“Su
Graciosa Majestad nunca se había guiado por el principio de la capacidad sino
siempre única y exclusivamente por el de la lealtad”. Ryszard Kapuściński
La
Presidente, el viernes y de espaldas al Paraná, sorprendió nuevamente a propios
y a extraños –en especial, a los mercados- imprimiendo un giro copernicano al
discurso de barricada con el que, emulando a los republicanos de Madrid en
1937, respondió el Gobierno a los jueces norteamericanos. El Neo-Bonzo
Kíciloff, que había desafiado a los buitres con su “¡no pasarán!” quedó tan
descolocado como su teórico Jefe de Gabinete, el ya quemado hasta el tuétano
Coqui Capitanich.
Hasta
la misma Cristina, que el lunes había incendiado al país por cadena nacional, y
sin que se le moviera un pelo (salvo por el viento), retrocedió en chancletas
frente al Ex Extorsionador Griesa y ordenó a sus ministros -eso sí, con una
épica digna de mejor causa- que armaran un esquema similar al utilizado en los
casos de Repsol y del Club de Paris, para pagar al 100% de los acreedores y
llenarles la cara de billetes. Curioso final para unas originales banderas que
el “proyecto nac&pop” había desplegado con tanto entusiasmo y que ahora
debió mandar enrollar, pero sin bajarlas.
Parece
que, en la Casa Rosada, nadie había considerado que, cuando necesitábamos
dinero (y éste es uno de esos momentos desesperados) y, para obtenerlo,
colocábamos bonos de deuda, quienes los aceptaban y estaban dispuestos a
entregar dólares en cambio, eran personas maravillosas mientras que, cuando
pretenden cobrar, son unos asquerosos buitres carroñeros. Gracias a Dios, la
Presidente reculó en el minuto final porque, ¿qué hubieran dicho ante esa
postura, por ejemplo, los que el Mago Gallucio quiere traer a YPF? Sin embargo,
y ratificando su naturaleza de escorpión, ayer hizo publicar en el Wall Street
Journal una solicitada reiterando la necesidad de un fallo “justo”; seguramente
no hará feliz a Griesa ni a la Cámara.
Resulta
imposible medir hoy las terribles consecuencias que, para todos, hubieran
traído aparejadas esos dislates, tanto en el sentido político cuanto en el
económico. Pero sí se puede adelantar que: perjudicarían las inversiones,
indispensables para generar empleo y, por la vía del aumento de oferta,
permitir encarar acciones contra la inflación; perjudicarían el empleo, en
razón de la profundización de la recesión; perjudicarían el salario, ante una
menor demanda de trabajo; y perjudicarían fuertemente a nuestro comercio
exterior, que cada día depende más de los productos primarios, contra cuyos
productores el Gobierno, en su locura, combate enceguecidamente. Pero la
derivación más grave de todo esto se hubiera dado si, lanzándonos al
precipicio, doña Cristina hubiera intentado la “chavización” final de la
Argentina.
El
grave problema que nos afecta se debe tanto a la marcada incapacidad y torpeza
de aquéllos a los que la Presidente ha encomendado la conducción del área,
cuanto a todas las medidas que los Kirchner y sus personeros adoptaron, a lo
largo de tantos años, para lograr sus objetivos más espurios, para beneficiarse
política o personalmente.
Lo
dramático es que esto sucede después de una década en la que los precios
internacionales de nuestros productos exportables marcaron un histórico record,
y después de un lapso en el cual la desmesurada presión impositiva permitió al
Gobierno recaudar nada menos que mil millones de dólares. Cualquier observador
imparcial de la realidad argentina se pregunta dónde está esa monumental cifra,
ya que hemos perdido reservas de gas y petróleo como nunca antes –la promesa de
Vaca Muerta no pasa, por ahora, de ser una gran probabilidad- y nos hemos
derrumbado en materia de carne y trigo, cediendo mercados a nuestros más
sorprendentes competidores, carecemos de caminos, ferrocarriles y puertos,
nuestro sistema de comunicaciones se ha vuelto obsoleto, la educación ha dejado
de ser de excelencia, y la salud y la vivienda dignas brillan por su ausencia.
La
pobreza y la indigencia ya superan los registros del fin del menemismo, pero
son negadas diariamente por la falta de estadísticas oficiales. La inflación y
el cepo cambiario, que impiden la llegada de dólares bajo la forma de inversión
genuina, están destruyendo el trabajo registrado, y el informal alcanza al 40%
de la población activa.
Cuando,
hace ya más de once años, los argentinos decidimos entregarle la administración
de nuestro bien más preciado, la Patria, a una sociedad conyugal encabezada por
dos delincuentes llegados de Santa Cruz e integrada por una manga de pérfidos e
ignorantes funcionarios, dispuestos a servirlos en cualquier circunstancia,
supongo que lo hicimos porque no nos habíamos tomado el trabajo de averiguar
realmente su historia y su pasado en la provincia. Sin embargo, cuando votamos
a doña Cristina en el 2007 y la reelegimos en 2011, no hubiéramos podido
invocar como excusa nuestra molicie ni nuestra inocencia para justificar tal
desmán contra la República.
Al
elegir por primera vez a la actual Presidente, ya sabíamos de los fondos
desaparecidos, de manejos turbios en la pesca, del injustificable crecimiento
patrimonial de la pareja y sus amigos y de su rápido sobreseimiento por
enriquecimiento ilícito, de la destrucción de los organismos de control, de la
colonización del Consejo de la Magistratura, de la falsificación de las
estadísticas del Indec, de la prohibición de las exportaciones de carne que
había implicado la pérdida de doce millones de cabezas, de las persecuciones a
los opositores, del desacato a las sentencias de la Corte Suprema, de la falsa
política de derechos humanos, de los Eskenazi y del robo de Repsol-YPF, del
pseudo “desendeudamiento” con el FMI cambiándolo por el fallecido Papagayo
Caribeño, de los costos absurdos costos de la obra pública en Santa Cruz, de la
pérdida del autoabstecimiento energético, del saqueo del Banco Central, del
Pami, de la Anses y de las AFJP’s, de la compra por monedas de terrenos en el
Calafate, de las coimas de Skanska, de las actitudes de Patotín Moreno y de
Adolf D’Elia, de los ataques a la libertad de prensa.
Y
cuando volvimos a votarla ya habían sido descubiertas las valijas de Antonini
Wilson, ya se sabía de la “embajada paralela” en Caracas, ya había quedado
claro que el narcotráfico había financiado su campaña, ya se habían apoderado
de las reservas del Banco Central, ya se había producido la crisis del campo,
ya estábamos en guerra contra la prensa libre, ya disfrutábamos de Fútbol para
Todos y de Aerolíneas Argentinas, ya nos habíamos enterado de la bolsa de
Felisa Miceli, ya conocíamos la existencia de Lázara Bóvedas Báez, de Cristóbal
Timba López, de Ferreyra (Electroingeniería) y tantos otros, de los “Sueños
Robados” por Sergio Schoklender y Hebe Bonafini, de los ataques a periodistas,
jueces, opositores, de la proliferación del narcotráfico y la violencia, del
blanqueo permanente de fondos de la droga y de la corrupción, de los
prostibularios departamentos de Zaffaroni y de las “costumbres” de Oyarbide.
Pese
a todo ello, los argentinos premiamos a doña Cristina con nada menos que el 54%
de los votos. La única explicación posible es que, como siempre, la sensación
de confort que entonces teníamos en los bolsillos y el consumo disparatado
hicieron que dejáramos de pensar en la corrupción galopante y en el saqueo
desmadrado del país que la familia Kirchner había instaurado como modo de hacer
política y de enriquecerse más allá de cualquier límite.
Esto
dice mucho de nosotros como sociedad, ya que el solo hecho de tolerar que la
nación esté en manos de esta asociación ilícita, que persigue y humilla para
lograr sus fines, habla a las claras de lo laxo de nuestra moral individual.
Hasta la propia ACDE reconoció, bien tardíamente por cierto, que como en el
tango, se necesitan dos para la danza de la corrupción: el empresario que paga
y el funcionario que cobra; no podría existir el segundo sin el primero y, sin
embargo, han debido transcurrir once años para aceptar esta verdad de Perogrullo.
Cuando,
hace ya tiempo, dije que resultaba indispensable destituir constitucionalmente
a Cristina Fernández, sostuve que permitir que se mantuviera en el sillón de
Rivadavia hasta el final del plazo previsto implicaría un sufrimiento innecesario,
medido en un costo económico y social que la Argentina no tenía por qué
soportar, no tuve en cuenta la cobardía y el oportunismo de los opositores. Aún
hoy, éstos no perciben adecuadamente cuánto peor será la herencia que dejará el
régimen cuando, finalmente, la ley les exija dejar el poder en diciembre de
2015.
Podemos,
y debemos, reconstruir la República y las instituciones esenciales que la
constituyen, pero resulta imprescindible comenzar a hacerlo ya mismo. Pero,
para tener éxito en esa ímproba tarea, resulta indispensable que nos lavemos en
nuestro propio Jordán, y que los Kirchner y la banda de delincuentes –públicos
y privados- que los rodea empiecen a recorrer los tribunales, y que éstos se
muevan con seriedad y velocidad.
Si
podemos demostrar al mundo que hemos dejado de ser los eternos infantes,
pobladores de un país que nunca consigue concretar su promisorio destino, que
estamos dispuestos a respetar reglas y contratos, que tenemos una Justicia
independiente y eficaz, que estamos dispuestos a desarrollar nuestra economía
con responsabilidad y a aportar nuestras tan especiales capacidades, que
queremos relacionarnos con las demás naciones con seriedad y respeto, que
honraremos los compromisos que asumamos, nuestro futuro será muy distinto a
esta inmundicia en que nos hemos convertido.
No
nos bastará con SS Francisco ni con Lionel Messi para hacerlo. Cada uno de
nosotros tiene que asumir su propia tarea, aún cuando ésta sea –nada más ni
nada menos- la educación de sus hijos; y deberemos hacerlo mejor que el
miércoles, cuando muchos menos de los esperados fuimos a protestar a favor de
Campagnoli y de la independencia de la Justicia. No será el trabajo de una sola
generación, porque el daño que nos hemos infligido ha sido enorme, pero sigo
teniendo una injustificable fe en nosotros.
Bs.As.,
22 Jun 14
Enrique
Guillermo Avogadro
ega1avogadro@gmail.com
@egavogadro
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