El 9 de julio de 1962 se inicia en
Venezuela la producción de acero dentro del programa de la Siderúrgica del
Orinoco, cuya primera etapa se concluirá a finales de ese mismo año con una
capacidad instalada de 760.000 toneladas de acero, a lo cual se agregaba la
construcción de la central de Macagua que produciría la fuerza eléctrica
(370.000 kilovatios) requerida por la Siderúrgica y para el desarrollo de las
industrias conexas.
Prevista para 1963 estaba la instalación
de una planta de laminación de planos, con lo cual el envasado de productos,
especialmente agropecuarios, se realizarían en condiciones ventajosas;
refrigeradoras, lavadoras, automóviles, camiones, puentes y edificios serían
ensamblados y fabricados con acero venezolano; materias primas y productos
intermedios y finales constituirían un poderoso impulso para el desarrollo de
las empresas privadas, para la fabricación de artículos de consumo durable y,
en general, de toda clase de bienes de capital. (También para fines de 1962 se
finalizarían las principales plantas de fertilización y la expansión de la
Petroquímica.)
Invisible también para los extremistas de
izquierda y derecha, que ahora conspiraban juntos, unidos como cuando el
régimen de Medina Angarita, la institucionalidad democrática pensaba en el
futuro de una tierra que contenía recursos que no se encontraban en igual
concentración en otra parte del mundo, consistente en hierro y acero, energía,
aluminio, manganeso, maderas aprovechables, petróleo y gas natural, que
permitían estimar un desarrollo industrial de tal magnitud, que en un futuro su
potencial de exportación anual –en el complejo de hierro y acero solamente
implicaba un ingreso en divisas igual o superior al que para ese momento proporcionaba
la industria petrolera.
Paralelamente marchaba la programación de
la gigantesca represa del Guri para generar 6 millones de kilovatios. Había
conciencia sobre el valor de nuestras riquezas naturales y la fe y capacidad
venezolanista para explotarlas en beneficio del país, y una lúcida convicción
de estar echando los cimientos inamovibles, sólidos, de una nación de economía
diversificada.
Tamañas inversiones justificaban con
creces el que no se podían resolver al unísono todos los problemas del país,
como Rómulo lo reiteraba frente al país, pero Venezuela buscaba no depender del
solo hilo petrolero para su independencia económica. Por eso también se creaba
la construcción de la ciudad Santo Tomé de Guayana, buscando no repetir los errores
del desarrollo a la diabla, desarticulada y sin servicios públicos, que con el
petróleo se habían ya vivido en Anaco, El Tigre, Cabimas, Lagunillas y Punto
Fijo. Ciudad Guayana y Guayana toda sería coherente.
También la meta que se tenía para 1964 de
construir 27.000 kilómetros de carreteras pavimentadas en todo el país, con lo
cual Venezuela tendría el núcleo vial mejor estructurado de América Latina y
otras partes del mundo, ya se habían construido –en tres años- sólo en el
Estado Bolívar 367 kilómetros, 90 kilómetros de caminos vecinales y 14
kilómetros de avenidas en Ciudad Bolívar y San Félix. Entre ellas: Upara-El
Manteco, Ciurdad Bolívar-Maripa, Santa Elena-Paraitepuy-Icabarú,
Caruachi-Upata, Guasipati-El Callao, Puerto Ordaz-San Feelix, Guasipati-El
Miamo, El Callao- La Conservita-Las Animas, La Escalera-Santa Elena,
Maripa-Caricara, El Callao-Tumeremo-El Dorado, Ciudad Piar-La paragua, con
ramales a San Francisco y Santa Bárbara; más 90 kilómetros de vías de
penetración agrícola, caminos vecinales y vías de acceso del campesino hacia
centros de venta y consumo. De 4 calles pavimentadas que tenía Upata en 1959,
para 1962 estaban todas pavimentadas. A esto se agregaba la construcción del
puente sobre el río Orinoco, símbolo de la integración de Guayana al desarrollo
económico y social del país. Obras grandes y pequeñas en inteligente armonía.
Así como se desarrollaba un desarrollo
inusitado por vía terrestre, se habían ya ampliado o pavimentado los
aeropuertos de Ciudad Bolívar, Tumeremo y Guasipati, y se construyeron
totalmente los de Paritepuy, Caicara y la Divina Pastora. Igualmente se habían
construido 50 edificaciones educacionales, entre liceos, grupos escolares con
comedores anexos (26), escuelas rurales (9), La Escuela Normal, la Escuela de
Comercio y las Escuelas industriales, una escuela para técnicos y peritos
agrícolas y la segunda etapa de la Escuela de Medicina de la (también creada)
Universidad de Oriente; todo ello distribuido en las siguientes poblaciones:
Upata, El Palmar, San Félix, Caicara del Orinoco, Tumeremo, Guasipati, La
Sabanita, Puerto Ordaz, Maripa, El Roble, Ciudad Bolívar, La Paragua, Maitaco,
El Frío, Santa Fe, El Dorado, El Arrozal, La Sierra, Las Bermudas, Santa
Bárbara, Las Trincheras, Campo Alegre, Tócoma, El Cristo, Los Hicoteos, La
Flor, Sierra Maestra, y otras.
En materia de salud pública, se concluyó
el Hospital de Upata, los dispensarios rurales de El Miamo, Las Bonitas, Santa
Rosa, El Cristo, Santa Bárbara y Sierra Maestra, el Hospital Antituberculoso de
Ciudad Bolívar, El Hospital Siquiátrico de Ciudad Bolívar, el Centro de Salud
de Caicara y la Escuela de Enfermeras de Ciudad Bolívar. En materia de
viviendas: 502 unidades en Ciudad Guayana (1.000 más en proyecto), 780
viviendas rurales, 800 parcelas en El Roble y San Félix, 450 parcelas en
Castillitos y Puerto Ordaz, el Hotel Cunucunuma, 144 apartamentos en Ciudad
Guayana, 200 casas en Las Moreas y 20 casas en Upata; en proyecto habían otras
1.000 casas más. En cuanto a remodelación de viviendas, estaban habilitados los
créditos que otorgaba el Banco Obrero.
En materia de electrificación, además de
lo implícito en la planta de Macagua y en la represa del Guri, ya se había
instalado la Planta eléctrica de El Callao con línea de transmisión a
Guasipati, además de las redes pertinentes a Aripao, Santa Rosalía, Las
Majadas, Maripa, Santa Bárbara, Macagua Nº1, El Pao, Upata, El Callao y
Tumeremo, centros para la transmisión a poblaciones circundantes.
La electrificación iba paralela a la
instalación de acueductos y cloacas –en toda la República-, en lo cual ya se
habían cubierto Upata, Guasipati, San Félix, El Roble, Puerto Ordaz, Ciudad
Bolívar, Tumeremo, La Urbana, Las Majadas, Las Bonitas, Aricuao, Santa Elena,
El Palmar, Santa Bárbara, San Francisco de La Paragua, La Primera Agua, El
Rosal, El Manteco, Maripa, El Miamo, Cabeza Mala, Los Linderos, Santa María,
San Lorenzo, Sabanita, San Martín, La Urbana, Santa Rosalía, El Callao, Ciudad
Guayana, Santa Elena, y otras. La Reforma Agraria había entregado tierras y
títulos de propiedad a 1.800 familias, y los créditos a la producción agrícola
habían logrado aumentar la producción de arroz en 134% desde 1959. Se habían
otorgado más de 9.000 créditos empresariales, incluyendo a la pequeña y mediana
industria.
El Gobierno de Coalición no realizaba una
política de desarrollo limitada a las áreas metropolitanas, sino una proyectada
en todos los ámbitos del país. Y no eran shows mediáticos adornados con
multitudes en las plazas públicas, porque aún no había cundido el virus de
hacer de los eventos de inauguraciones un marco para el lucimiento de los
líderes políticos. En el Gobierno de Coalición había un equipo de especialistas
dirigidos por un Jefe de Estado, revisando la marcha de la administración
pública, observando sus fallas y aciertos, atendiendo al obrero, al industrial,
al hacendado, al campesino, al profesional, al estudiante. No solo atento a la
defensa de las libertades públicas sino que haciendo una obra positiva desde el
punto de vista del desarrollo económico, cultural y social de Venezuela.
Y era una obra que se hacía dentro de
tiempos tormentosos, acosado por la doble pinza de esas dos conspiraciones, de
izquierda y derecha reaccionarias, que pretendían que el país renunciara a las
libres y soberanas instituciones democráticas para establecer un régimen
similar al de Cuba, como apéndice foráneo.
La mayoría de los venezolanos, fuesen o no
partidarios del Gobierno de Coalición, reaccionaban al unísono en defensa de la
democracia, dedicados a sus actividades normales, a su ímprobo y laborioso
esfuerzo cotidiano, no envenenado en cada respiro de su vida por una
avasallante priorización de la política.
Al margen de la lucha antidemocrática, los
partidos democráticos de la oposición podían tratar con un Presidente que no
actuaba como personero de una determinada parcialidad política, sino en
representación de todos los venezolanos y a favor de una tierra que podía
comprobar la realización de una labor extraordinaria que beneficiaba a toda
Venezuela.
Alberto
Rodriguez Barrera
albrobar@gmail.com
@albrobar
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