ALICIA FREILICH, |
A mucha honra formo parte de quienes admiran
la obra de Roberto Gómez Bolaños, y mientras le rendimos homenaje sentimental
conviene reflexionar sobre lo que el antropólogo norteamericano Oscar Lewis
tituló “cultura de la pobreza” en sus varios estudios de campo.
Quienes pasamos la primera infancia cerca o
dentro de las llamadas casas de vecindad, donde convivieron desempleados y
proletarios, negros y blancos, inmigrantes y nativos, musulmanes con judíos y
cristianos, pudimos vivenciar esa comuna libre de muchas habitaciones y pocos
espacios de uso comunitario, patios, baños y cocinas, que nos enseñó, antes de
la escuelita primaria, cómo se puede crecer en una sociedad liberal. Eso fue
bajo las dictaduras de los crueles Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez y
durante el ensayo del futuro sistema democrático, representativo y civilista de
los benditos cuarenta años, cuando la renta petrolera originó una mayoritaria
clase media diversificada de continuo ascenso en la escala social.
Antes del chavismo, el venezolano era “pobre
pero honrado” y eso no significó resignación. Se concentró en laborar para
cubrir sus necesidades básicas, buscaba trabajo remunerado y gremios
protectores para mejorar su estatus. Proyectaba en positivo su
resentimiento latente hacia el empleador con mucho empeño porque sabía que esa tenacidad y la
buena vibra, ese espíritu bonachón esencial del paisano criollo, le daban
chance para lo que llamaron “salir de abajo”: estudiar, aprender en la
práctica, especializarse en un oficio, profesión o técnica, producir y alternar
sus logros de la riqueza o mejoría trabajadas junto a sus connacionales y
extranjeros radicados. Una Venezuela decente, derivada luego en saudita con sus
excesos y corruptelas partidistas de costumbre, pero que lenta y firme se
encaminaba en un proceso moderno y perfectible de convivencia dejando bien
atrás, caudillos, tribus, montoneras, cuarteles y palacios que solo miran
flores de su jardín, pues carecen de intención y capacidad para convertir en
ciudadano productivo al indigente hoy esclavizado con limosna estatal o robada
al sector privado, sin empleo seguro, ni sueldo correcto y dignificante. A eso
lo llaman patria socialista.
El disminuido Chavo del Ocho y su carnal, el
justiciero Chapulín Colorado que es parodia del invisible Superman capitalista
y el fracasado salvador comunista, ambos, permitieron que el televidente niño
humilde, huérfano total o abandonado por su padre semental, se identificara con
ese modo defensivamente astuto de sobrevivir en su entorno, pues al final de
cada día era parte de la solidaridad entre los casi iguales de un vecindario
afectivo, esa forma rudimentaria pero humanizante de resistir la adversidad
común sin ejercer violencia. Y al unísono, fue la ventana doméstica que
sensibilizó a un sector de la niñez y la
juventud educados en mansiones y claustros de la tradicional clase acomodada
por herencia y negocios, sobre la
existencia de los miserables, gente buena que a duras penas subsistía en
barrios con “Qué bonita vecindad”.
Por ignorancia, irresponsable banalidad,
incompetencia, o las tres juntas, de las gerencias económicas y de las dirigencias partidistas latinoamericanas, que
negaron o se resistieron a los urgentes, necesarios cambios renovadores que
exigía la crisis social sumergida, el México ya continental de la pobrecía
paciente y laboriosa, se hundió en el fango criminal del narcoimperio con sus
Ali Babás disfrazados de revolución mesiánica, reivindicadora de los derechos
populares. Transformada en clandestina mafia de criminales nuevos ricos, fuera
y dentro de sedes gubernamentales, en uniforme castrense, franela roja,
burocrático flux o guayabera tropical, manejan sin fronteras gran parte del
poder financiero y político local y regional, de proyección internacional, lo
que impide legalizar mundialmente el uso medicinal y limitado por voluntario de
la droga, tal como sí ocurrió con el alcohol y el tabaco, única manera conocida
de controlar y reducir gradualmente el flagelo de las adicciones tóxicas.
Hay que repetirlo. Es el fascio-populismo.
Entonces, “¿quién podrá defendernos?”.
Será el pueblo civil todavía sano junto al
militarizado a juro. Quizá reaccione y grite: “Síganme los buenos” para liberar
a los torturados presos políticos y encerrar a los politicastros.
Alicia
Freilich
alifrei@hotmail.com
@aliciafreilich
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