JUAN JOSÉ MONSANT ARISTIMUÑO |
Caminábamos en los exteriores de la Feria
internacional hacia una de las salas habilitada para algún acto oficial, cuando
el presentador emblemático, de aquél entonces, del Canal 33 de la Universidad
Tecnológica de El Salvador, Nacho Castillo, se me acercó para decirme que el
escritor Sergio Ramírez presentaría en fecha próxima su laureada novela
“Margarita, está linda la mar” (Alfaguara, 1998), y los organizadores deseaban saber si podría
hacerle la introducción al autor.
Extrañado, le pregunté cómo sabía que nos
conocíamos, me dio una explicación, y me encontré con la responsabilidad de
presentar a uno de los escritores latinoamericano de mayor cercanía con nuestra
realidad existencial. Fíjense que no digo realidad latinoamericana, porque no
existe, eso es una ensoñación escapista. Sergio involucra al hombre en su
realidad geográfica y humana con su entorno vivencial, esa herencia española e
india que marca nuestro trópico exuberante y sensual donde todo es exagerado,
desde las pasiones amorosas hasta los ríos que se desbordan y las selvas que nos engullen con sus engaños de mil colores.
Luego de la presentación en la Casa España
nos fuimos a un brindis en alguna parte que no memorizo; allí, fuera de la
formalidad de la ceremonia, se me acercó el escritor para preguntarme qué
pensaba sobre una petición que había recibido de Caracas para firmar un
comunicado en respaldo a la candidatura presidencial de Chávez, para sin darme
tiempo a responder, contestarse: “no lo voy a firmar, así se molesten, Carlos
Andrés siempre fue muy solidario con nosotros, cuando combatíamos a Somoza, en
los inicios del gobierno e incluso cuando Daniel lo apartó; además, eso de un
militar en el gobierno, me da mucha desconfianza, no han sido felices las
experiencias en América latina”. Eso fue a mediados del 98, y no se equivocó el
autor de “Castigo divino” (Edit. Mondadori, 1988).
Unos seis meses más tarde ya chávez
presidente electo, pero sin asumir el cargo, Gabriel García Márquez coincidió
en La Habana en lo que sería la segunda visita de una casi mudanza de chavez a
Cuba. Fidel los presentó pero casi no pudieron hablar, por lo que lo invitó a
regresar con él a Venezuela. Fue una conversación no muy larga, porque el viaje
es de aproximadamente dos horas entre Maiquetía y isla. De lo que hablaron y
sus impresiones, el Nobel publicó en febrero de 1999 una crónica en la revista
Cambio de Colombia: “El enigma de los dos Chávez”, donde concluía que “había
hablado con gusto con dos hombres opuestos, uno a quien la suerte le ofrecía la
oportunidad de salvar su país. El otro, un ilusionista que podía pasar a la
historia como un déspota más”.
García Márquez no asistió a la toma de
posesión del militar, y nunca más volvió a pisar tierra venezolana hasta su
muerte en México, en abril de 2014.
No tenía Chávez 5 meses en el ejercicio de la
presidencia, cuando el Nobel Mario Vargas Llosa escribió el 8 de agosto de 1999
en el diario El País de España, una larga reflexión titulada “El suicidio de
una nación”, donde luego de analizar el significado de la elección de chavez,
para Venezuela y la comunidad internacional concluyó: “ Una siniestra nube
negra ha caído de la tierra de donde salieron los ejércitos bolivarianos a
luchar por la libertad de América, y mucho me temo que tarde en disiparse”.
Años después, corriendo el mes de septiembre
de 2007 en una fría mañana de Ciudad de
México, el público lector al pagar unos pocos pesos por el diario Reforma, leyó
en su primera página una carta pública
firmada por uno de sus más queridos héroes civiles: Carlos Fuentes. En
efecto, en pocas columnas, quizá un par, aparecía una misiva titulada “El bufón del bufón” con la firma del
escritor. Se refería Fuentes a la desastrosa gestión presidencial de George
Bush hijo, a quien tildaba de fanfarrón ignorante, al igual que al presidente
hugo chavez, vivo en aquél entonces, con quien lo comparaba; al tiempo que
culminaba su breve reflexión de la siguiente manera: “en el continente
americano hay dos bufones, uno el de Washington, es el más peligroso. Otro el
de Caracas, es el más risible…el continente americano merece algo mejor”.
No necesitan mayor análisis las concienzudas
reflexiones y premoniciones de los autores citados, sobre lo que ha sido la
suerte de la nación venezolana. Pero también la suerte que podrían correr otros
países de nuestra región, al dejarse llevar por la ilusión de una revolución
que no fue, y que jamás podría sustituir el ideal y la praxis de lo que es y
deber ser la democracia.
Juan Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant
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