RUBEN DARIO ACEVEDO CARMONA, |
En
entrevista concedida a CNN el 28 de septiembre de 2012, el presidente Santos
manifestó que "no se les puede pedir a las Farc que se arrodillen, se
rindan y entreguen las armas. No lo harán. Debe existir una salida, y esta
salida debe permitirles participar en la arena política".
Dos
años largos después, en medio de una grave crisis del proceso de conversaciones
de La Habana, Santos retoma su apreciación de forma más concreta al convocar a
la redefinición del delito político de tal forma que se admita la conexidad del
narcotráfico y el secuestro. Así, abre la puerta a una solución interna,
propia, sin ataduras internacionales, para que los guerrilleros incursos en
delitos horrendos, puedan participar en política.
Un
cambio de esa envergadura dejaría el derecho penal prácticamente sin objeto ya
que una porción muy grande de los delitos penales en el país están relacionados
con el secuestro, la extorsión y el narcotráfico (este último toma cuerpo en
numerosos hechos de sangre). Emocionada, la presidente del Polo Democrático
Clara López, propuso que todos los delitos penales sean vistos como conexos con
el delito político.
Esa
maniobra impúdica, de salir avante, convertiría a Colombia en un país paria en
materia de aplicación del derecho internacional y de observancia de los
derechos humanos. Significaría entrar en rebeldía contra la Corte y el Estatuto
Penal Internacional e internamente, consolidaría la profunda división en la
que, de hecho, estamos sumidos como consecuencia de unas conversaciones
adelantadas dentro de la mayor confusión.
Lo
que se pone de presente en esta coyuntura, es la existencia de
condicionamientos insalvables, de parte y parte, que no fueron precisados en el
temario de la agenda acordada al inicio.
Los
jefes de la guerrilla han procedido con total astucia durante el proceso. Han
logrado tomar la manija hasta el punto de sacar partido del secuestro del
general Rubén Darío Alzate, al que presentan como prisionero fruto de acción
legítima de guerra. Se asumen contraparte del conflicto.
Han
sido y siguen siendo coherentes en sus pretensiones, como cuando al comienzo
del diálogo uno de sus jefes dijo que entre sus objetivos figuraba: “acallar a
las armas, pero también y, sobre todo, refundar nuestro país, que es el cuarto
más desigual del mundo… Todos los temas son importantes y necesitan ser
tratados tranquilamente y negociados escrupulosamente. Tienen que ver con la
soberanía alimentaria, la salud, la educación, el derecho al trabajo, la
seguridad social. Debemos reinventar Colombia, que es un país muy injusto”
(www.RadioSantafé.com, Bogotá, octubre 8 de 2012)
Casi
todos los nudos de la negociación conducen, pues, al problema de la
participación política, puesto que las Farc pretenden o aspiran a hacer
política de una manera que supondría el desbarajuste de la Constitución ya que
la concepción clásica del delito político y sus conexos así como los
compromisos internacionales, forman parte del Bloque de Constitucionalidad. La
iniciativa presidencial facilitaría a las guerrillas hacer política sin
entregar las armas, sin admitir culpabilidad en crímenes de guerra y de lesa
humanidad y, por tanto, sin penas privativas de la libertad.
Que
se trata del almendrón de la negociación y de una exigencia perentoria lo
podemos constatar en la respuesta que Alberto Pinzón Sánchez, ideólogo asiduo
del portal ANNCOL de las Farc, que, como bien sabemos, es donde ella expone su
línea de pensamiento, da a la periodista Cecilia Orozco cuando le pregunta si
los jefes de las Farc aceptarían ir a la cárcel para cumplir convenios
internacionales firmados por el Estado colombiano: “Las Farc no han luchado
contra la justicia internacional sino contra el Estado… (éste) debe encontrar,
en una discusión amplia con la insurgencia, la solución política en cuanto a
cómo va a funcionar la nueva legalidad… una negociación realista debería
basarse en las reformas estructurales que demanda el país y que hay que
garantizar en un texto constitucional… tendrían que ser validadas en una
constituyente” (elespectador.com, noviembre 23 de 2014).
Los
jefes guerrilleros saben que si son condenados, aún en el Marco Jurídico de la
Paz y en el modelo de Justicia Transicional, quedan inhabilitados, de por vida,
para ocupar cargos públicos y de representación popular. El Gobierno Santos, en
su estrategia negociadora, concedió, sin haberse sentado en la mesa, que habría
cambios para facilitarlos, tal como dijo en 2012 y nos recuerda hoy de nuevo.
Para despejar dudas, releamos la tesis del Alto Comisionado de Paz que abre la
puerta al estropicio que nos proponen, dijo él que, durante el periodo de
“transición de 10 años” tenemos que: “echar mano de todo tipo de medidas y
mecanismos de excepción: medidas jurídicas, recursos extraordinarios,
instituciones nuevas…” (Conferencia de Sergio Jaramillo en Universidad
Externado, mayo 9 de 2013).
Por
ello es que ahora, para evitar el fracaso y sin ningún pudor, el Gobierno
propone la “medida de excepción” de redefinir el delito político y sus
conexidades.
De
manera que cuando Humberto de la Calle, el mismo Presidente y el Alto
Comisionado le dicen a la opinión pública que no habrá cambios en la
Constitución ni se negociará la institucionalidad, simple y llanamente mienten.
Ruben
Dario Acevedo Carmona
rdaceved@unal.edu.co
@darioacevedoc
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