RICARDO VALENZUELA |
Era el verano de 1994 cuando mi
secretaria me informa, tiene una llamada de Gordon Tullock, lo cual me deja
paralizado. Gordon Tullock era uno de los economistas que yo mas admiraba
quien, en sociedad con Buchanan, le dieran vida a la teoría del Public Choice
lo cual, de forma sorpresiva le valió al Dr Buchanan el premio Nobel de
economía, y digo sorpresiva, porque la comunidad intelectual esperaba el Public
Choice fuera galardonado pero en la persona de sus dos creadores. Es decir,
durante los siguientes años, la gran queja era que el premio Nobel debería de
haber incluido al Dr. Tullock.
Luego de reponerme de la sorpresa
tomo el teléfono y le afirmo, a sus órdenes Dr. Tullock. Me explica acababa de
leer uno de mis artículos y le había gustado, por lo que me invitaba a cenar
con dos de sus buenos amigos, Bill Summner, presidente del consejo de Atlas
Economic Foundation, y Vernon Smith, economista anclado a la Universidad de
Arizona y laureado con el Premio Nobel de economía en años posteriores, puesto
que quería los conociera.
Gordon Tullock en esos momentos
era, al igual que Smith, uno de los profesores de lujo en la Universidad de
Arizona. Nunca me imaginé que este evento cambiara mi vida de forma radical
puesto que, mi relación con el Dr. Tullock maduraría de tal forma que se
convirtiera en mi padrino intelectual. Años después cuando me llamaba para
comunicarme que, en equipo con Vernon Smith, se mudaban a George Mason
University puesto el consideraba era el paso para que Vernon lograra el premio
Nobel, los seguí pasando los siguientes veranos en esa bella universidad.
¿Cuál fue el pensamiento de
Gordon Tullock que le diera vida a la famosa teoría del Public Choice?
La teoría parte cuando derrumba la falsa creencia de que los burócratas y políticos, a diferencia de los negociantes, no buscan un beneficio personal sino que buscan servir a la sociedad. Fue gracias a Gordon Tullock y al Public Choice, que tanto la economía y la ciencia política encuentran una interpretación que antes no existía. Por demasiado tiempo e incluso hasta la fecha, muchos siguen creyendo que los políticos tienen una vocación al servicio de la gente que se expresa a través del bien común.
¿Por qué los gobernantes luego de jurar sobre la Biblia y sus
Constituciones con la mano en el corazón prometiendo en público a sus
electorados que cumplirían con ellos, al final, les roban sin remordimiento
alguno, se adjudican altos ingresos sin importarles de dónde sale el dinero,
aumentan los déficits con cargo a aquella gente que los votó y hasta después de
haber dicho hasta el hartazgo que no buscarían la reelección, no tienen
vergüenza alguna en decir que “su reelección” permitirá proseguir con su programa
en la “revolución” que encabezan?
Sacar el velo del supuesto interés común o de justicia social a
los que tanto nos tienen acostumbrados los políticos, proviene en gran manera
de una noción idealista y hasta ilusa de un electorado que muchas veces es
capaz de hasta elegir a su representante para aceptarlo como su tutor y luego
como a su propio dictador benevolente, constituyéndose así este hecho en una
las más graves debilidades de las democracias en el mundo de hoy.
La búsqueda de rentas políticas es la persecución socialmente
perniciosa de transferencias de riqueza con ayuda de los poderes públicos. El
análisis de estas actividades se inició con la controversia sobre aranceles
proteccionistas en el comercio exterior. Un economista de origen austriaco,
Gottfried Haberler, argumentó en 1936 que la protección otorgada a una
industria nacional no causaba grandes pérdidas para el conjunto de la sociedad
si, en vez de utilizarse el arancel para fomentarla, se beneficiaba a los
fabricantes nacionales con un subsidio directo, financiado con impuestos
generales. El arancel exterior encarecía el bien importado, lo que forzaba a
los demandantes a consumir menos, a precios más altos. Mas esa pequeña pérdida
de bienestar incluso se podía evitar si la protección se convertía en una
transferencia fiscal, en una mera redistribución de la riqueza de consumidores
a fabricantes.
Gordon Tullock dio un gran paso adelante en el análisis de la
utilización del poder político para conseguir rentas al margen del proceso
productivo. En 1967 señaló que los esfuerzos para conseguir rentas políticas
acabarían por disipar todo el beneficio que un grupo de presión pudiera obtener
con ayuda de la Administración. El gasto en servicios de abogados y
economistas, en asociaciones patronales, relaciones públicas, campañas de
opinión, contribuciones electorales llevaría a los competidores por el favor
político a un punto de equilibrio en el que la renta política obtenida se
habría perdido en las arenas del lobby. Lo más grave es que, en ese punto
final, la productividad económica se habrá visto reducida por el efecto de la
intervención, sin ningún beneficio neto para los contendientes.
El mal no se detiene ahí. Una vez creado el arancel, o controlados
los precios de frutas y verduras, o prohibido el descuento de libros, o
limitados por ley los horarios y días de apertura comercial, el gasto de lobby
continúa para defender la situación obtenida, o, si ésta es estéril, para
volver a la situación competitiva y tirar por la borda todo el esfuerzo
realizado. Aparecen pues nuevos gastos no productivos para defender la
situación de privilegio legal. El fenómeno es bien conocido. Una vez concedida
una subvención, privilegio exclusivo, beneficio "social" o renta
política, no hay nada más difícil que retirarla. Incluso si todos están de
acuerdo que la suma de esas trabas maniata la economía nacional, los grupos de
interés aceptan que todo se reforme menos lo suyo.
Como un buen ejemplo de estos excesos tenemos Alemania. Esa
poderosa economía ha dejado de crecer debido a los excesos del Estado de
Bienestar, a la estrechez de visión de los sindicatos, a las infinitas
reglamentaciones. Los cancilleres de ese país han puesto en juego su futuro
político para sacar adelante un mínimo plan de reformas competitivas.
Francia, por su parte, parece derivar placer masoquista del daño
que le infligen sus ubicuos lobbies. A un panal de rica miel cien mil moscas
acudieron y por golosas se vieron presas de patas en él.
Mi gran maestro falleció hace solo unos días y ha dejado un
profundo hueco en el mundo de las ideas. Leo y releo el libro que me regalara
describiendo la organización de las abejas en sus panales, y lo veo sonreír
como diciendo, “te lo dije, las abejas son más inteligentes y éticas que los
seres humanos.”
Ricardo Valenzuela
chero13704@gmail.com
@elchero
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