Somos
el 122 en Innovación, pero el primero en biométrica.
Creo
que el tiempo se acaba, o se acabó. La descomposición del país es alarmante.
Llegamos al punto de no retorno. Los indicadores económicos, privados y
oficiales, nos señalan que la situación es altamente delicada. Las divisas se
agotaron, las reservas internacionales en punto crítico. PDVSA tiene un
endeudamiento peligroso.
La escasez de los productos de la canasta básica es
total, así como las medicinas y otros bienes y servicios esenciales. La
inseguridad está acabando con buena parte de la población, en especial de
jóvenes. El deterioro de todos los indicadores de una sociedad hace prever que
algo muy grave puede ocurrir en cualquier momento. Por más pacífico que se haya
comportado este pueblo. Esta apreciación no es solo la percepción de algunos
pocos, de gente que le hace oposición al gobierno no, es un sentimiento
generalizado, incluidos muchos sectores del gobierno y su partido. Es
precepción popular. Según algunos hasta en la propia nueva “madre patria”, la
isla de los Castros, están preocupados. Pero lo más grave es que quien dice
conducir el Estado, parece que no tiene, o no quiere tener, idea alguna de la
gravedad de la situación. Su discurso es “a futuro” y agarrado del legado del
difunto para cuanta barbaridad se le ocurre. No se toman decisiones y como se
sabe, no hay peor decisión que la que no se toma. El sacudón de Nicolás se ha
quedado en veremos. Todo el tren ministerial, que son varios vagones, ponen sus
cargos a la orden pero hasta el día de escribir esto, siguen en sus puestos.
Capta huellas, precio de la gasolina, más cajeras, guerra al contrabando,
cuadrantes inteligentes. Nada resulta, nada cambia. Todo empeora.
Realmente
siento que ha llegado el momento en que todo el país debe asumir su
responsabilidad y salir a reclamar, a exigir, a imponer, con todas las fuerzas
y haciendo uso de las herramientas que nos depara la Constitución, un cambio
radical de esta situación. Y en esto no debe haber diferencias de ningún tipo.
Todos los que habitamos este país estamos en la obligación, constitucional y
patriótica, de impedir la catástrofe. Chavistas y no chavistas, opositores y
ni-nis, civiles y militares, empresarios, trabajadores, campesinos,
universitarios, intelectuales, estudiantes, amas de casa, desempleados. Mujeres,
hombres, jóvenes. El país entero, de forma compacta, sin diferencias y sin
divisiones de ningún tipo. Nada ni nadie, ningún proceso, ni revolución, ni
gobierno, ni dogmas ni doctrinas, puede tener una patente de corso para acabar
con un país, con un pueblo. Fuera el comunismo.
Es
hora de una toma urgente de conciencia. De amarrarnos los pantalones y las enaguas. Toda la dirigencia política, tanto de
oposición como oficialista, debe unificar una estrategia para superar esta
lamentable situación a la que nos ha llevado el castro comunismo y la
irracional e incapaz actuación de unos pocos. Chávez murió y nos dejó un país
enfermo y el actual gobernante lo ha metido en terapia intensiva con pronóstico
reservado.
Los
únicos que posiblemente no vean, no sientan, no palpen esta peligrosa realidad
son aquellos tales enchufados, militares
y civiles corruptos. Que piensan que ellos pueden salvarse así se hunda el
país. Que son los menos. Venezuela es mucho más grande, es la suma de todas sus
mujeres y hombres de trabajo y de bien. Venezolanos siempre, comunistas
nunca.
Iván
Olaizola D’Alessandro
Iolaizola@hotmail.com
@iolaizola1
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