A veces me deprimo.
Gran vaina, dirán los lectores.
No es mi estado natural. La depresión, digo. Me considero un tipo
echado palante. ¡Pero hay que echarle!
No digo para ser feliz, tan sólo para ser positivo.
Basta que salga de mi burbuja de
flora y fauna y tope con la basura acumulada en las esquinas. Porque a la
Alcaldía chavista no se le ocurre ni siquiera poner contenedores. Aunque fuese
un par de contenedores, ya que nadie la recoge. Dicen que tienen un solo
camión. Y utilizan los repuestos de las unidades dañadas. Porque se han robado
todos los reales, o los usan en pendejadas proselitistas que en realidad no son
pendejadas porque así se mantienen en el poder. Y la gente, anda paseando las
bolsas en sus carros hasta que el azar les resuelva el problema, o las bota de
noche, pecaminosamente, en la carretera. O le paga a un vecino para que se la
lleve y a ver donde la lanza. Pa salir deso pues.
Ni que hablar de la planta de
transferencia de Las Mayas, que ya no existe porque la basura rebasó el techo y
la estructura quedó sepultada. No es chiste. Y las palas mecánicas hundidas en
aquella pirámide hedionda, el Teotihuacán al Dios Revolución, y no logran
desenterrarlas o desembasurarlas.
Y la vecina con su hijo muy
enfermo recorre farmacias y no consigue la medicina. Y la otra tiene que parir
por un litrito de aceite comestible, un lujo. Y yo debo pasar por el trago
amargo de comprar cemento, un trámite oscuro cual tráfico de heroína. Y por la
humillación de sólo puede llevarse tres jabones para baño señor. Tres. Y sólo
un litro de leche nicaragüense. Uno. Y las empacaduras del motor no terminan de
llegar de Colombia. Dos meses. Y me cuenta otro vecino que transporta muebles a
Santa Elena de Guairén, que debe de cargar un fajo de billetes para repartir en
las alcabalas de La Guardia. Guardia del Pueblo la llaman. Tienen tarifa para
cada cosa. Y el gobierno repite y repite que es una guerra económica de la
burguesía apátrida. Y muchos se lo creen. Y me consigo con una vieja amiga
uruguaya, de nuestras épocas de Talibán, que me dice como sabrás yo soy
chavista. Gran novedad contesto. Y soy de las que piensa que esto tiene que
seguir adelante y los errores corregirlos sobre la marcha, agrega. Y después
golpea sus manos para arriba y para abajo como quien se sacude la tiza. Listo.
Tan segura ella de lo que están haciendo. Tan convencida revolucionaria.
Cagando el país con tanta asertividad.
Y entonces llega un señor a
instalarme un portón que protegerá mi burbuja y dice que se salió de las obras
del Metro porque aquello era una matazón entre los sindicalistas. Pasaban
motorizados por los portones donde los tipos negocian quien entra y quién no,
con tarifa también, y disparaban a mansalva, al montón. Caiga quien caiga.
Por
los reales. Y que los muchachos que lograban entrar a trabajar, lo único que
esperaban era cumplir los tres meses para irse y cobrar un billete. Un billete,
repite. Y con eso salían corriendo a comprarse una moto y una pistola. Lo único
que les interesa: una moto y una pistola.
El Hombre Nuevo Venezolano.
Pero no tomo pastillas.
German Cabrera
german_cabrera_t@yahoo.es
@germancabrerat
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