En su Teoría de la
Modernización, Seymour Martin Lipset (1922-2006) señaló: si no hay desarrollo
económico no hay desarrollo político; y tal expresión ha trascendido en el
tiempo bajo la denominación de Ecuación Optimista.
Al propio tiempo el autor
indicó que se requiere cumplir dos requisitos para alcanzar una democracia
estable: progreso económico y legitimidad democrática; bajo el entendido que
cuanto más prospera es una Nación mayores son sus posibilidades de mantenerse
en democracia.
En tal contexto, la
definición de democracia que subyace en la Ecuación Optimista es la siguiente:
Un sistema político que, de forma regular y constitucional, proporciona oportunidades para cambiar a los gobernantes. Es un mecanismo para resolver el problema de la elaboración de decisiones sociales entre grupos de intereses contrapuestos, que permite que la mayor parte posible de la población influya en esas decisiones a través de la posibilidad de elegir entre candidatos alternativos para el desempeño de un cargo público. Como bien puede inferirse, la definición anterior se diferencia muy claramente de otras formas de gobierno tales como la democradura, la dictablanda y del autoritarismo competitivo.
El desarrollo
económico, como condicionante de la estabilidad del sistema político, se
materializa mediante el comportamiento de ciertos indicadores: riqueza,
industrialización y educación; donde la obviedad nos muestra que los países con
mayor renta per cápita (como fruto del esfuerzo colectivo) son democracias
estables.
A la Ecuación
Optimista ha de incorporarse, según nuestro parecer, un tercer requisito; una
educación de calidad; asumiendo como válido que cuanto más elevada sea la
calidad en el proceso educativo, mayor será la posibilidad de, por una parte,
fijar valores democráticos, y por otra parte procurar el desarrollo tanto
económico como político, en el entendido que un currículo nacional lleva
implícito el modelo de país que se aspira alcanzar, al igual que el tipo de
ciudadano que se desenvolverá en sociedad iluminado por un esquema de valores
como norte de conducta. Es claro que el proceso educativo debe estar alejado de
cualquier forma de adoctrinamiento (impulsar la internalización de una doctrina
y convertirla en la conciencia, voluntad y personalidad del ciudadano) que
genere una división de la libertad, e intente consagrar un pensamiento único y
un partido único como antítesis de un sistema político desarrollado. De igual
manera, el sistema educativo ha de mostrar una sanidad ideológica que impida a
toda costa una contaminación vinculada con una sola visión de la educación
impregnada de ideología (conjunto de ideas de un movimiento político), y donde
el salón de clases se convierta en un espacio para la ideologización (acción de
hacer de alguien una ideología) sustentada en el ideario personal de un “líder”
que en la mayoría de los casos asume tener una visión concreta para alcanzar
alguna nueva forma de organización socioproductiva; ensayos que históricamente
demuestran que han generado mayor dificultad para alcanzar el desarrollo
económico de un país (en caso de lograrlo), con el agravante que en
simultaneidad se aleja el potencial desarrollo político.
Es de Perogrullo
señalar que la educación por sí sola (funcionando descontextualizadamente) está
imposibilitada de solucionar los problemas que afectan a la sociedad desde su
perspectiva social, económica y política; sin negar que es una de las variables
de mayor influencia sobre el progreso individual y social, a la luz de su papel
formador del capital humano que a su vez se traduce en una alternativa para mejorar la distribución
de la riqueza nacional. Es por ello que se hace necesario contar con una
educación de calidad como factor de desarrollo, y para lo cual ha de entenderse
que una política educativa sólo podrá alcanzar ese efecto dinamizador del
desarrollo en la medida que esté integrada a una política económica (como
resultante de la economía política) perfilada en función de un plan nacional de
desarrollo que consagre la sociedad que se quiere construir (o refundar), y
donde la personalidad y el espíritu crítico del individuo, así como la
formación profesional, la educación para el trabajo, la formación ocupacional y
el acceso de los trabajadores al adiestramiento y a la formación continua sean
pilares fundamentales.
Finalmente, y guiados
por los principios de la Ecuación Optimista, enfatizamos en que la eficacia del
sistema político significa, en la modernidad, un progreso económico constante
so pena que los conflictos entre los distintos grupos se traduzca en una
desintegración social. Recordando igualmente, que en las crisis debe emerger la
ingeniería política.
Jesús Alexis González
Jagp611@gmail.com
@jagp611
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