RAMÓN HERNÁNDEZ, |
El mayor Francisco Ameliach, en su carácter
del vicepresidente de organización y asuntos electorales del PSUV, activó una
línea telefónica para que se denuncie a los infiltrados, una especie de
0800-SAPO, una Stasi, esa rama de la KGB, en casa. Ya habrá ejemplos como los
del niño ruso de 10 años de edad que fue considerado un héroe porque delató al
padre, que fue condenado a muerte. Presto ejemplar de 1984, la novela de George
Orwell.
Cada día hay más razones para sentir un
escalofrío cuando se escucha la palabra revolución; ese estremecimiento es
mayor cuando va seguida de la aclaratoria que es “pacífica, pero armada”, que
funciona más como una amenaza que como una característica. Si la palabreja en
cuestión además es calificada como socialista, la historia desde el siglo XIX
hasta el actual reúne suficientes hechos como para que el espeluzno se
convierta en terror. No solo matan sino que perpetran los crímenes con sadismo
y crueldad. Ahí está el caso del GNB que violó a un manifestante detenido con
el cañón de uno de los fusiles AK-103 que la “revolución” compró para
protegernos del imperialismo estadounidense.
En Venezuela se siguió un guion inédito en la
toma del poder. Aunque la promesa fue la que siempre cautivó a los más
ingenuos, “el reparto equitativo de la riqueza” y la lucha contra la
corrupción, fue el contenido cautivante de la palabra “socialismo” lo que desde
2006 ha prevalecido como derrotero y fin del paso por la tierra, consustanciado
con todas las formas de manipulación imaginables, pero casi siempre en el
nombre de “la dignidad de los pueblos”, una frase que sirve para justificar los
peores crímenes de lesa humanidad. Lo hicieron en Rusia y en todos sus países
satélites, también en Camboya, pero lo siguen haciendo en China, en Corea del
Norte y en Cuba.
Lo peor para la sociedad es que ninguno de
sus propulsores sabe qué es el “socialismo” ni cómo se llega hasta allá. Tienen
ideas, iluminaciones, supuestos, pero mientras tanto se entrenan en el difícil
arte de mantenerse en el poder, que siempre es el control de la sociedad.
Cuando llegaron y todavía no habían mostrado las garras, utilizaron las listas
de los que pidieron el referéndum para negar puestos de trabajo. Dicen que las
enterraron, pero todavía las usan en todas las dependencias del Estado. Lo
grave es que la persecución avanza hacia las propias filas del chavismo y se
encaminan a resucitar las purgas de Stalin.
El mayor Francisco Ameliach, en su carácter
del vicepresidente de organización y asuntos electorales del PSUV, activó una
línea telefónica para que se denuncie a los infiltrados, una especie de
0800-SAPO, una Stasi, esa rama de la KGB, en casa. Ya habrá ejemplos como los
del niño ruso de 10 años de edad que fue considerado un héroe porque delató al
padre, que fue condenado a muerte. Presto ejemplar de 1984, la novela de George
Orwell.
Ramon Hernandez G.
RamonHernandezG@gmail.com
@ramonhernandezg
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