ROBERT GILLES REDONDO |
De
un libro, el de Ingo Müller, Los Juristas del Horror, que trata sobre la conducta de los jueces
durante el nazismo, tomo la siguiente nota: “los atropellos, las prisiones, las
torturas y aún el exterminio en masa se hicieron de manera legal y apegado a la
norma”. Una descripción que encaja perfecto con lo que es el Estado venezolano
del aquí y ahora que ha sido secuestrado por Nicolás Maduro. En efecto, todo lo
que sucede en Venezuela es legal porque todos los Poderes Públicos (también
secuestrados) avalan lo que sucede.
Los
temerarios asaltantes del 4 de febrero y todo lo que ellos implicaban no se
hicieron entonces con el poder por la vía clásica del golpe militar, apenas
desnudaron el inevitable colapso que venía arrastrando el país desde antes del
famoso “caracazo” y se apostaron en las puertas cerradas de Miraflores. El fin
comenzó con el juicio a Carlos Andrés y se materializó en el indulto
presidencial de 1996 cuando se le abrieron las puertas del poder a los
golpistas y se cerraron las del futuro nacional. Quizá no había suficiente
madurez en 1998 para presagiar la aciaga historia que nos atropellaría y sin
duda sí se había terminado la luna de miel del pueblo con el puntofijismo. El
modelo democrático que parimos en 1961 no fue capaz de renovarse para afrontar
los nuevos tiempos de Venezuela.
Así
quince años han pasado desde que Hugo Chávez, el difunto, asaltó el poder y
comenzó el desmantelamiento de lo que conocíamos como Venezuela. Su sucesor,
Nicolás Maduro, de dudosa procedencia y de hartamente comprobada ilegitimidad,
no se quedó atrás y aceleró la destrucción de lo poco que quedaba de nuestra
patria. Es así como se nos presenta una radiografía espeluznante de lo que es
el país: 1) un supuesto y pregonado Estado “democrático” porque los
funcionarios del régimen han sido electos, aunque las elecciones han sido
viciadas y fraudulentas; 2) todo el atropello institucional del Estado contra
la disidencia, es “legal” y “democrático” porque lo avalan todos los poderes
públicos, sin excepción alguna, los cuales no son otra cosa que un maléfico
aquelarre de fanáticos comunistas y totalitarios; 3) el erario público ha sido
saqueado en su totalidad, lo que se traduce en la quiebra de la Nación, en el
fracaso del modelo y en la miseria del pueblo, de ello nos habla el colapso
económico de las reservas internacionales, la inflación, el dólar paralelo, la
escasez de alimentos y medicinas, la destrucción absoluta de la empresa privada
etc., etc.,; 4) los medios de comunicación, en su totalidad controlados por el
Estado por diversas vías, directas o indirectas; 5) más de la mitad del país
sufre un apartheid porque se opone a lo que está sucediendo, aunque dicha
oposición sigue viciada por la apatía y la irresponsabilidad ciudadana. No ha
fracaso sólo el modelo totalitario y comunista del régimen sino también el
modelo de unidad nacional de la oposición política-partidista, necesario es
decirlo; 6) pese a la oscura e inevitable sombra del fraude los dos únicos
proyectos visibles y concretos son electorales: las parlamentarias y la
constituyente; y 7) no menos importante, el valor de la vida se perdió. Las
cifras hablan por sí solas, el país está sumido en una violencia sin control.
En Venezuela, seas rico o seas pobre, igual eres asesinado, secuestrado,
extorsionado. Lo que es peor, bajo el manto de la impunidad total que ampara el
régimen. Así podría seguir enumerando toda nuestra crisis y seguramente me
quedaría corto.
Ahora
llega diciembre. Un diciembre que será quizá testigo de las últimas menguadas
alegrías de los venezolanos. En enero comenzará la debacle, nadie puede
ocultarlo. Viviremos estos días las alegrías que anteceden a los dolores del
parto, ese parto que, estoy convencido tercamente, no vamos a postergar en 2015,
el parto de la libertad, el parto de la democracia, el parto que exigirá el
sacrificio, querámoslo o no. ¿Por qué? Porque la revolución
comunista-totalitaria agoniza. El modelo ha fracasado. No con esto subestimo la
capacidad de maniobra del régimen, sentenciándole el final a corto plazo, no;
con ello sólo quiero trasmitir la necesidad del gran acuerdo nacional que
facilite la inevitable transición. Esa necesidad es exigencia pues por el
camino que vamos la crisis y su hecatombe sólo provocarán otra crisis de la
cual no podemos siquiera generar sospechas. Es como dice un amigo mío: “¿si tú
tomas y yo tomo, quién maneja después?".
No
se trata de diálogo con el régimen para que rectifique. No va a rectificar, va
a seguir destruyendo todo a su paso. Se trata de tener un liderazgo opositor
que asuma la ofensiva, la vanguardia y oriente al país “de la calle” sobre lo
que se debe hacer en los próximos meses y que de forma innegociable implica el
fin del régimen.
Robert Gilles Redondo
robertgillesr@gmail.com
@vanpoper26
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