ANDRÉS HOYOS |
El
viejo y venerable trasatlántico Europa va camino de aguas cada vez más
tormentosas.
Todavía
resiste, según se vio este domingo en que salieron 3,5 millones de personas en
Francia a protestar por la andanada de barbarie. No obstante, el temporal no
promete amainar y el peligro dista mucho de estar conjurado.
El
sanguinario ataque a Charlie Hebdo estaba dirigido a la espina dorsal de la
civilización europea. No en vano tomó siglos aclimatar allí la tolerancia, sin
la cual la democracia es un simulacro. Claro, hablamos de tolerancia a la
crítica despiadada y a la burla mordaz, como las del célebre semanario, ya que
tolerar cánticos y plegarias carece de mérito. Francia fue el primer país
europeo en separar la religión y el Estado, de modo que no tiene por qué pedir
excusas a estas alturas por su carácter laico.
La
gente parece haber olvidado la larga lucha que hubo de librarse para que
desapareciera casi por completo el cristianismo guerrero de antaño. A las religiones
hay que enseñarles, a las buenas y a las malas, a ser tolerantes. Aprenden, si
es que aprenden, cuando los profesores llevan décadas muertos. Quedan hoy en
pie de guerra en el Occidente extendido, aparte del belicoso Israel, sobre todo
fracciones muy agresivas de extremistas musulmanes, alimentadas y usadas de un
modo u otro por las dictaduras, teocráticas o no, que abundan en el Medio
Oriente.
De
poco sirve destacar la diferencia entre yihadistas y musulmanes del común si no
se encuentra la manera de controlar la creciente influencia de los primeros
sobre los segundos. Ya se sabe, por la larga ristra de fracasos, que cualquier
remedio aplicado desde fuera para “curar” al Islam de sus extremismos fallará.
Sin embargo, el “antídoto” eficaz que combata al yihadismo desde dentro aún no
se conoce.
Por
si acaso, la existencia de guetos inexpugnables de alta población musulmana en
Francia y otros países europeos indica que los problemas de fondo no se están
solucionando. Los jóvenes musulmanes del continente necesitan algo colectivo
que defender, más allá del Islam, para no ser presa del yihadismo. El racismo
se reduce en forma lenta, pues a nadie lo pueden obligar a que le guste lo que
no le gusta, pero la marginación sí se puede combatir con dinero y políticas
socioeconómicas bien enfocadas. Dos ejemplos vienen a la mente: la
socialdemocracia y el estado de bienestar que contrarrestaron el extremismo
leninista, puesto en boga tras la revolución Bolchevique, y el Plan Marshall,
que evitó el catastrófico marasmo de la primera posguerra mundial en la
segunda.
Así,
además de inteligencia y policía, son indispensables intervenciones de gran
envergadura que resulten en oportunidades ciertas para estos jóvenes desafectos
de los guetos. Claro, políticas como estas podrían atraer más gente a Europa,
de suerte que deben correr parejas con una mejora análoga en los países de
origen, lo que multiplica el costo y la dificultad. La crisis del euro, así
como el colapso de los precios del petróleo, van a empeorar las cosas en el
corto plazo. ¿Cómo vivir en paz al lado de un lío semejante, cómo tolerar el
inevitable radicalismo que engendra?
La
polarización se va a acentuar en Europa ahora. La lista de siglas de derecha y
extrema derecha potenciadas por los ataques es larga y empieza por el Front
National de Marine Le Pen, cuya llegada al poder en Francia no puede
descartarse del todo.
Lo
dicho, vienen tiempos de tormenta para Europa.
Andrés
Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com
@andrewholes
Elespectador.com
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