Me llamó poderosamente la atención el título
del libro “Sin fines de lucro” de la filósofa Martha Nussbaum, a propósito de
la defensa de la democracia. Su autora explica algunas de las razones por las
cuales los seres humanos se comportan de manera no apropiada y en tal sentido
explica, que la primera de ellas es que quienes asumen esta actitud sienten que
no son personalmente responsables de sus actos y se escudan bajo la máscara del
anonimato, como parte de una masa sin rostro; luego mantienen dicho
comportamiento porque nadie manifiesta una opinión crítica contraria y
finalmente, que los seres humanos sobre todo los que tienen poder han perdido
su individualidad.
Por las circunstancias anteriormente indicadas su autora manifiesta
la necesidad de crear una cultura social que permita generar un entorno
influyente que combata la estigmatización y la dominación.
Este último punto de vista de la filósofa
Nussbaum podría aplicarse en nuestro país, si al frente del gobierno se encontrase
una persona que lejos de insultar, ofender, criminalizar y echar sus charadas
–pretendiendo emular a su difunto padre putativo – aceptara el diálogo y se
abocara a buscarle inmediata solución a los graves problemas que confronta el
país, como consecuencia de la ineptitud e indiferencia de funcionarios al
servicio del estado, preocupados más por sus intereses personales, que de los
males que día a día se multiplican y afecta la calidad de vida de los
venezolanos.
Algunos psicólogos sociales señalan que la
ignorancia, el interés particular y la falta de espacios para opinar pueden
generar ideas equivocadas, más aún cuando se pertenece a una determinada
parcialidad política, pues al ser parte de la muchedumbre, el individuo sufre
una especie de contagio mental y se torna sugestionable y crédulo, de tal
manera que si el líder tilda de malo a un opositor, sus acólitos asumen como
cierto este criterio, sin mayor cavilación, de tal manera que llegan al extremo
de aceptar que lo negativo es originado por el enemigo y su líder encarna lo
bueno.
Sigmund Freud en su obra “Psicología de las
masas y análisis del yo” refiere que el individuo sufre una modificación en su
personalidad y que su afectividad queda extraordinariamente intensificada, pero
notablemente limitada a su actividad intelectual y que sus acólitos precisan
“de la ilusión de que el jefe los ama a todos con un amor justo y equitativo,
mientras que el jefe mismo no necesita amar a nadie, pues puede erigirse en
dueño y señor”.
El régimen venezolano de Nicolás Maduro es una mezcla de arroz con mango. Se proclaman socialistas, marxistas y bolivarianos, y ni siquiera han leído los textos de historia en los cuales Carlos Marx llegó al extremo de calificar al Libertador de ignorante y ególatra. Se erigen en cristianos y algunos de los integrantes del gabinete (¿) ejecutivo, son santeros. Se autoproclaman defensores de los derechos humanos, y en la Corte Internacional reposan varias denuncias en su contra por la detención de estudiantes, sindicalistas y líderes políticos de la oposición. Exaltan las libertades públicas como la de expresión y manifestación, pero asfixian a algunos medios de comunicación privados, y le niegan el permiso para trabajar en el país a la periodista Patricia Juniot de la cadena televisiva norteamericana CNN, y prohíben las marchas de protesta ante la manifiesta ingobernabilidad. Es pues, un rosario de hechos más que contradicen lo que viento en popa. en sus monsergas televisivas que casi a diario realizan, los cuestiona severamente a la vista de propios y extraños.
Olvidan estos seudo revolucionarios
enquistados en el poder, que el verdadero sacudón de la izquierda llegó con la
caída del muro de Berlín, porque a parir de entonces los comunistas se quedaron
huérfanos de padre y que la necesidad de romper con cualquier conexión con el
autoritarismo soviético quedó pendiente. Aún existen en nuestro país
neomarxistas que sostienen que la permanencia de la visión estalinista es la
que explica la simpatía de la izquierda actual con el autoritarismo. En un
ensayo titulado “Controlando la herencia stalinista” publicado en el Marxist
Left Review, Corey Oakley dice que todo el apoyo que Muamar el Gadafi recibió de dirigentes
como Hugo Chávez, se debe a que en el ADN de la izquierda persiste la lógica de
Stalin y además sostiene que la asociación que se hace ahora entre una economía
manejada por el Estado y la izquierda, es una distorsión estalinista del
marrxismo. En tanto que el columnista Alfonso Reece coincide y sostiene que en
el fondo “no hay sincero arrepentimiento de los socialistas por los crímenes de
Stalin y siguen creyendo que eran necesarios para la causa de la revolución”
Las crecientes dificultades que atraviesa
Venezuela exhiben al populismo de Maduro en su punto más bajo desde que asumió
el poder hace 16 meses y ello se ha convertido en un real dilema pues no sabe
ni atina como enfrentar el descontento político y social que crece con el
deterioro de la economía, amén de que el desabastecimiento se extiende y no
cesan los disturbios en los que ya han fallecido 43 personas, en su mayoría
estudiantes y por primera vez el oficialismo ventila sus conflictos internos.
No debemos olvidar que los gobiernos
populistas emergieron amparados por una expansión rápida de precios y demanda
de materias primas y se consolidaron con la bonanza exportadora. Aunque esas
condiciones excepcionales continúan, ya no son suficientes cuando la
redistribución no logra ocultar la ineficacia administrativa, la corrupción y
el excesivo gasto público. El sustento político del modelo populista es la
distribución de la riqueza, que corresponde a la promesa de llevar bienestar a
las mayorías, al "pueblo". Esto quiere decir que requiere de una
riqueza sostenida como base material. Y también de la percepción de que esa
distribución solo puede garantizarla un proyecto político que proclame la
superioridad absoluta del poder del "pueblo", por encima de cualquier
norma o razón. Por eso apela a uno de los componentes de la democracia, la
regla de la mayoría, menoscabando la otra, el respeto a las leyes que garantiza
las disidencias y protege a las minorías.
El populismo captura el poder y redistribuye
riqueza, pero no la repone: por eso sus políticas carcomen el sistema
productivo. Y cada vez que esa riqueza alcanza los límites de su agotamiento,
los populistas son engullidos por las crisis que generan o se ven obligados a
cambiar sus políticas para sobrevivir, más aún si bajo premisas de un gobierno
del pueblo y para el pueblo, engañan con falsas promesas amparadas bajo un
tutelaje dizque revolucionario y socialista del siglo XXI.
La desidia del régimen de Maduro llega a extremos inauditos, como el
caso reciente del peligro que amenaza la presencia del virus del Ébola en
varios continentes del orbe, por lo que la Organización Mundial de la Salud
(OMS) recomendó la aplicación adecuada de los protocolos de bioseguridad para
evitar que el virus se expanda, a lo cual las autoridades de la salud
venezolanas solo se han limitado a señalar que el gobierno está adoptando las
previsiones del caso, al mismo tiempo que médicos y enfermeras de los centros
asistenciales denuncian que no se han aplicado aún las adecuadas políticas de
prevención y exigen al gobierno la más inmediata atención a este problema.
.Estamos pues a las buenas de Dios, por culpa
de un régimen que se empeña más en el discurso populista y demagógico, que a la atención de las prioridades
elementales como el de la salud, prioridad que junto con la educación y la
seguridad constituyen el pilar fundamental de un estado, pero de un estado de
derecho y no de un régimen que fanfarronamente hace alarde de que los
venezolanos vivimos en paz, sin violencia y en pleno disfrute de una democracia
inclusiva. ¡Habrase visto tamaño descaro!
Carlos
E. Aguilera A.
careduagui@yahoo.com
@_toquedediana
Miembro
fundador del Colegio Nacional de Periodistas (CNP-122)
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