Una ojeada superficial al mundo permite apreciar los dramáticos
cambios ocurridos en las últimas décadas en los campos de la ciencia, política
y economía, aspectos que evidentemente han influenciado de diferentes maneras
en el ser humano.
Un aspecto notable es que las personalidades de extrema vitalidad,
carismáticas, que tal parecía interpretaban la voluntad de la naturaleza y
hasta parecían sojuzgarla, porque poseían una voluntad y capacidad
excepcional, al parecer han disminuido.
Otro, sin que signifique en fin de las singularidades, es que los
proyectos populistas globales no sintetizan designios ideológicos. Son
exclusivamente métodos para alcanzar y conservar el poder, aunque es válido
reconocer el renacimiento de visiones teocráticas, que aspiran extender su presencia
y control a diferentes latitudes.
Pero evidentemente, salvo lo antes referido, los idealistas del
presente tienen proyectos más modestos y dejan la tarea de un gobierno mundial,
de un mundo sin fronteras, a los tecnócratas y financistas que han hecho
posible la conversión del mundo en una aldea global.
Los líderes de estos tiempos no fundamentan su poderío en
condiciones personales de excepción. Los paladines contemporáneos son, salvo
excepciones, incluyendo los políticos, productos corporativos y del compromiso.
Existe una propensión a la negociación, al entendimiento, a
procurar perder lo menos posible en bienes contables, porque los valores
éticos-morales han disminuido en importancia en los diferendos internacionales,
nacionales y gerenciales.
Todo parece indicar que la globalización del conocimiento y de
ciertas actividades ha estimulado la multiplicación de un hombre inteligente
pero de convicciones flexibles y de tolerancia tan extrema que en algún momento
puede hasta perder su identidad e
ignorar lo que decían representar.
No obstante en el mundo moderno persisten individuos y entidades
que defienden numantinamente sus conceptos y valores, al extremo que un
pragmático del cualquier tiempo los
calificaría de arcaicos y completamente desenfocados.
Estos reductos no disfrutan de simpatías porque en realidad son
una especie de alienados en una sociedad de extrema laxitud y permisividad,
porque conservan sus principios y están
dispuestos al sacrificio extremo.
Los héroes de antaño, ya fuese por su capacidad de interpretar la
realidad o por su aptitud para vender quimeras junto a la no menos importante
cualidad de poder seducir o aniquilar a los inconformes, han marcado la historia con pasos tan firmes
que los acontecimientos más importantes de ésta, están sintetizados en un
nombre, en figuras paradigmáticas que no se pueden soslayar.
Sin duda estos personajes no siempre fueron justos, pero las más de las veces estaban asistidos
por convicciones que le permitían incursionar en los predios de la muerte y
sobrevivir, con la
energía suficiente para imponer sus criterios.
La inteligencia y lucidez junto a la capacidad de riesgo eran el
sostén de su propósito. Poseían vocación de sacrificio, contaba con una férrea
disciplina y una fe tan profunda en alcanzar la meta que seducían a sus
seguidores de tal forma que eran capaces
de entregar la vida por el ideal que el conductor decía interpretar.
Algunos se preguntaran el motivo de estas reflexiones, y es porque se aprecia que los valores éticos
que inculcaron padres y maestros del pasado,
están en una bancarrota tan aguda que las personalidades excepcionales
de las últimas generaciones orientan sus cualidades a la consecución de sus
propósitos personales sin o mínima preocupación, por el bienestar de su
comunidad.
La indiferencia, y a veces hasta la repulsa ante el sacrificio de
Abel, es más frecuente en estos tiempos que en ningún otro del pasado.
Aparentemente la última generación que fue capaz de concretar una
voluntad de cambio sobre expectativas idealistas y en una dimensión mundial,
fue la que directa o indirectamente participó, antes o después en lo que
sintetizó Mayo del 68.
Aquellos jóvenes en una conjunción inexplicable de anhelos y
propósitos y como obedeciendo un mandato telúrico que convocaba al cambio, propugnaron la renovación de los valores
éticos, el replanteo de la sociedad y exigió el respeto a su individualidad y
el uso sin restricciones de sus derechos.
Paradójicamente en aquellos tiempos donde apenas se expresó la juventud fue en
los predios del totalitarismo, por lo que es conveniente preguntarse, ¿El
proceso de desarrollo económico acelerado, tendrá los mismos resultados de
domesticación del hombre que el totalitarismo?
Sin embargo es mejor que no haya necesidad de héroes. Es
preferible una sociedad justa y equilibrada, donde los derechos de todos estén
garantizados, sin tener que recurrir a gestas que traumaticen al
individuo.
Pero también como se ha demostrado que los extremos son negativos,
hay que estar alerta en que un civismo de
pragmatismo ramplón, no genere en el futuro un hombre nuevo que tenga
como único objetivo la satisfacción exclusiva de sus propósitos, mientras cancela
sus compromisos con la tribu.
Pedro Corzo
pedroc1943@msn.com
@PedroCorzo43
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