Quien siembra vientos cosecha tempestades. Oseas, profeta menor del Antiguo Testamento
Con lágrimas en los ojos, el presidente
Maduro no dudó en acusar al “fascismo”, llegando a mencionar un sicariato. Uno
tras otro, alto personeros del gobierno descargaban su dolor responsabilizando
a los opositores de lo sucedido, clamando venganza, amenazando que “los vamos a
poner presos a todos”.
Blanca Eekhout, histérica como es usual,
publicó un tweet alarmante donde hacía acusaciones directas llamando “asesinos”
a los opositores. Diosdado Cabello, como siempre, se lució con su discurso ante
el féretro: “Sabían lo que estaban haciendo. ¿Alguien piensa que es el hampa
común? Aquí está el fascismo que está en contra de la revolución y de la
felicidad del pueblo. No quede duda de que fueron asesinados para mandarle un
mensaje a la revolución”, dijo.
A los parlamentarios de la bancada opositora
les envió este recado: “Por aquí no vengan porque no garantizo su seguridad”.
En las afueras del capitolio, la multitud gritaba improperios y groserías a los
asesinos, que por supuesto, según les dijeron sus líderes, eran de la
oposición.
De nada valieron las civilizadas condolencias
de los colegas parlamentarios, de los jefes de partidos, del flamante
Secretario de la Mesa de la Unidad. Cabello, con su fineza de siempre, le
respondió que se guardara sus condolencias, que no las necesitaban, a lo cual
el Chúo Torrealba contestó que el pésame no era para él sino para el pueblo
chavista. El trato y las expresiones desconsideradas incluían una petición de
que si la oposición se deslindara de la violencia. En un país donde todo
funciona al revés, el agresor pidiéndole al agredido que declare la paz.
Todas las formas de protocolo republicano, de
educación, de civismo, de respeto, de buenas maneras, se perdieron totalmente
en este trágico evento. Cabello lo dijo clarito: “Hago este reclamo formal
porque uno observa, incluida la Asamblea Nacional, el remitido de prensa
hablando del sensible fallecimiento. No. Aquí no hay un sensible fallecimiento,
aquí hay un vulgar asesinato contra dos jóvenes de la patria. Un asesinato.
¿Que si las formas? ¡Qué formas un carajo! Nos mataron a dos de los nuestros
otra vez. Nos los mataron”.
El Salón Elíptico, que guarda los frescos de
Martín Tovar y Tovar, valiosas pinturas y el Arca de la Independencia, el Salón
que es sede del evento formal del el 5 de julio, cuando se abre solemnemente el
arca que contiene el libro de actas de la independencia y es escenario de los
más importantes actos políticos y diplomáticos de la nación, fue tomado para el
velatorio de un diputado que apenas despuntaba en la política, que no destacó
como jurisconsulto, no fundó partidos, no presidió a senadores o diputados, no
fue presidente de la república.
Un solo presidente ha sido velado con funeral
de estado en el Salón Elíptico: Rómulo Betancourt, el padre de la democracia
venezolana. En estos 15 años han fallecido cuatro presidentes democráticos y
ninguno de ellos ha tenido funerales de estado como les correspondía.
Cuestión de honor, algo que desconocen los
actuales gobernantes.
Justificados son todos los honores como
diputado de la República, con velatorio en el hemiciclo de lo que era el
Senado, como corresponde. Pero ¿funeral de Estado? ¿Si hubiese muerto en forma
natural también hubiera sido así? ¿Tres días de duelo nacional? Si el fallecido
hubiese sido un diputado de oposición ¿le habrían brindado los mismos honores?
Pero más allá de la conducta de quienes no
aprecian las formas, el protocolo, las proporciones, están los que emulan a los
hunos, que cuando invadieron Europa profanaron con sus botas los sitios más
sagrados de la historia de la humanidad. Quienes gobiernan han actuado desde el
principio como si fuesen dueños del patrimonio nacional, para usarlo y
disfrutarlo como les de la real gana. Recuerdo el escándalo cuando reporté que
se hacían bodas de militares en el Campo de Carabobo, los lindos novios posando
bajo el Arco de la Independencia y las mesas del bonche en las caminerías de
los estanques. Sitios históricos como la Quinta Anauco fueron escenario de
sonoras rumbas. Sitios pertenecientes al patrimonio de la nación, como
Miraflores, La Casona son ahora propiedad de la familia en el poder. Por no
hablar del Museo Histórico Militar, que ahora es el altar del finado. Como
todas las oficinas públicas, que son una exposición iconográfica del sembrado.
Pero regresemos al caso Serra. Las
acusaciones irresponsables, prematuras y descabelladas, recibieron respuesta
del país sensato: hay que esperar el resultado de las investigaciones. Lanzar
esas aventuradas teorías de conspiración a un país inquieto y azotado de graves
problemas, no puede ser menos que peligrosísimo. Y así lo hemos visto a través
de las redes sociales, que se han convertido en la fuente más accesible de
información, gracias a la censura y a la autocensura producto de este
democrático régimen.
Corrieron por la red tweets terribles de
radicales que se alegraban por esa muerte. Como si eso arreglara la situación,
como si no se tratase de un ser humano con familia y amigos que le quiere. La
muerte jamás soluciona los problemas medulares y esa experiencia ya la tenemos
los venezolanos.
Pero por el otro lado los tweets chavistas no
son menos terroríficos: la irresponsabilidad de las acusaciones de los líderes
se ve traducida en mensajes amenazantes, que instan a tomar la justicia por su
propia mano, que señalan directamente al personero opositor que menos les
guste, de una forma absolutamente difamatoria.
Las investigaciones, que desde el principio
como en toda historia criminal, ha tenido sus filtraciones y los periodistas
nos enteramos. Desde un comienzo establecieron que los asesinos eran conocidos
del occiso, asiduos que sabían perfectamente de los sistemas de seguridad de la
casa.
Que asesinaron al diputado con la pasión de
quienes cobran una fea cuenta, que la muchacha muerta no era el target ni la
pareja del diputado, era su asistente, compañera de estudios en el liceo y
vivía en la casa junto a otras dos asistentes y el padre de Serra. Los vecinos
no vieron nada extraordinario porque a la casa venía gente que, según ellos,
realizaban ritos de santería a determinada hora, así como compañeros de partido
y miembros de colectivos de los cuales el diputado era mentor.
Tan bien conocían la casa, que los asesinos
se llevaron las filmaciones internas, el armamento (que al parecer era mucho
mayor a los dos fusiles declarados) y dicen versiones colectadas por reporteros
de la fuente, que cargaron también con miles de dólares que guardaba Serra en
una caja fuerte que le obligaron a abrir.
Esta semana he entrevistado varios
criminólogos y todos coinciden en estos puntos: 1) arma blanca no es sicariato 2)
decenas de puñaladas es furia 3) todo apunta al entorno debido a la facilidad
de entrada y salida de los criminales 4) el occiso tenía juntas “non sanctas”
que deben ser investigadas en primer lugar 5) Serra no tenía enfrentamiento
personal alguno con elementos de la oposición 6) los criminólogos se preguntan:
¿a quién favorecía la muerte del diputado?
Robert Serra estaba ligado a los colectivos
del 23 de enero, con quienes desarrolló actividades como la colocación de un
busto en homenaje al guerrillero de la FARC “Tirofijo” Marulanda o el
adiestramiento de menores en las milicias junto a Valentín Santana, del
colectivo La Piedrita. Se movía siempre rodeado de jóvenes pertenecientes a
esos colectivos y a otros que eran animados por el joven diputado. Un ambiente
difícil y siempre sospechoso de actividades paramilitares, como ha sido
demostrado a través de testimonios, reportajes y hechos que han confirmado las
acciones ilegales de muchos elementos dentro de estos grupos.
El martes de esta semana un hecho destapó la
olla de las respuestas al caso Serra. Un hecho que marca un deslinde del
gobierno con estos colectivos que ellos sabían estaban delinquiendo,
secuestrando, robando y hasta asesinando personas. La GN, la PNB y el CICPC
allanaron un edificio en Quinta Crespo donde hacía vida un colectivo llamado
Escudo de la Revolución. El resultado fue 5 muertos, un número indeterminado de
heridos y detenidos y el decomiso de vehículos y objetos robados.
Pero lo importante en esto es que pese a que
los guardaespaldas de Serra están detenidos o retenidos rindiendo
declaraciones, según dicen los reporteros de sucesos, sucede este allanamiento
y el cerco a otros colectivos en la zona de Catia y 23 de enero. El director
del CICPC niega que tengan relación con la investigación del crimen del
diputado, niega que haya detenidos y jamás menciona colectivos sino “banda de
delincuentes”. Cambio en léxico oficial para adaptarse a una realidad que los
venezolanos tenemos años conociendo.
Esta versión que da la policía no la cree
nadie. Uno de los muertos, José Odremán es jefe de un colectivo, ex policía y
asidua presencia en actos oficiales. En la red ruedan fotos de él con el
finado, con la primera combatiente, con el actual presidente. Y con Robert
Serra, en varias oportunidades. El segundo de Odremán, de apellido Chávez,
también fue abatido en esta operación que contó hasta con apoyo aéreo.
Y mientras los personeros del PSUV siguen
insistiendo en acusar a Uribe, al imperio, a paramilitares colombianos, a la
oposición golpista, a Lorent Saleh y hasta al diputado Carlos Berrizbeitia,
porque no entendieron que cuando les dijo que “tenían los días contados, se
refería en el parlamento debido a la proximidad de las elecciones, la policía
está haciendo el trabajo que debió hacer desde hace mucho.
Igual que en el caso Otaiza, la verdad
siempre se sabrá. Ya hemos visto al presidente reculando, aclarando que él no
está acusando a toda la oposición. Los gritos y acusaciones desde la Asamblea
Nacional hablan del pánico que sienten quienes saben que se les está
despertando el monstruo que llevan en las entrañas.
Pero hay que tener miedo, mucho miedo. El
gobierno perdió el control de estas bandas armadas que bajo el nombre de
colectivos, milicias, unidades de batalla, han estado aterrorizando a la
ciudadanía para doblegarla al régimen mediante el crimen. Y ahora se vuelve
contra ellos. Se acabaron los dólares, el callejón no tienen salida. Y nadie
debe alegrarse de esto sino apoyar y alentar a militares, policías y a
políticos de buena voluntad que a estas alturas han entendido lo que el pueblo
venezolano les está gritando desde hace tiempo: la delincuencia nos está
matando. Sin distingo de colores ni ideologías.
Este régimen está cosechando lo que sembró el
finado. Tiempos horribles, truenos y centellas vienen. Hay que tener miedo.
Charito Rojas
Charitorojas2010@hotmail.com
@charitorojas
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