CARLOS ALBERTO MONTANER |
Calma. No hay agravio. La etimología de
mentecato es transparente. Quiere decir “mente captada o capturada”. Me refiero
a eso. Iglesias es un mentecato, pero ilustrado. Hay que tomarlo en serio. Por
no tomar en serio a Chávez los venezolanos se hundieron. Iglesias es un joven
español, profesor universitario en Madrid y colaborador de la televisión iraní,
que triunfa en las encuestas electorales.
El problema radica en qué ideas han capturado
tan prodigiosa mente. Las malas ideas, cuando se enquistan en neuronas
privilegiadas, son más dañinas.
Iglesias cree en el Estado empresario que
crea o nacionaliza empresas. Cree en el Estado asistencialista, redistribuidor
de riquezas, que extiende una pensión a todas las personas por el mero hecho de
vivir en el país (650 euros). Cree en el Estado planificador que todo lo sabe,
que conoce el presente como la palma de la mano y es capaz de prever el futuro.
Cree en el Estado que castiga implacablemente (ama la guillotina de la
revolución francesa). Cree que la riqueza se logra trabajando menos —35 horas a
la semana— y por un periodo más breve (60 años). Cree, en suma, que la
prosperidad se logra gastando, no ahorrando e invirtiendo, como ha hecho la
tonta especie humana durante miles de años. Maravilloso.
Pero lo interesante es que Pablo Iglesias ya
ha puesto a prueba sus ideas madre, precisamente en Venezuela, donde él y su
grupo fueron contratados para encauzar de diversas maneras el “proceso
revolucionario”, algo que hicieron durante ocho años a plena satisfacción de la
República Bolivariana, tarea por la que cobraron nada menos que tres millones
setecientos mil euros: más de cinco millones de dólares.
En ese periodo, de acuerdo con las memorias
de la fundación Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS), que era la
institución que firmaba los acuerdos y recibía los dineros, Iglesias y sus
allegados ayudaron directamente a Chávez a fomentar su revolución desde el despacho
presidencial, a Telesur a crear y divulgar su propaganda, al Banco Central de
Venezuela a desarrollar su política monetaria, al Ministerio del Interior a
manejar sus prisiones (como en la que yace Leopoldo López), al Ministerio de
Trabajo a organizar sus pensiones, y al Ministerio de Comunicación a no sé qué
función exactamente, aunque algún trabajo pudieron desplegar en el Centro
Internacional Miranda, dedicado al adoctrinamiento político comunista, a juzgar
por las palabras de Juan Carlos Monedero, escudero de Iglesias, en su conmovido
homenaje a Hugo Chávez, en el que recuerda con tristeza la desaparición del
Muro de Berlín, ese monumento al estalinismo.
Es decir, Pablo Iglesias y sus amigos, de
acuerdo a los consejos que aportaban a tan amplio espectro gubernamental, en
gran medida son responsables del caos venezolano, del desabastecimiento que
padece el país, del desorden financiero, del aumento exponencial de la
violencia, del horror de las cárceles, de los atropellos a la libertad de
expresión, de la falta de inversiones extranjeras, del cierre de miles de
empresas, y hasta de la pulverización del Estado de Derecho al proponer,
presuntamente, la eliminación de la separación de poderes en los cursillos de
formación que les daban a los parlamentarios del mundillo del socialismo del
Siglo XXI.
Como me cuesta trabajo creer que Iglesias y
sus amigos forman parte de una casta corrupta, me inclino a pensar que,
realmente, lo que hay que imputarles no es un delito de fraude o peculado, sino
un alto grado de corresponsabilidad en el hundimiento de Venezuela,
precisamente por transmitirles a esos vapuleados ciudadanos las ideas y los
conocimientos equivocados.
En todo caso, es muy probable que Pablo
Iglesias, Juan Carlos Monedero y el resto del grupo, entiendan (como entendía
Lenin) que las revoluciones son así: dolorosas, y devastadoras, como
corresponde a la necesaria etapa de demolición del pasado burgués, lo que
explica la conformidad que muestran con cuanto sucede en Venezuela.
¿Qué harían Pablo Iglesias, Monedero y sus
amigos si tomaran el control de España? A mi juicio, lo mismo que han
contribuido a hacer en Venezuela. ¿Por qué? Porque no son unos cínicos racistas
que quieren para España algo diferente a lo que aplauden en Venezuela. Quieren
lo mismo. Un Estado fuerte presidido por un grupo revolucionario decidido a
implantar el reino de la justicia a cualquier costo. Quieren acabar con las
estructuras burguesas que acogotan al proletariado, destruir los podridos
partidos políticos tradicionales, encarcelar a quienes se opongan a la voluntad
del pueblo y silenciar a esos medios de comunicación que sólo representan los
intereses de los propietarios. Son mentecatos —sus mentes han sido capturadas
por el error—, como les sucede a todos los fanáticos, pero no son hipócritas.
Y, además, son ilustrados. Esto agrava las cosas.
Carlos Alberto Montaner
montaner.ca@gmail.com
@CarlosAMontaner
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