La decapitación de James Foley y Eugene
Armstrong por el grupo extremista Estado Islámico, está provocando la
redefinición de las relaciones globales de las democracias occidentales con los
regímenes que propician y financian partidos y grupos islamistas radicales, así
como la actitud antes esas agrupaciones. Barak Obama, forzado por las
circunstancias, ha endurecido sus posiciones. Frente a la vocación
expansionista del islamismo totalitario no queda otra alternativa que elevar el
calibre de las acciones.
El
Islam, como la mayoría de las religiones, está integrado por corrientes
diferentes. Unas de signo moderado, otras dogmáticas e intolerantes que actúan
de forma agresiva y han cobrado una fuerza creciente. Su meta consiste en crear
Estados teocráticos en todos los países del planeta e imponer la Sharia, o ley
islámica, como eje ordenador de la vida colectiva. No se trata de una
interpretación moderna de la Sharia, que incluye el respeto a los derechos
humanos, a las minorías y a la pluralidad de credos y religiones, y a la
igualdad entre los sexos, sino que consiste en una exégesis ortodoxa y
retrógrada, en la que prevalece el autoritarismo, la intolerancia y el machismo
en su forma más agresiva.
Esta
manera de asumir el Islam se refleja en todos los espacios de la vida pública.
En ella desaparecen las fronteras que deben separar la Religión, el Estado y la
Sociedad. Esta división de ámbitos, que le tomó siglos a Occidente trazar,
queda abolida en la concepción dogmática del Islam. Sin esa separación resulta
imposible construir una sociedad y un Estado laicos en los que puedan coexistir distintos credos religiosos
y diversas ideologías. Cuando la religión se transforma en un modo de vida
obligatorio, impuesto de forma compulsiva, sin tomar en cuenta el libre
albedrío, las naciones se convierten en grandes cárceles, en comunidades
confesionales, aunque la mayoría de las personas profesen esa creencia. La
libertad queda proscrita porque el individuo no puede elegir entre opciones.
Este proceso está viéndose en Sudán, Afganistán, ahora en Irak, y en muchos
países africanos que han caído bajo el totalitarismo de estas sectas lunáticas.
El Gobierno de Noruega recientemente
tomó una medida ejemplar: prohibió en su territorio la construcción de
mezquitas financiadas por Arabia Saudita, mientras las autoridades de esta
nación impidan la libertad de culto.
Eso se llama en diplomacia, reciprocidad:
si usted no permite que sus ciudadanos tengan libertad para profesar la
religión que deseen y castiga a quien se aparte del credo oficial, tenemos el
mismo derecho de oponernos a que su religión se extienda por nuestro
territorio. Esta medida no ha recibido el apoyo que merece. El miedo a las
represalias del poderoso productor petrolero parecieran estar operando.
La
reciprocidad habría que extenderla a otros campos. En Europa cada vez se ven
más mujeres con burka, el ominoso traje que las asfixia. ¿Acaso las mujeres
occidentales pueden usar minifalda o un simple blue jean en los países
musulmanes? Cuando una mujer de Occidente visita los países dominados por la
Sharia, no pueden manejar un automóvil, salir solas a un restaurante o andar
con el rostro descubierto. Entonces, ¿por qué aceptar que costumbres y
prácticas reñidas con el respeto a los derechos humanos se extiendan a los
países occidentales? En Francia y Alemania se han registrado numerosos casos de
ablación (castración del clíctori) en la población inmigrante musulmana, lo
cual constituye un delito, pues se trata de una amputación. Cierta izquierda complaciente llega a justificar
estas mutilaciones en nombre del multiculturalismo. l
Existen
muchos terrenos en los que habría que aplicar
la reciprocidad. No obstante, lo más importante es que las democracias
occidentales fomentan el surgimiento y consolidación de movimientos liberadores
en el seno de las sociedades martirizadas por esas hermandades enceguecidas por
el dogmatismo.
Turquía
es un buen ejemplo de cómo es posible edificar un Estado seglar con una
sociedad mayoritariamente musulmana. Ataturk, padre de la República, se propuso
este gigantesco reto y lo logró. Su enorme prestigio y autoridad sirvieron para
que la nación lo asumiera. La experiencia ha sido compleja por las tensiones
habidas. Los partidos islamistas han tratado de modificar el perfil del Estado
para convertirlo en una institución parecida al Estado confesional iraní. El
Ejército –que en Turquía actúa como un sector modernizador y seglar- ha sido la
principal fuerza de resistencia frente al islamismo, y guardián del legado de
Ataturk. El nuevo Presidente, Erdogan, de creencias islamistas, tendrá que
someterse a la norma: Estado, por un lado; Religión, por otro. Es lo mejor.
Trino
Marquez Cegarra
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc
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