La acedia es pecado. San Juan Damasceno la
definió como "una especie de tristeza deprimente"; Santo Tomás la
describe como "tristeza mundana" San Gregorio Magno la denomina como
la apatía en torno a los preceptos. El Dr. Aquino afirma que siempre es algo
malo; ya sea por sí misma o por sus efectos. Es mala en sí misma cuando la
tristeza es causada por un bien verdadero, pues el bien espiritual sólo debería
alegrar.
Es mala en sus efectos, cuando la tristeza es causada por algo que
verdaderamente es un mal (y por tanto, tendría razón de entristecer) pero
entristece al punto de abatir el ánimo y alejar de toda obra buena. En este
sentido San Pablo, hablando del pecador, dice a los corintios: Perdonadlo y
animadlo, no sea que se vea hundido en una excesiva tristeza (2 Cor 2,7)
San Juan Clímaco le dedica uno de los
"escalones" de su "Escala Espiritual" describiéndola con
términos semejantes.
Evagrio Póntico detallaba al acedioso
diciendo: "La acedia es la debilidad del alma que irrumpe cuando no se
vive según la naturaleza ni se enfrenta noblemente la tentación. El flujo de la
acedia arroja al monje de su morada, mientras que aquel que es perseverante
está siempre tranquilo. El acedioso aduce como pretexto la visita a los enfermos,
cosa que garantiza su propio objetivo. El monje acedioso es rápido en terminar
su oficio y considera un precepto su propia satisfacción…
Es una desazón de las cosas espirituales que
prueban a veces los fieles e incluso las personas adentradas en los caminos de
la perfección; es una flaccidez que los empuja a abandonar toda actividad de la
vida espiritual, a causa de la dificultad de esta vida.
Garrigou-Lagrange la definía como
"cierto disgusto de las cosas espirituales, que hace que las cumplamos con
negligencia, las abreviemos o las omitamos por fútiles razones. La acidia es el
principio de la tibieza.
Ubicando algunas pistas…
Seria fácil ver, si se respetase la teoría
democrática del derecho de las mayorías, que no solo trata de mencionar o no el
rol del cristianismo en la historia, sino de impedirles a los cristianos el
derecho de configurar su mundo y su cultura de acuerdo a su fe. Uno se asombra de lo que pudiera suceder que
no solo se mencionara el cristianismo sino que se les diera libertad de
configurar cristianamente su mundo a los cristianos en un continente en que son
abrumadora mayoría: 555 millones de cristianos (269 católicos, 170 ortodoxos,
80 protestantes, 30 anglicanos) y 39 millones de otras religiones (32 de
musulmanes, 3,4 de hebreos, 1,6 hinduistas, 1,5 budistas, 500 mil sikh).
Resulta igualmente asombroso que se acepte sin crítica y sin respuesta el
“miedo” a los cristianos que debería ser examinado e interpretado como una
forma de acedia. Es asombroso que se
pueda admitir por “obvio” que un mundo de clara mayoría cristiana deba
organizarse en forma laica y considerar “comprensible la desconfianza de
quienes temen que detrás de las raíces cristianas se esconda la intención de
imponer o privilegiar una determinada identidad de acuerdo a su fe y su
cultura, aun respetando los espacios de los demás religiones”.
Ceder a la compulsión laicista ¿no es ceder a
una de las formas más terribles de la pretensión igualitarista e igualadora de
la ideología de la envidia? En efecto: es la pasión igualadora, secularizadora,
desacralizadora de la ideología de la acedia. Aplicada a la iglesia, a los
fieles, al pueblo católico, la afirmación de Gonzalo Fernández de la Mora,
cobra ribetes escalofriantes: Aquellos que se rebelan contra el sometimiento a
la ideología instalada, comúnmente los mejores, son eliminados o
marginados. ¿Puede aceptarse como
comprensible el miedo a la existencia de una humanidad de hijos de Dios? ¿No es
eso lo que pretende el igualitarismo laicista lograr que el hombre católico se
auto imponga?
Este ejemplo actual de obnubilación para la
licitud de la pretensión cristiana en la historia, y la ciega condescendencia
ante su pretensión arbitraria de excluir los derechos de las mayorías
cristianas, sospechar y considerarlas peligrosas, es un síntoma que muestra la
actualidad del diagnostico acerca del mal espiritual que aqueja, no solamente a
nuestra civilización sino también a destacados miembros de la intelectualidad
católica y que amerita llamarla civilización de la acedia, como habían
comenzado a hacerlo desde 1996. En diversos escritos y conferencias, de esta
percepción se han ido confirmando sucesivamente varios hechos.
Primero el interés de infinidad de lectores.
Luego la avidez con que se agotó la primera edición del libro de Horacio
Bojorge, S.J. En mi Sed me dieron
Vinagre. La Civilización de la
Acedia. Ensayo de teología pastoral,
Edith. Lumen, Buenos Aires, 1996. Y así
han ido llegando a conocimiento de los lectores, uno tras otro, los estudios
que hemos citado antes de William J. Bennett, Francisco Canals Vidal, Fr.
Armando Díaz O.P y Mauricio Echeverría.
Se establece en (2001) un productivo dialogo sobre el tema en el Foro
Virtual de la Universidad Balmesiana.
Desde esa fecha la observación ha venido siendo recogida bajo la égida
de Santo Tomás.
En el prólogo del libro de Horacio Bojorge,
S.J. Mujer: ¿Por qué lloras? Señala una serie de autores y obras, que se ocupan
de hecho, de diversos efectos de la acedia, pero sin reconocerlos como tales y
sin mencionar el mal que son claros síntomas. No se trata solamente de un
asunto de nomenclatura o lexicográfico, se trata de que no se le reconozca y
por tanto tampoco se señala la verdadera entidad espiritual del fenómeno que se
tiene entre manos. Decía Bojorge allí: “Es reconocible la descripción de
diversas formas de acedia eclesial en numerosas obras teológicas, pastorales y
de espiritualidad”. Por ejemplo: H. Urs Von Balthasar ha descrito la acedia,
ante el primado de Pedro el magisterio papal, aunque sin presentarla explícitamente
como tal. Una de sus grandes obras
teológicas: Gloria. Puede considerarse
un alegato contra la acedia infiltrada en el quehacer teológico occidental de
los últimos siglos, hecho de espalda al bien de la belleza. El jesuita francés André Maranche ha descrito
la acedia gnóstica contra el Magisterio Apostólico y el Orden Sagrado. René Laurentin ha señalado numerosos objetos de la acedia en
la Iglesia del fin del Milenio: ante los movimientos, ante las apariciones
marianas, acedia académicamente ante la piedad y la fe. H.J.M Nouwen hace una acabada descripción de
la acedia pero sin llegar a darle ese nombre, en la que es, quizás la más
nombrada de sus obras, al describir la acedia del hermano mayor del hijo
pródigo. De la acedia litúrgica han disertado con preocupación, sin llamarla
tampoco por su nombre, el Cardenal G. Danneels, Max Thurian y el afamado
liturgista catalán Pere Tena o el menos reconocido capuchino vasco José Luis
Ansorena. J.L. Idigoras jesuita español
destinado al Perú, señalaba desde allí, ya hace años, la acedia de los clérigos
ante la religiosidad popular.
Continuando con la decodificación de obras y
autores que tratan de la acedia sin reconocerla como tal, se señala en el
capítulo quinto de Mujer ¿Por qué lloras? Víktorl Frakl, el psiquiatra
austriaco sobreviviente de Auschwitz, ha impuesto en la ciencia psicológica
moderna el reconocimiento de que, la depresión se debe a la pérdida del sentido
de la vida: El hombre necesita tener un sentido último. Y ese sentido último ha de ser un bien que no
se pueda perder. Ahora bien el así llamado mundo contemporáneo, se
edifica voluntariamente bien sea negando en forma teórica, bien sea
prescindiendo en forma pragmática, de todo sentido último.
Dicho con mayor exactitud: alejándote de Dios
como sentido final, como el gran para qué para quien del hombre y el
universo. Y esa es la raíz de su
tristeza característica.
Las
afirmaciones de Viktorl Frakl, Se ven confirmadas por EJ. Bennett: “La
explicación que les ofrezco es que la verdadera crisis de nuestro tiempo es de
naturaleza espiritual. Concretamente,
nuestra dolencia es lo que los antiguos llamaban acedia. Es una aversión y una negación ante lo espiritual.
La acedia se pone de manifiesto en una ansiosa e indebida preocupación por lo
exterior y lo mundano. Consiste en una pachorra y ausencia de interés por las
cosas divinas. Traen aparejada según los antiguos, una cierta tristeza y dolor
por todo. La acedia se pone de manifiesto en un rechazo carente de alegría,
malhumorado, y egotista de la vocación de ser, hijos de Dios. El hombre
contagiado de acedia odia todo lo espiritual y quiere verse exento de sus
exigencias. Según los antiguos teólogos
la acedia produce odio contra todo lo bueno. Y este odio realimenta y
exponencia el rechazo, el mal humor, la tristeza, el dolor y la frustración”.
Es
la misma realidad que se refleja en la frase de Bossuet, citada por Francisco
Canals Vidal: “Este inexorable aburrimiento que constituye el fondo de la vida
del hombre que ha vuelto la espalda a Dios”.
A la acedia me parece continua diciendo F. Canals Vidal hay que
atribuirle la drogadicción, el suicidio juvenil, el conflicto de generaciones y
demás. Hay cosas que no se explican sin
esa teología de la acedia, el más grave de los vicios capitales que puede
llevar por un camino aburrido a la soberbia y a la rebelión contra Dios y el
prójimo y a la absoluta insoportabilidad de la vida, porque el fondo de la vida
sería tan inexorablemente aburrida…”
“La
acedia observa atinadamente W.J. Bennett no es un mal espiritual nuevo, por
supuesto. Es conocido como el séptimo
pecado capital. Pero hoy escandalosamente en aumento”.
A
medida que avanza, la cultura moderna, que se prolonga y se consuma en la
post-moderna, al mismo tiempo que se ha ido imponiendo el “progreso” a los
pueblos, se les ha ido quitando las alegrías de las que no carecían los
pobres. Mientras que no siempre ni a
todos los ha sacado de la pobreza, sí los ha empobrecido humanamente. Los pueblos que nuestra civilización llama
primitivo suelen contar de alegría durante el trabajo, se regocijan cuando
comparten sus alimentos así sean unos mendrugos, se alegran en su matrimonio y
con sus hijos y no necesitan costosísimas vacaciones para repararse el stress.
El
psiquiatra y psicólogo social Tony Anatrella, conocido por su obra El Sexo
Olvidado, es autor de una obra que
titula La Sociedad Depresiva.
La depresión es no solo la enfermedad más extendida en nuestra civilización,
sino su mal característico. La nuestra es una sociedad deprimente. “La sociedad
deprime dice Anatrella, por que ya no esta animada por un ideal que la
trascienda.
Un
ambiente de muerte y la idea de un universo carente de perspectiva sofocan
nuestra sociedad. El numero creciente de
enfermos depresivos y la utilización masiva de ansiolíticos lo demuestra.
A
la manera del deprimido, nuestras sociedades se han idealizado como si ellas
pensaran ser ellas mismas su propio ideal. Y queriéndose liberar del creador,
lo han cambiado por ideologías alienantes y desesperanzadoras para el hombre,
basadas en el mito triunfador de la ciencia y la tecnología. Mientras nuestras sociedades no renuncien a
este yo idealizado que no tiene fundamento real, ellas se sumergen, en la
depresión”.
Tony
Anatrella enumera también otros síntomas acédicos: “Los dogmas son percibidos
como sofocantes para la experiencia humana; la sociedad descuida el sentido del
ideal; ignora o rechaza las adquisiciones, culturales, religiosas y sociales”.
La
acedia es una dolencia espiritual que se caracteriza por la ceguera para el
bien, ya que no se le ve, ya por que se le ve como un mal. Hemos llamado este
fenómeno apercepción y dispercepción. La acedia, como la tristeza por los
bienes espirituales de que se goza la caridad, los hace ciegos para la
consideración de esos bienes.
De
esa ceguera mental para ver el bien la ha abordado el Dr. Angélico en la
Secunda secundae, q. 15 Art. 1, donde sitúa la ceguera para el bien como un
pecado que tiene su causa principal en la lujuria. Y respondiendo a la objeción
tercera afirma conocer la verdad es algo por sí deseable, a no ser que
accidentalmente, en algún caso, no se quiera conocer la verdad porque impide
tener algo que se ama más. ¿Qué es lo
que la sociedad actual ama más? ¿Qué
será lo que el liderazgo político del país y en especial su actual régimen ama
más?
Pedro
R. Garcia M.
pgpgarcia5@gmail.com
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