Jean-Luc Nancy es uno de los filósofos
franceses contemporáneos más importantes del post-modernismo; tiene una obra
amplia y profunda que apunta al espinoso asunto de la percepción del ser, en
términos más urgentes, a lo que se ha llamado “La crisis de la percepción”, es
decir, cómo abarcamos al mundo, a nosotros mismos y a los otros.
Nancy parte del postulado de que el hombre
sólo está abierto a la existencia y al mundo; subrayo sólo, porque es clave en
su planteamiento ya que no tenemos que hacer absolutamente nada para
experimentar el mundo, sencillamente, al ser “arrojados” a la vida, la
consecuencia radical de existir es “ser” en un espacio y un tiempo que se nos
abre a cada instante, en un continuo presente.
De acuerdo a su teoría, pueden desaparecer
las causas de la existencia, podemos prescindir de la figura del creador, ya
que lo único que importa y existe es el ser y, con él, el mundo; por lo menos
hasta nuestra muerte.
Nuestra experiencia es lo único que existe y
esto trae unas consecuencias importantes: Primero, el mundo, que de acuerdo a
Nancy ya no está “allá afuera”, no son cosas, representaciones u objetos aparte
de nosotros mismos, el sentido del mundo está en nosotros y nosotros tenemos
sentido por la manera como lo percibimos.
En una segunda instancia están los “otros”
que, como yo, comparten esa experiencia única, momentánea y local que es la
vida, pero que según Nancy, gracias al progreso de la humanidad, esta
experiencia se ha convertido en un asunto global, planetario, no de humanos,
sino de humanidad.
Para Nancy los humanos no tenemos
sensaciones, “somos” sensaciones, experimentamos el mundo y éste a nosotros,
basta con ser pasivos sensorialmente para que un inmenso caudal de sensaciones
nos inunde, imposible apagar ese flujo al menos que estemos muertos.
El mundo carece de objeto, de explicación, de
razón; Nancy es un deconstructor del cristianismo, estudia el mundo sin
necesidad de Dios.
En sus libros, La création du monde ou la
mondialisation (2002) y La déclosion (2005), desmantela la tradición occidental
y la seculariza, el mundo y la persona constituyen una sola trama de
sensaciones.
En sus propias palabras: “El mundo está
estructurado como sensación y la sensación estructurada como mundo”; Dios no
tiene cabida en tal ecuación.
Nancy arma su argumento basado principalmente
en la idea de Kant sobre las condiciones transcendentales de la existencia, y
en el concepto de Heidegger de mundo como sensación de “lo que es”.
Curiosamente, sus seguidores afirman que tal
posición le pone fin tanto al nihilismo, que no le ve sentido a la existencia,
como al idealismo, que le atribuye virtudes, ya no hay necesidad de que la vida
tenga sentido alguno, la vida “es sentido”, es causa operante.
Pero Nancy se cuida de no negar
categóricamente la existencia de Dios. El hecho de que el mundo pueda ser
explicado sin la existencia de Dios no significa que Dios no exista;
simplemente, Dios no pertenece a “lo que es”, su naturaleza es otra.
El hombre está en un constante “modo de
percepción”, abierto a las sensaciones, lo que nos hace un ser en impresiones
que nos obligan a una constante exposición y transformación del mundo, en un
fenómeno que Nancy llama “trans-imanencia”.
La idea del origen del mundo, predicado por
el cristianismo, se convierte entonces en una multiplicidad de mundos en
constante origen, en un sinnúmero de fenómenos que nacen a cada instante, en
cada acto de la persona, siempre momentáneo y local.
El mundo nunca está frente a mí, yo soy el
mundo.
Mi mundo, empieza y se acaba conmigo. Según
esta idea, el cartesianismo es una ilusión, las resonancias del mundo están
dentro de mí, por lo que el mundo se convierte en un lugar de posibilidades
infinitas de acción.
Es a partir de este punto que Nancy se
plantea “la importancia de ser para…”, hay implícita una necesidad de apertura,
de coexistencia, de ser al mismo tiempo singular y plural, somos uno,
individuales, y al mismo tiempo somos parte del otro o de los otros, pues
“ser”, implica estar juntos, dándonos existencia unos con otros, percibiéndonos
como comunidad.
Para Nancy, la existencia es necesariamente
una experiencia compartida, de múltiples voces donde existe una pluralidad de
interpretaciones, versiones, experiencias y puntos de vista y es en esta
singularidad que nace la política, como instrumento del “ser” para alcanzar el
“nosotros”.
Nancy lanza su crítica al totalitarismo en el
siglo XX, como un intento de igualar la totalidad de voces en un solo sentido,
en un único camino y dirección, contradiciendo la esencia misma de la vida, es
por ello que toda imposición de un pensamiento único es de entrada anti-natura.
En el excelente ensayo El sentido del ser con
Jean-Luc Nancy, de Ignaas Dervish, claramente explica esta paradoja que plantea
Nancy: “Nosotros no podemos existir sin estar expuestos a otros, sin
coexistencia… por lo que debemos desarrollar una estructura ideal que nos
permita coexistir… el espacio en que nos convertimos un ser en el mundo es solo
el movimiento y el acto de nuestra comunidad, como sensación finita para darnos
cabida… lo que nos obliga a no ser una singularidad sino a existir en
pluralidad.”
Para quienes gustamos de la ontología,
Jean-Luc Nancy es una lectura necesaria, y para los que creemos en la globalización como el camino superior de
la existencia en el mundo, Nancy es pionero y fuente de inspiración. –
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul
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