Gustavo
Dudamel es objeto de discusiones públicas cada cierto tiempo, con más o menos
virulencia, lo que impone preguntar cuál pueda ser la razón de esta recurrencia
y lo primero que salta a la vista es la incomodidad que causa en algunos de sus
admiradores el hecho de que sea chavista.
La
contrariedad es manifiesta entre quienes consideran al chavismo como algo
horripilante, un sector que no deja de crecer incluso entre el público de la
música clásica, para el que resulta inexplicable que alguien a quien tienen en
tan alta estima pueda ser no sólo partidario sino propagandista de un régimen
atroz.
El
fenómeno no es nuevo, podría decirse que en todo tiempo y lugar ha sido así y
que esto es lo que le da mayor interés: que un caso particular sea ilustrativo
de una cuestión universal, tanto como para convertirse en ejemplo ilustrativo,
casi una parábola moral.
Quizás
la raíz de la cuestión se encuentre en el imperativo de coherencia que parece
dirigir el pensamiento y la acción humana, lo que exige rechazar la
contradicción como un imposible lógico, una prueba de falsedad; pero que se
vuelve problemático en el terreno moral, en que las contradicciones no sólo son
posibles sino acaso inevitables.
Un
efecto colateral del imperativo de coherencia, que cae en el terreno de la psicología
social, es la creencia arraigada de que quien es bueno en un aspecto debe serlo
también en todos los aspectos de la vida, lo que a pesar de ser evidentemente
falso, sin embargo, es una idea de notable persistencia, resistente al más
crudo testimonio de la realidad.
Tan
arraigado está este prejuicio que merecería formar parte del inconsciente
colectivo, si tal cosa existe; pero lo cierto es que es explotado por la publicidad y la propaganda de la forma más
irracional, por ejemplo, mostrándonos ídolos del deporte o la farándula con
artículos que no tienen nada que ver con sus reales o supuestas habilidades,
con el mensaje subyacente de que si ellos lo hacen debe ser también bueno para
nosotros.
Y
éste es el quid de la cuestión: de cómo ídolos del arte, el deporte o la
ciencia, pueden convertirse en propagandistas de mensajes ponzoñosos, de cuánto
daño pueden hacer en el público que cree en ellos y de cuál puede ser su
responsabilidad personal por los perjuicios que
causan en personas inadvertidas o en terceros, víctimas inocentes.
Los
partidarios de Dudamel oscilan desde los que creen que en realidad no es
chavista sino que se adapta a la situación para poder realizar su obra y que se
comportaría igual cualquiera fuera el gobierno; hasta los que argumentan que
aunque sea chavista debe ser considerado como un virtuoso, independientemente
de su posición política.
He
aquí otra vez la eterna cuestión del arte puro, de la estimación del artista en
cuanto tal, libre de sus inclinaciones personales y de responsabilidad moral y
política, la clara separación del hombre y su obra.
El
problema es determinar si esto es realmente posible o sólo un truco
argumentativo.
LA
MÚSICA DEL TOTALITARISMO
Una
vez más, la mayor proliferación de estudios y reflexiones sobre este conflicto
nos la proporciona la experiencia del nacionalsocialismo, por un lado por la
proverbial inclinación alemana a la especulación abstracta y, por el otro, la
característica vocación polémica de los judíos, que han abordado el tema desde
todas las aristas posibles, sin que hasta la fecha se haya llegado a una
conclusión satisfactoria.
El
modelo más remoto podría ser el mismo Richard Wagner, de cuyo nacionalismo y
antisemitismo no existen dudas. Con este espíritu su viuda, Cósima Wagner, fundó
el festival de Bayreuth, que fue la vitrina cultural del nacionalsocialismo
bajo la dirección de su nuera, Winifred Wagner, desde 1931 a 1944, amante de
Hitler, a quien siempre llamó “nuestro adorado Adolf”, hasta su muerte, en
1980.
El
más próximo sería Valery Gergiev, director del teatro Mariinsky de San
Petersburgo y de prestigiosas instituciones musicales occidentales, con mucho
el director más laureado que cayó en la diatriba política por su incondicional
apoyo a Vladimir Putin.
VG
ha firmado comunicados poniéndose al lado de Putin en momentos álgidos como su
postulación a la reelección como presidente de Rusia, el boicot a los juegos
olímpicos de Sochi, el affaire de las Pussy Riot, la promulgación de leyes
antigays, la recientemente controversia con la UE por la anexión de Crimea y la
guerra de Ucrania.
Lo
más interesante de VG es que con motivo de las protestas que ha recibido en sus
giras por occidente se sintió obligado a publicar un intento de justificación
que es un estupendo compendio de los argumentos eternamente esgrimidos en estos
casos.
En
resumen, personalmente él nunca ha discriminado a nadie; luego, él es un
artista y como tal, está enfocado en su obra, que se expresa en el éxito del
teatro Mariinsky y como director de la Orquesta Filarmónica de Londres,
etcétera. En torno a Crimea, es un problema complejo que no puede resumirse en
la palabra “anexión”. Curiosamente a un
hombre tan culto y poderoso no se le ocurrió nada mejor sino decir que Mariinsky
es el Bayreuth ruso, esto es, la vitrina cultural de Putin.
La
lista de artistas controvertidos por la política podría hacerse interminable:
Prokofiev, Shostakovich, Jachaturian, que sufrieron los vaivenes de las purgas
estalinistas, pero al final, fieles servidores de la URSS. El pianista
Sviatoslav Richter, gran propagandista del régimen soviético, recordado por las
protestas de que fue objeto en USA y Europa. David Oistrakh, virtuoso del
violín, profesor del conservatorio de Moscú, retrato vivo del perfecto
ciudadano soviético, humilde y servil, quizás demasiado servil.
Frente
a ellos aparecen personajes incómodos como la pianista María Yudina, recordada
por un incidente que la vinculó indisolublemente con Stalin a quien conmovió su
interpretación del concierto Nº 23 de Mozart, que escuchó por la radio. El
tirano pidió la grabación al estudio y como la transmisión era en vivo,
tuvieron que precipitarse a hacerla en el acto, trabajando hasta la madrugada
para producir ese solo y único disco.
Stalin
agradecido le envió un premio de veinte mil rublos a lo que ella le contestó
con una carta suicida que decía más o menos así: “Le agradezco, Joseph
Vissarionovich, por su ayuda. Voy a rezar por usted día y noche y pediré a Dios
que perdone sus grandes pecados contra el pueblo y el país. El Señor es
misericordioso y El le perdonará. Yo di el dinero a la iglesia a la que
asisto”.
María
Yudina era una judía conversa de manera que el dinero fue a dar a la Iglesia
Ortodoxa Rusa. Contra todo pronóstico, Stalin no hizo nada contra ella y es
fama que la grabación se encontró en su tocadiscos el día de su muerte, el 5 de
marzo de 1953, probablemente, lo último que escuchó en esta vida.
Esto
nos lleva a otra pianista problemática, Gabriela Montero, que ha compuesto una
pieza a la que tituló “Expatria” y dondequiera que la interpreta da una
explicación sobre la tragedia que atraviesa este expaís, lo que le ha causado
grandes inconvenientes y conflictos con extremistas que nunca escuchan
callados, por lo que es fácil predecir que su carrera será afectada no sólo en
Venezuela sino en los escenarios internacionales.
Y
con esto llegamos al punto: ¿Quién tiene razón? ¿Es lo mismo servir al
totalitarismo que desafiarlo? ¿Pueden ser juzgados unos y otros con el mismo rasero?
A
veces la grandeza de una actitud consiste en obligar a los demás a definirse.
MEFISTO
La
fábula es simple: Un hombre vende su alma al Diablo a cambio de la satisfacción
de deseos habituales: fama, dinero, mujeres (el poder no, que celosamente conserva
el Diablo). La moraleja también es simple: se cambia algo esencial por
vanidades.
Aunque
todo parezca marchar pacíficamente, el Diablo siempre puede aparecer a cobrar
su crédito: Valery Gergiev lo sabe vívidamente. Putin invirtió setecientos millones
de dólares en plena crisis para reinaugurar el Teatro Mariinsky, del que lo
nombró Zar; pero no hay ni un solo caso de conflicto con la opinión pública en
que no haya recurrido a reclamarle apoyo para darse un baño de civilidad y éste
ha cumplido diligentemente.
Dudamel
también ha cumplido: apareció en la primera escena de apertura de TVES, luego
del cierre y robo de instalaciones de RCTV, uno de los momentos más bajos por
los que pasó la tiranía de Chávez, quien lo condecoró y nombró padrino de la “Misión
Música”. Hizo la banda sonora de la película propagandística “Libertador”. Allí
lo vemos compungido haciendo guardia al ataúd que supuestamente contendría los
restos del tirano. ¿Gran escándalo con la niñera de Elías Jaua en Brasil? Aquí
está la oportuna foto de Dudamel con la niñera. Y así, ad nauseam.
“El
sistema” en Europa, EEUU y el resto del mundo, no es una cosa aterrorizante,
como pretenden hacer ver algunos, sino el símbolo de un país armónico, un
conjunto de jóvenes rescatados de la miseria a través de la magia de la música.
El
dilema se impone de manera aplastante: o el régimen no es tan malo o Dudamel no
puede ser tan bueno; la maldad de uno es incompatible con la bondad absoluta
del otro.
Esto
trae a la memoria el caso de un colega profesor de la UCV que desempeñaba un
altísimo cargo y que en uno de esos momentos álgidos que puede ser cualquiera,
como el asalto a Los Semerucos o la cadena de Chávez maldiciendo al Estado de
Israel, estaba al teléfono con su hija, que ya había abandonado el país.
La
muchacha preguntó: ¿Y ese es el régimen del que tu formas parte? Sí, respondió
el amigo. ¿Y no te da vergüenza? Ese día fue que decidió renunciar al cargo,
porque advirtió que podía perder el cariño o el respeto de su hija, o las tres.
Y eso era algo que no estaba dispuesto a sacrificar, ni siquiera por la
revolución, confesó tristemente.
Probablemente
Dudamel no tenga familiares así, o están imbuidos por la magnificencia de su
gloria que se convencieron que él no es bueno porque hace cosas buenas, sino
que las cosas son buenas porque las hace él; pero llega el día en que su imagen
no beneficia más al régimen, sino al contrario, el régimen daña su imagen.
La
otra salida, que él es un artista puro y que no debe “politizarse” por ser una
especie de patrimonio nacional, un factor de unidad en que todos los
venezolanos podrían encontrarse, fuera de la polarización política, además de
irreal tiene la desventaja de lo antirrevolucionaria que resulta.
Precisamente,
lo que exigen los revolucionarios constantemente es el compromiso (social,
político) de artistas e intelectuales. Para ellos no hay arte puro, ni artistas
neutros, sino que se es revolucionario o
contrarrevolucionario, no hay otra posibilidad.
Sería
demasiado cómodo ser un artista comprometido con el proceso, con el régimen,
con la revolución o personalmente con el caudillo, como se prefiera decir, y
luego, a la hora de la verdad, salir que eso de que el arte es una cosa y la
política otra, que se está con lo bueno, pero lo malo no les concierne.
Valery
Gergiev lo ha dicho nítidamente: Él personalmente no discrimina a nadie, sirve
a todos por igual, tiene miles de admiradores en todas partes muchos de los
cuales son sus amigos, ciertamente también podría decir que no se ha anexado a
Crimea o derribado un avión de pasajeros con un misil a diez mil metros de
altura; el problema es que el régimen de Putin sí lo hace y él lo apoya con
idéntica nitidez.
Dudamel
no dice nada, deja que sus actos hablen por sí mismos. Al fin y al cabo, si la
situación se pone muy incómoda, cualquier orquesta lo recibiría encantada,
desde Los Ángeles pasando por Gotemburgo hasta Tel Aviv.
Como
muestra el caso de Herbert Von Karajan, que tocaría las mañanitas en el cumpleaños
del Führer, occidente suele ser muy indulgente con el talento.
Luis
Marin
lumarinre@gmail.com
@lumarinre
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