordenar en medio de esta crisis anómala, es el nacional y su
pacto interregional y ciudadano, luego
el de las amenazas externas, así sean estas de otros mundos como las imaginaba
el terror galáctico de H.G. Wells en la Guerra de Los Mundos o las desafiaban
Noriega con los emblemáticos y poco eficaces machetes para guerras de cuarta
generación, o Saddam Hussein con “madre de
todas las guerras”.
Pongamos bajo sospecha el acontecimiento
antiimperialista, luego psicoanalicemos el trauma que el imperialismo comporta
en sus ambivalencias, sólo así la historia presente será asimilada sin
indigestión.
Luis
Manuel Cuevas Quintero
luimanc@yahoo.com
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