“El verdadero tesoro del hombre es el tesoro de sus errores, apilados piedra sobre piedra durante miles de años. Romper la continuidad con el pasado, querer empezar de nuevo, denigrar al hombre y plagiar al orangután. Fue un francés, Dupont-White, quien alrededor de 1860 se atrevió a exclamar: “La continuidad es un derecho del hombre; es un homenaje a todo aquello que lo dignifique de la bestia”. (José Ortega y Gasset, Historia como Sistema, 1941)
Una
Acotación Necesaria…
Se trata de trazar una visión en el país a la
que distintos autores, políticos, teóricos o analistas se asoman en el debate
público apostando en acudir a una característica estrategia de persuasión
ideológica, consistente en mantener con acusada insistencia, es decir, como
variables independientes de su discurso político, ideas vagas pero de muy
eficaz pregnancia como modernidad, innovación, revolución, democracia,
humanismo, vanguardia, avanzada, cosmopolitismo progresismo, mentalidad
abierta, que se exhiben maniqueamente como negación de tendencias tales como
tradición, anticuado, añejo, atrasado, anacrónico, trasnochado, o mentalidad
cerrada. Se nos habla de derecha actual, de izquierda democrática, de centro
diferente, de políticas públicas transformadoras, de gobiernos innovadores, de
progreso, de sistemas políticos modernos, de ideología reciente, de innovación,
de primacía democrática. De visión expectante, en efecto y en definitiva. La
ciencia y la tecnología serán asumidas desde este matiz como durmientes
fundamentales que traban en su conjunto este discurso político, confiriéndole
consistencia orgánica en un sentido con una perspectiva, precisamente, de
futuro. El mas de los casos del arrebato exagerado y, en el límite,
insoportablemente adolescente, que raya en el ridículo, por el papel que tienen
hoy las redes sociales y las nuevas tecnologías de comunicación es atribuido a
este respecto.
Pero no desafiamos la necesidad de estar al
día en materia de ciencia y tecnología. Nada que niegue a que se implementen
planes, programas y proyectos inéditos en contextos diferentes y con
tecnologías y herramientas diferentes. Pero ficción más ajena a los propósitos
de estas notas que situarse en semejante perspectiva o “enfoque” del por hacer.
Y esto es así no porque tengamos estas
perspectivas en un grado de consideración al desgaste (aunque muchas veces
ocurra así, sobre todo cuando a nuestros oídos se llenan de banalizaciones
argumentativas defendidas por políticos de nulo conocimiento histórico
político, y filosófico), no necesariamente erradas, sino porque, sencillamente,
se sitúan en un plano equívoco de configuración política e histórica distinto a
aquél en el que la sociedad lo hace.
Y si de pasado, presente y futuro se trata,
habría que decir que, en realidad, ni el futuro ni el pasado existen como
tales. No se relaciona de que alguien de una ojeada o esté varado en el antes
de ayer, o de que, contrariamente, alguien pueda estar advirtiendo o frenándose
en su presente con una visión de subsiguiente, mirando hacia adelante. Ninguna
de las dos posiciones tiene sentido alguno, sin perjuicio de que sean metáforas
simplistas (como simplificadoras e inelegantes son las metáforas de “izquierda”
o “derecha”) de muy puntual funcionalidad para toda una multitud de irritantes
retóricos políticos que se sirven de ellas en el debate de calle según se les
revela por esa impar clase de comerciantes que suelen ofrecerse bajo la
autoridad de “expertos en marketing político” (“encuesteros y entrevisteros”,
los llamó Unamuno).
Lo que obtienen en todo caso es una posición
que, abrevando de acontecimientos y experiencias pasadas, no son capaces de dar
cuenta de sucesos fundamentales de su actualidad, haciendo evidente la
insuficiencia de planteamientos defendidos fuera de contexto. Es el caso de
quienes, a más veinte años de haber caído la Unión Soviética, siguen
refiriéndose al gastado tópico de la izquierda o del marxismo-leninismo, o,
correspondientemente, de fascismo, del franquismo, estalinismo o de la derecha,
como si la URSS siguiera marchando como lo hizo tras su triunfo en la Segunda
Guerra Mundial. (En tal caso es hoy una Autocracia, de dudoso origen electoral
aplaudida, apoyada y consentida en un largo tramo por las hipócritas
democracias occidentales).
Pero de igual forma hay enfoques presentes
que, queriendo hacer un corte concluyente con el pasado y su recorrido,
buscando proyectarse con su frívola mirada de futuro pero sin haber entendido
nada en absoluto de la historia reciente, es decir, desde un desconocimiento
histórico e ideológico que los imposibilita para dar cuenta de las razones y
contextos que determinaron tanto los aciertos como los errores de uno u otro
acontecimiento concreto o propósito del pasado. Es el caso del joven e
impetuoso analista o político o ideólogo egresado de alguna universidad de
sugestivo nombre que, cargando bajo el brazo sus títulos de doctorado en alguna
ciencia social (economía, negocios, administración pública, políticas públicas)
obtenidos en facultades extranjeras de no menos resplandecientes fama, pero sin
haber leído en su radiante vida una línea de La Biblia, Marx, Wright Mills,
García Bacca, Lenin, Kant, Vattimo, Domingo Albero Rangel, Molina Enríquez,
Massimo Desiato, Luis Cabrera, Eduard Bertein, Mariátegui, Andrés Eloy, Rosa
Luxemburgo, Rodríguez Iturbe, Roberht Dahl, Vasconcelos, o de Hegel, se repite
con reiteración cansina que lo
significativo es modernizar y dejar atrás la ideología, la historia y el rancio
pasado; lo esencial, nos apuntarán nuevamente con una certidumbre irritante y
yeno de levedad, el ser moderno, innovador y aproximarse al mejoramiento de la
calidad de vida a través, entre otras cosas, de la utilización de nuevas
tecnologías (caso del activista ciudadano sintiéndose irradiado adolescente con
entusiasmo candido por el Twitter u otras variantes de las llamadas “redes
sociales”), o bien a través de tomar de una buena vez la decisión de
participar, de involucrarse solo es posible apreciarlos como muestra y
concreción de carencia, de escasez
ideológica, y conceptual a los que puede llegarse a partir de la apelación a la
“sociedad civil” o desde el “activismo ciudadano”.
En todo caso, ni una ni otra posición atina,
a nuestro juicio, en el blanco. Carecen ambas de mordiente crítico y
dialéctico. En este sentido, y ante el resbalón en el que unos y otros
incurren, habría entonces que señalar y reivindicar preliminarmente, con el
pensador Antonio Labriola, el principio dialéctico fundamental según el cual
“si comprender es superar, superar es, sobre todo, haber comprendido”.
La noción de esta conexión es que lo que
existe solamente es un presente histórico con una frecuencia de alcance y
repercusión de 30 o 50 años, o incluso, en el límite y si se quiere, de un
siglo; un presente que se nos ofrece como un espacio amplio, global y
prorrogado en el que tiene lugar la convergencia dialéctica de generaciones
históricas dadas en el espacio antropológico con grados de influencia,
repercusión y correspondencia muy determinados. Una perspectiva de esta
amplitud pudo acaso haber sido aquella desde la que Chu En-lai (Primer Ministro
chino desde 1.949 hasta su muerte, en 1.976), ante la pregunta que en algún
momento se le hizo sobre la influencia y derivaciones de la Revolución francesa
en nuestro tiempo, contestó, con intuitiva y penetrante prudencia, que era
quizá “demasiado pronto para explicarlo” ¿Demasiado pronto para decirlo
habiendo pasado muy seguramente ya más de siglo y medio de que tuvo lugar
acontecimiento tan importante? ¿Cuál podría haber sido entonces la “mirada de
futuro” de Chu En-lai? Este es el punto.
En todo caso, y para comenzar a fijar nuestra
perspectiva, que se dibuja diremos que al pasado pertenece la clase de
acontecimientos que “influyen” en nosotros, pero no recíprocamente (la invasión
napoleónica a España en 1.808 es una sucesión de acaecimientos que en
definitiva coligen una especie de polaridad en las provincias, las revoluciones
de independencia americanas no se entienden al margen de esto sin que podamos
hacerlo para con ellos). La marca de inicio del pasado es la muerte. El
reciente es el campo de acontecimientos ligados por relaciones de influencia y
comunicación entre varias generaciones (por más anacronismo o “anclaje en el
pasado” que quiera alguien ver en la perspectiva defendida por un hombre de
ochenta y cinco o noventa años, el abuelo de muchos, pongamos por caso, cuando
habla sobre Lombardo Toledano, Luis Beltrán Prieto, Juan Nuño José Vasconcelos,
su influencia, la de su relato, no se inscribe en modo alguno en el pasado sino
en el presente). Y por cuanto al futuro, lo entendemos desde el contexto
filosófico como la clase de acontecimientos en los cuales nosotros podemos
“influir” pero de tal manera que ellos no pueden no podrán hacerlo sobre
nosotros.
El problema de Venezuela está escrito desde
el hoy y se sitúa en la correlación de dos perspectivas u horizontes históricos
fundamentales. Por un lado, una perspectiva desde el sesgo de visión ampliado o
perspectiva de gran angular desde la que estaremos apreciando en su expansión
histórico político a Venezuela como nación política independiente durante los
dos siglos, el XIX y el XX, a partir de los cuales es posible interpretarlo de
esa manera. Pero será una perspectiva que no considera como implícito el corte
entre lo ocurrido en la época colonial y la independiente sino que, muy al
contrario, considerará a los tres siglos de etapa de dominación como
fundamentales al tiempo de analizar las claves y procesos de configuración y
decantación histórico cultural y política de Venezuela.
En este sentido, nuestra serena visión general es polisecular, de historia
universal, al margen de que, cuando proceda, nos atendremos a límites
históricos delimitados para efectos también definidos y puntuales de análisis.
Muchas, si no es que la mayoría de las claves de nuestro período (lo que muchos
llaman con imprecisión los tiempos modernos) hunden sus raíces de configuración
dialéctica en otros siglos, lo que implica la necesidad para nosotros siempre
presente de “echar” varios siglos (tres, cuatro, cinco siglos) al cómputo en el
momento que sea preciso hacerlo. El ataque a las torres gemelas de Nueva York
el 11 de septiembre de 2.001, por ejemplo, acontecimiento que se registra en el
contexto del fundamentalismo islámico, desborda por completo los límites del
“mundo moderno e ilustrado” en el que muchos quieren situarse y desde el que
sencillamente no pueden entender lo que ocurre al querer contraponer, ante el
fundamentalismo y la intolerancia, los principios “ilustrados” de la
tolerancia, la democracia y el liberalismo (hay quienes, por ejemplo, ante la
advertencia de casos de “islamofobia” que de inmediato encuadran y condenan
como discriminación, lo único que se les ocurre oponer es, o la tolerancia, la
no-discriminación o, incluso, y cada vez más, la “islamofilia”, incurriendo en
un esquematismo simplificador, cándido e insubstancial).
Esta es una trampa moderna de la que muchos
no pueden salir, con consecuencias en el límite trágicas cuando quienes están
en la simulación son políticos o jefes de Estado con responsabilidades de
primer orden. Porque acontecimientos como el 11-S hacen necesario, para su
precisión y comprensión orgánica, girar hacia atrás, ampliar el ángulo de
visión varios siglos con la suficiente frecuencia de alcance como para apreciar
contradicciones objetivas en su justa gradación y categoría de antagonismo, y
deducir, por ejemplo, entre muchas otras claves fundamentales, las razones por
las que un terrorista musulmán se inmola mientras que el sacrificio, para el
occidente cristiano (católico o protestante), es imposible. Un terrorista
occidental (del IRA, de la ETA) no se ofrenda. Y esto es así por la presencia
de la idea de la sacralidad del cuerpo sistematizada por Santo Tomás (que vivió
en el siglo XIII y para quien la razón está en Dios pero también en el hombre)
como uno de los nervios esenciales del sentido común y de la racionalidad
cristiana occidental (que es, aunque monoteísta, trinitaria, y, por tanto,
ontológicamente pluralista y dialéctica). Y es ésta, precisamente (la idea de
que la razón está en el hombre), la espina dorsal de toda filosofía o “visión
del mundo” de carácter humanista, que no nace, como dicen los manuales, con el
Renacimiento, sino que estaba ya prefigurada en el sistema filosófico-teológico
cristiano medieval. Dicho en otras palabras, y para aspirar que quede
despejado: es a través de la sacralización del hombre (de su cuerpo y de su
razón) que el cristianismo pasó a ser la base de toda concepción del mundo de
carácter humanista.
Pedro
R. Garcia M.
pgpgarcia5@gmail.com
@pgpgarcia5
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