Desde
hace mucho tiempo he soñado con conocer Holanda. En realidad no tengo un motivo
contundente, pero siempre he tenido una visión romántica de ese país. De hecho
“Conocer Holanda” es uno de los ítems de mi lista de “Cosas que me faltan por
hacer”. Y sigue estando en la lista, sólo que ahora, en lugar de estar allí
esperando su turno, está rudamente tachado y con una enorme “X” a su derecha.
Esa
es una cara de la moneda. La otra, es que, debo admitirlo, hoy tengo varias
cosas que agradecerle a Holanda. Yo tenía algunas sospechas, quizás por mi
acostumbrada ingenuidad, pero hoy, gracias a Holanda, estoy clarito, como
decimos en criollo.
En
primer lugar, he podido reafirmar que la tan cacareada solidaridad
internacional es una entelequia. Si un país que yo creía serio, es capaz de
ceder al chantaje y darle tal espaldarazo al abominable delito del
narcotráfico, mal podemos pensar que
algún país va a salir a ayudarnos o a abogar por nosotros a cambio de
nada. En consecuencia, nuestra lucha es de nosotros. O la asumimos, o terminamos
de caer en el profundo pozo que el barbudo tirano del Caribe nos cavó con
infinita paciencia. De ahora en adelante, no creo en la solidaridad
internacional hasta que me demuestren lo contrario.
También
he comprobado que estos tipos son de verdad poderosos. No son ningunos
improvisados, y saben usar el oro negro como una eficaz moneda de chantaje.
Cuando les toca defenderse, lo hacen a capa y espada, sin escatimar gastos ni
esfuerzos y lo logran. En el caso que nos ocupa, la república bolivariana pudo
más que el Tío Sam, y eso no es una menudencia.
Por
otra parte, hoy estoy convencido de que una de las armas más poderosas que
están usando contra nosotros es la impunidad. El mensaje está claro. Igual
respaldan al pez gordo acusado de narcotraficante y violador de los derechos
humanos, que al delincuente, civil o uniformado, que nos roba, nos secuestra o
nos mata todos los días. La impunidad ha sido el arma más eficaz para
implementar la filosofía del odio inspirada por el criminal aquel que entregó su
vida en la selva boliviana y que ahora nos venden como modelo del “hombre
nuevo”. Como hoy en día se considera de mal gusto poner a un ser humano frente
a un paredón de fusilamiento, ellos estimulan, arman, apoyan y protegen a
quienes salen a cumplir el mismo objetivo, con métodos más sutiles, pero igual
de efectivos.
También
he dejado de creer en los de uniforme y me perdonan si hay alguno que se sienta
ofendido., porque el que calla otorga y no veo como alguien que se considere
digno puede avalar tal grado de corrupción de sus colegas. Mantengo la
esperanza de que algún día deba arrepentirme de lo que acabo de escribir, pero
las esperanzas cada vez son más vagas.
En
fin, Holanda me sacudió, me despertó, y aspiro a que la oposición venezolana,
nuestros líderes, también despierten y se den cuenta de cuál es la lucha
verdadera. Aquellos que siguen esperando por un CNE equilibrado o por el
rescate de los poderes usando las vías constitucionales que el régimen
desprecia, seguirán dándose de cabeza contra los cabecillas de un estado
forajido que no puede entregar el poder así como así, porque tienen demasiado
que perder, y ellos lo saben. Yo quiero sugerirles, humildemente, que se pongan
en sus zapatos. ¿Qué harían ustedes si fueran ellos? Cuando lo tengan claro,
comiencen a desarrollar nuevas formas de lucha.
Gracias,
Holanda, por tan valiosa lección.
Gustavo
Yepes
gyepesp@gmail.com
@gyepesven
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