Yo recuerdo unos micros, que mi muy
estimado amigo, el historiador Guillermo Morón, solía hacer por televisión
desde el Metro de Caracas, y en los cuales ponía como ejemplo a seguir dicha
cultura, como él la llamaba, “la cultura del Metro”; donde entonces se
respiraba la excelencia; que, por supuesto, era la excelencia de la cultura
francesa, a propósito de la construcción de la obra, que había sido llevada a
cabo por una empresa de esa nacionalidad, y donde se impuso el ritmo y la
disciplina, con que se rige la vida en Francia: todo a la hora, y como si fuera
para ayer.
Si algo era útil para una ciudadanía,
que necesitaba moverse en una ciudad, que comenzaba a parecérsele estrecha,
como era nuestra metrópoli ya en la década de 1980, de acuerdo al despacho de
sus trabajos, era este medio de transporte: cada dos minutos se aparecía un
tren; a las horas pico, que llaman, venía lleno, mas no hacinado, como ahora;
con un aire acondicionado potente. Incluso, en cuanto a la normativa del
comportamiento del usuario, al establecer el sistema los franceses fueron más
que severos, que consigo mismo, e impusieron la prohibición de fumar dentro de
las estaciones, cosa que sí era permitido en el metro de París en mis tiempos
de estudiante en esa ciudad.
Nunca se me olvidará la escena de una
borracha, hablándole a una amiga, que venía conmigo en el Metro; diciéndole
que, prácticamente, ella conseguía una caja de cigarrillos a diario en las
estaciones; gente que, un tanto nerviosa, prendía uno a la espera del tren; de
pronto éste se aparecía, y así que tenía que lanzarlo, antes de abordar el
vagón casi entero el cigarrillo. En realidad, había un mundillo de borrachos
(clochard, los llaman en Francia) que pululaba en este subterráneo, y que
buscaba refugio allí, sobre todo, en época de invierno; sentados en unos
bancos, que hay en las estaciones. Me imagino que todo eso habrá cambiado a
raíz de la prohibición que se viene adoptando en esos países de fumar en
ciertos lugares públicos.
Todo esto se derrumbó, me refiero a
este ritmo y a esta disciplina, cuando llegó la revolución, mejor dicho, la
robolución; que es lo que, según confiesan los franceses, redescubren en su
país, cuando regresan al mismo, si es que han vivido por una larga temporada en
uno como el nuestro: la fluidez de la potencia, y que era lo que debía tener
presente Chávez, cuando proclamaba que Venezuela iba a ser una potencia, esto
es, comenzar por poner al trabajador a tiempo a las puertas de su trabajo; por
supuesto, el primero que acabó la cultura del Metro, fue el propio Chávez
cuando mandó a paralizar la ampliación del sistema, en especial, la relativa a la
línea que iba hacia el Este de Caracas, con el cuento de que esa no era sino
una obra sino para los ricos, y que qué quedaba para los pobres. Me pregunto:
¿por este camino íbamos a ser potencia?
Y eso que yo le oí decir una vez a
Chávez, recién salido de prisión, dentro de su incontinencia verbal, que
durante sus días de Yare había tenido ocasión de leer el Discurso sobre Método
de Descartes. ¿Había asimilado aquella lectura? ¡Cuánto tiempo perdido! En
lugar, como decía Juan Carlos Onetti, de disfrutar del delicioso placer de no
hacer nada.
En unos diez minutos, si no exagero, se
ponía uno de estación Capitolio a estación Altamira; hoy la cosa te puede
llevar hasta la media hora; el aire acondicionado a media máquina; en cada
estación se puede detener el tren hasta los cinco minutos, mientras los vagones
se van saturando de gente, que los va abordando, y entonces comienza la
peleadora; porque pueblo pleitista, éste: que si llegó una señora con un niño
en los brazos, que si no hay un caballero que le dé un puesto; que por aquí
anda una anciana; que si empujones; que si un sujeto con una camisa hedionda a
remojo; que si un violín por allá u otras cosas; en síntesis, la cultura de los
maula y la de la indisciplina, y por eso es que yo hago ver que Chávez no tenía
ni una idea de lo que era la cultura del progreso, y todavía así proclamaba que
íbamos a ser potencia, y con lo cual, sin fundamento alguno para proclamar esa
proposición, demostraba que más creía en el pensamiento mágico, que todo lo
construye con sólo chasquear los dedos; que en el pensamiento racional, que es
la base, como dirá Hegel más adelante, de la conciencia edificante o de la
razón edificante o de la razón de la
ciencia y de la técnica, como la conocerá Ortega y Gasset.
Pero, por si eso fuera poco, entonces
ahí está el veneno ideológico, a propósito de todo eso que se dice por los
altoparlantes de las estaciones y vagones, acerca de la aparición de una banda
de fascistas de la derecha venezolana, y la cual asaltó a las instalaciones y
autobuses del Metro de Caracas; como agredió a algunos de sus trabajadores,
durante los días de la protesta, que se desarrolló a partir del 12 de febrero.
Esa incitación al odio como un martillo incesante en el oído de los usuarios.
Cuando la verdad es que esas acciones de violencia, que ellos denuncian, no las
hicieron sino sus círculos violentos. Es por eso que no deja de tener razón
Otavio Paz, cuando dice que la mentira se instaló entre nosotros los
latinoamericanos casi constitucionalmente.
Enrique
Melendez O.
melendezo.enrique@yahoo.com
@emelendezo
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