Cuando desde nuestra realidad y momento
tratamos de comprender a “los modernos”, a aquellos pioneros del arte que en
Europa irrumpieron con arriesgadas propuestas, con planteamientos y filosofías
que rompían con la tradición de su tiempo, en los albores del siglo XX,
probablemente no caemos en cuenta de su originalidad y revolucionarias
posturas, porque los estamos mirando desde una época donde “ser moderno” es lo
normal y hasta lo tradicional. Todas esas maneras de ver el arte, esas obras
esplendorosas ya no tienen ese filo cortante de la experimentación y que son
esencia de nuestra cultura y del paisaje, más aún si admitimos que formamos
parte de una postmodernidad, que critica de manera rotunda las bases de la
modernidad y la deconstruye.
BLAISE CENDRARS (1887- 1961), |
Estar en la punta de la innovación, ser parte
del avant-garde, descubrir nuevos
lenguajes, códigos, perspectivas, formas, visiones, medios y mensajes fue un
acto heroico de transgresión en los tempranos años veinte, fue un trabajo
prometeico tratar de superar el academicismo, el arte de salón, el canon que
subyugaba y pesaba; tomó no sólo valor, sino hacerse impermeable al ridículo y
a las acusaciones de decadencia.
El futurismo, el cubismo, el surrealismo, el
expresionismo fueron algunas de esas sorprendentes fascetas que marcaron el
presente de manera definitiva, aunque no nos demos cuenta de ello por ser parte
de nuestra cotidianidad, pero volver la vista atrás y ver esos artistas en su
lucha con sus demonios es una experiencia épica y gratificante, por decir lo
menos.
Ese fue el caso del escritor de origen suizo Frederic Louis Sauser, vástago de una familia de relojeros, quien luego se
hizo ciudadano francés (su obra está toda escrita en francés) y se puso como
seudónimo Blaises Cendrars (“brazas y cenizas”, si nos atenemos a una
traducción libre), con el cual se inmortalizó.
Tratemos de
imaginar este episodio: Cendrars se escapó de su casa en su juventud y se fue a
Rusia, donde trabajó como joyero en San Petesburgo, vivió la revolución como
pocos occidentales pudieron, fue amigo de importantes anarquistas y se codeó
con intelectuales y artistas.
Su impacto en la escena parisina
En 1912 estaba de
vuelta en París y publicaba sus poemas de New York, Pâkes à New York, ciudad en la que estuvo viviendo en la extrema
pobreza y componiendo sus poemas tempranos, una pasantía de pocos meses que
abarcó la Semana Santa de ese año (Eastern)
y que, según sus palabras, fue muy productiva, la mayor parte del tiempo
encerrado en la biblioteca pública central, leyendo, o escuchando oratorios en
las iglesias en Manhattan, o haciendo cola para disfrutar de una comida
caliente en un hospicio para vagabundos, pero principalmente escribiendo entre
las tormentas de nieve y los desvaríos producidos por el hambre. Eran tiempos
en que un pasaje en un barco forrajero, entre Francia y USA, costaba 25 francos
y algunos centavos.
Entre esos
poemas, que venía puliendo y perfeccionando, se encontraba uno de los más
ambiciosos, el largo escrito La prose du Transibérien et de la petite Jeanne de France, donde narra, con un
lenguaje novedoso y fantástico, la crónica de un viaje al corazón de Rusia, de
Moscú a la Manchuria, acompañado de una joven francesa, una prostituta de
Montmatre; es a su vez un canto al vasto escenario natural que recorría y un
lamento, durante la Revolución de 1905 y la guerra Ruso-Japonesa que asoló la
ruta por donde viajaba, con escenas de la guerra y las penurias de la gente
común que observaba, con sus vidas trastocadas por eventos que no estaban bajo
su control.
Aproximándonos a Mongolia
Que bramaba como un incendio.
El tren había aminorado su marcha
Y yo percibía en el chirrido perpetuo de las ruedas
Los acentos histéricos y los llantos de una eterna liturgia
He visto
He visto los trenes silenciosos los trenes negros que volvían
/del Extremo Oriente y pasaban fantasmales
Y mi ojo, como el fanal de cola,
Corre todavía en pos de esos trenes
En Talga 100.000 heridos agonizaban por falta de asistencias
He visitado los hospitales de Krasnoiarsk
Y en Khilok nos hemos cruzado con un largo convoy de soldados locos
He visto en los lazaretos úlceras abiertas heridas que sangraban a
borbotones
Y los miembros amputados bailaban alrededor o echaban a volar
/por el aire ronco
El incendio estaba en todas las caras y en todos los corazones
Dedos idiotas tamborileaban sobre todos los cristales
Y bajo la presión del miedo las miradas reventaban como abscesos
En todas las estaciones prendían fuego a todos los coches del tren
Lo he visto
Cendrars, con la ayuda de la pintora
abstracta, de origen ruso, Sonia Delaunay-Terk, imprimió en un pliego de dos
metros de largo el poema, estampado en tipos diversos y en líneas irregulares,
acompañado de los dibujos y colores básicos de Delaunay a un lado del texto, que
seguía la ruta detallada del tren transiberiano, hasta terminar con un dibujo
infantil de la Torre Eiffel; el pliego se doblaba por la mitad y luego se
plisaba, como si se tratara de un acordeón.
Este experimento de múltiples focos y medios,
al mismo tiempo que impresiones simultáneas de escenas y aplicando otros
conceptos modernistas, enloqueció la escena parisina, su lectura resultaba un
evento y era escuchado por un público ávido de experiencias nuevas, tal como
sucedió en la exposición de Montjoie, el 24 de Febrero de 1914 en Paris, cuando
Madame Lucy Wilhelm se puso de pie sobre una escalera para empezar a leer desde
el techo, luego se hincó de rodillas, cercana al piso, para terminar sentada
ante el fascinado público.
La
cacofonía surrealista y el apoyo en lo visual
Jeanne Jeannette Ninette La De Los Dos Limones niní ninón
Cariño miamor minovia mipotosí
Dodó dondón
Chupa mi bombón
Corazoncito querido
Gallinita
Cabrita adorada
Mi pecadito
Cuclillo
Coñito
Ya duerme
Era la primera obra literaria reconocida como
surrealista, de una particular cacofonía, elaborada en un lenguaje cuasi
cinematográfico, de montajes de escenas rápidas con gran fuerza emocional, muy
cercanas a la descripción de las alucinaciones. Algunos expertos afirman que
fue Valery Larbaud el primer gran poeta del modernismo, otros apuntan a
Mallarmé como el primer gran escritor modernista, otros le dan el honor al
futurista italiano Marinetti… yo, en cambio, comparto la opinión de quienes le
otorgan el laurel a Blaises.
De ese poema se imprimió un tiraje de 150
ejemplares, numerados y firmados, y se le promocionó diciendo que, si todos los
ejemplares se extendieran uno tras otros, alcanzarían la altura de la Torre
Eiffel; lamentablemente, la gran mayoría de estas preciosas publicaciones se
perdieron, las pocas que quedan alcanzan hoy valores astronómicos en las
subastas o son expuestas en los más reconocidos museos del mundo, como
paradigma del arte de la época.
La
amistad con Gustave Le Rouge
Uno de los autores favoritos de Cendrars fue
Gustave Le Rouge, un escritor de poca monta que hacía libros para los kioskos
de revistas populares, un hombre versado, como Cerdras, en cultos esotéricos y
cuyas novelas tenían títulos como El
prisionero del planeta Marte y La
Guerra de los Vampiros; también publicaba libros de autoayuda con nombres
sugestivos, Como expresar sus
sentimientos con estampillas o 100
maneras de preparar recetas con restos de comidas… el asunto es que el
investigador Christian Kupchik, en su fabuloso ensayo Blaise Cendrars, el hombre que fue cenizas, narra cómo conoció a Le Rouge, lo que
transcribo tal cual: “En L´Homme Foudroyé, una peculiar obra en prosa de 1945, Cendrars relata su
primer encuentro con Gustave Le Rouge. Fue en 1907, cuando el poeta trabajaba
en Meldois como apicultor. El tiempo libre que le dejaban las abejas, lo
dedicaba a cortejar a Antoinette, una bella jovencita hija de un buzo del
lugar. Como el cortejo se complicaba cada vez que el celoso padre emergía del
agua, Cendrars le ofrecía a la muchacha dar un paseo en auto junto a un viejo
chatarrero de la zona, el padre François.
En una ocasión, el auto se descompuso y François intentó
arreglarlo con ayuda de un látigo, improperios y escupiendo tabaco. La escena
fue presenciada por Le Rouge, quien de inmediato invitó a esas extrañas figuras
a su casa. Allí pudieron encontrar a Marthe, la primera esposa de Le Rouge, una
mujer de rostro deforme a decir de Cendrars, “como si hubiese sido partido al
medio por una tralla”. No hizo falta demasiado para que Le Rouge y Cendrars se
hicieran muy buenos amigos, y también sus mujeres congeniaron de inmediato.
Sólo que fueron demasiado lejos. Marthe sedujo a Antoinette y ambas huyeron con
destino incierto. Además de la
desilusión de los dos hombres, otras catástrofes sucumbieron en la casa: el
tucán de Le Rouge también se fugó, los peces dorados aparecieron muertos en el
estanque y el jardín, en un par de días, se convirtió en un páramo.
Por pura casualidad, en 1910, Cendrars volvió a encontrar
a las dos mujeres. Fue en un cabaret de Londres donde actuaba un cómico
pequeñito y algo grotesco que tenía capturada a la concurrencia: Charles
Chaplin. Se dice incluso que llegó a compartir con él un barato cuarto de
pensión. Las chicas, en tanto, estaban a cargo de un número sadomasoquista que
ejecutaban con un látigo de siete colas. Analizar qué hay de cierto o no en
esta anécdota autobiográfica de Cendrars resultaría una tarea inútil. Casi
todos los episodios de su vida resultan tan inverosímiles, que realidad y
ficción acaban por pertenecer a un mismo reino.”
Un
hombre cosmopolita
En 1914 se inicia la guerra en contra de
Alemania y Cendrars se enrola en la Legión Francesa como voluntario, es enviado
al frente y al poco tiempo pierde su brazo derecho en la acción. Lo que hubiera podido ser un freno a la vida
de un artista (Cendrars era diestro) y sobre todo para un escritor, se
convierte en un estímulo que transforma su vida en una aventura que dejaría sin
aliento a muchos personajes de ficción.
Antes de su herida de guerra, el joven Cendrars
era un artista reconocido en el mundo literario de Europa, había vivido en
Italia, Rusia, en los Estados Unidos, viajado a China y Persia (se ganaba el
viaje de diversas maneras, entre ellas, paleando carbón en los trenes) ,
hablaba con fluidez seis lenguas, era un buen pianista (tocaba para animar las
películas mudas en los teatros) y un nada despreciable Chef; fue amigo y
maestro, dicen algunos críticos, de Apollinaire, quien quedó muy impresionado
por Pâkes à New York,
era compañero de farra de Chagal y Piccaso por los bares y cafés de París,
publicó artículos de crítica de arte en la prestigiosa revista berlinesa
editada por Herwath Walden, Der Sturm,
quien fue el organizador del último gran salón de pintura antes de la Primera
Guerra Mundial, la famosa exposición Herbst,
una impresionante colectiva donde participaron, entre otros, Marc Chagall,
Umberto Boccioni, Natalya Goncharova, Oskar Kokoschka, Piet Mondrian, Paul Klee
y Wassily Kandinsky.
Blaises
Cendrars escribiría de su experiencia de la guerra: “La guerra me ha salvado la vida. Esto suena paradójico, pero cien
veces me he dicho que si hubiera continuado viviendo entre esa gente (los
artistas bohemios y radicales de Montparnnase) me hubiera reventado”.
La
atracción de la pantalla grande
Fascinado por el cine, Cendrars reaprende a
escribir con la mano izquierda, haciendo guiones; participa, con el director
Abel Gance, en la producción del film J’accuse,
para luego ser nombrado su asistente de dirección en La Rue (1920); publica en esa época su libro L’ABC du Cinéma, para quien el joven realizador Jean Epstein tendrá
palabras de elogio.
Viaja a Italia para tratar de llevar a la
pantalla su guión La Virgen Negra,
pero por más de un año lo que encuentra son tropiezos, con el financiamiento,
con la producción, con el vestuario, se le muere de pronto su estrella
principal, tiene problemas con el estudio y, para colmo, con la llegada de
Mussolini al poder, por lo que decide regresar a París.
El
interés por las culturas primitivas
Ya para ese momento ha descubierto la poesía
africana y se ha convertido en un extraordinario investigador y traductor de
cuentos, leyendas y poesía del continente negro; dedica su tiempo libre a
explorar bibliotecas especializadas en el tema, tanto privadas como en universidades,
sus fichas bibliográficas reflejan un trabajo exhaustivo y detallado; como nota
curiosa, el único libro del autor, traducido del francés al español, que pude
encontrar en Venezuela, es justamente una antología suya de cuentos africanos,
publicada por una editorial del estado venezolano.
Ese interés en las culturas primitivas tiene
que ver con una de las inquietudes de los modernistas, que persigue encontrar
formas de expresión más directas y menos mediatizadas por la civilización, ese
lenguaje concreto que, basado en cosmovisiones mágicas, le permite a la poesía
y al arte pictórico fluir con más naturalidad, es un esfuerzo que Picasso
también exploró por largo tiempo.
Con
Brasil, el gigante seductor, a sus pies
Los años veinte habían convertido a París en
un fuerte polo de atracción, no sólo de artistas sino también de millonarios,
empresarios y políticos que, buscando la vida glamorosa y de lujos que ésta
ofrecía, se instalaban a las orillas del Sena; no había familia de medios en
América que no tuviera planes de viajar por vacaciones, estudios o negocios a
la Ciudad Luz, donde alquilaban suntuosas villas o vistosos palacios, entre
ellos Paulo Prado, el Rey del café brasileño, quien conoce a Cendrars por
intermedio de los artistas Oswald de Andrade y su esposa, la pintora Tarsila de
Amaral; con ellos comienza su periplo por América del Sur (1923).
Cerdrars fue parte del dinámico e interesante
movimiento modernista brasileño, que arrancó muy temprano, en 1917 con la
exposición en Sao Paulo de la artista cubista Anita Malfatti , y que explotó
prácticamente con la exhibición de Tarsila de Amaral, que tuvo lugar en el
Hotel Palace de Río de Janeiro. Fue el modernismo un movimiento de tal fuerza e
importancia que estremeció los cimientos de la intelectualidad brasileña, que
llegó a preguntarse sobre la naturaleza de su nacionalidad, y alentó inquietudes sobre el mestizaje, la presencia
del negro y del indio en la cultura; las principales revistas y periódicos de
Brasil le dieron cancha a esas discusiones, que contraponían el pasado y el
futuro de la nación.
Figuras como la de los hermanos Andrade,
Graça Aranha, Sergio Buarque de Hollanda, Olavo Bilac se enfrascaron en
profundos altercados sobre lengua, cultura y tradición, de estos manifiestos y
congresos nacieron nuevas formas de música, de arquitectura, de escultura…
Brasil vivía un efervescente momento creativo, que fue una de las razones por
la que Cendrars fue recibido como una deidad para el movimiento modernista.
Una anécdota, la primera vez que desembarca
en el Brasil las autoridades aduanales no querían permitirle la entrada, pues
las leyes expresamente prohibían la entrada al país de hombres con un solo
brazo, por lo que sus amigos tuvieron que moverse para conseguirle el visado y
el episodio fue considerado como de buen augurio para el movimiento modernista.
Venezuela
en su mundo
Durante los próximos seis años Cendrars
entraría y saldría de América del Sur en varios momentos, haría documentales
para el cine, exploraría el Amazonas, se haría hacendado, ganaría y perdería
fortunas con sus inversiones, su Alfa Romeo, un carro de velocidades que había
aprendido a manejar muy velozmente, con solo la mano izquierda, y cuya
carrocería había sido diseñada por George Braque le acompanaría a su regreso;
fue conferencista, hizo investigaciones musicológicas, expresadas en notables
crónicas con músicos y poetas negros en Pernambuco y Bahía… pero, sobre todo,
escribiría, como un poseso; su obra biográfica (casi todas sus novelas parecen
ser biográficas, en alguna medida)
Moravagine, así como la novela Rhum,
habla de su interés en nuestro país, recogiendo como escenarios el río Orinoco
y la región de Guayana. Mención especial merece el prologo que escribió para el
libro del autor mexicano Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente (1930), en el que se explaya en uno de los
episodios de nuestra historia, que él consideraba de lo más surrealista, como
fue el desembarco del Falke, en la costa de Cumaná; igualmente quedó fascinado
con la figura del dictador, el General Juan Vicente Gómez.
En
Norteamérica
Ya para ese momento Blaise era conocido en
los Estados Unidos, gracias a la traducción que había hecho su amigo John Dos
Pasos de uno de sus poemas largos, Panamá
o las aventuras de mis siete tíos, el “hijo de Homero” lo llamaba Dos
Pasos; pero emergió en la farándula cuando, en 1936, es invitado a Hollywood
para el estreno de la película Sutter’s
gold, del realizador James Cruze, que se basaba en su novela L’or, cuyo teme era la historia de la
fiebre del oro en California contada por uno de sus iniciadores, un expatriado
suizo que, como él, conoció la cima de la fortuna y la caída en la bancarrota;
la película fue un fracaso en la taquilla.
Se quedó un tiempo en California, escribiendo
picantes crónicas de la vida hollywoodense para revistas en París, con un
estilo tan novedoso, que muchos estudiosos lo considerarían el verdadero padre
del Gonzo Journalism, ese periodismo
ácido y lleno de humor negro que haría famosos a Tom Wolfe y a Hunter S.
Thompson décadas después.
En el
lugar preciso y con quien cuenta…
Conoció a Hemingway cuando era chofer de
ambulancias militares en París; a Sinclair Lewis lo salvó de morir ahogado en
su baño por una borrachera en Roma, antes de ir a recibir el premio Nobel de
literatura en Estocolmo; fue el primero en reconocer el genio de Henry Miller,
de quien fue amigo; fue uno de los primeros críticos que consideró a la
fotografía como un arte, de hecho, debe ser uno de los escritores más
retratados por fotógrafos profesionales de la historia, amaba posar para las
cámaras… Su relación con la música lo llevó al ballet, escribió libretos para
su amigo el compositor Erik Satie, fue amigo y defensor de la obra de
Stravinsky, diseñó los escenarios y
escribió el libreto para un ballet negro, La
crèation du monde, con música de Dario Milhaud, que estrenó el Ballet Sueco
de Rolf de Maré.
La Segunda Guerra Mundial lo encuentra
sirviendo como periodista para los ingleses; durante la ocupación alemana en
Francia, la Gestapo lo persigue, confisca y destruye parte de su obra y
Cendrars tiene que ocultarse en Aix-en-Provence, donde
vivió cultivando y vendiendo vegetales, hierbas y miel.
En 1961, poco
antes de morir debido a un Accidente Cerebro-Vascular, recibe el Grand Prix
Littéraire de la Ville de París.
El
placer de beber de su voz y de sus letras
Se le conocen no menos de treinta obras; en
una entrevista que hizo para radio, con Michel Manoll, en 1950, dijo que en
muchos de sus viajes por el mundo iba a los bancos y dejaba en cajas de
seguridad algunas obras terminadas, para que fueran descubiertas
posteriormente.
Henry Miller escribió de su amigo: “Cendrars es hombre de acción, aventurero y
explorador, un hombre que sabe cómo “desperdiciar” su tiempo como un rey. En
cierto sentido es el Julio César de la literatura… Me quedaban contados minutos
para alcanzar el tren para Rocamadour y bebía una última copa en la
terraza de mi hotel, cerca de la Puerta de Orleans, cuando apareció Cendrars.
Nada habría podido alegrarme más que este inesperado encuentro de última hora.
En pocas palabras le referí mi intención de visitar Grecia. Después volví a
tomar asiento y bebí escuchando la música de su voz sonora, que para mí
siempre pareció provenir de algún órgano oculto en el mar. En esos últimos
minutos Cendrars consiguió transmitirme un mundo de información con la misma
calidez y ternura que rezuman sus libros. Como la tierra misma bajo nuestros
pies, sus pensamientos llegaban acribillados por toda suerte de pasajes
subterráneos. Lo dejé sentado allí en mangas de camisa, sin soñar jamás que
transcurrirían años hasta volver a tener noticias suyas, sin soñar jamás que
quizá sería la última vez que vería París.”
Ese tipo de impresión abunda entre los
autores y artistas, que conocieron y compartieron con ese hombre casi mítico de
la literatura universal; lamentablemente, muy poco de su obra está traducida al
castellano y en Venezuela es casi un desconocido. Espero que esta situación
cambie, para beneficio de todos. –
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul
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