Los
equipos de futbol van a los penaltis cuando están empatados en una
confrontación que no permite el empate. Los penaltis no son una decisión de
nadie sino una instancia forzosa para dirimir un ganador. En nuestra situación
actual, nunca había existido la necesidad de acudir a esas instancias porque
había un equipo poderoso, Los Oficialistas, que arrollaba al contrario, al
enemigo, a Los Opositores.
Se tuvo que dar una situación especial en la cual
Los Opositores jugaron tan bien que inesperadamente empataron el juego y
obligaron a Los Oficialistas a acudir a la tanda de penaltis, cada uno con 11
jugadores, como debe ser.
La
previa. Esta etapa tuvo unas peculiaridades muy interesantes, ya que tuvieron
que venir unos extraños a decirle a Los Oficialistas que el juego se había
empatado, porque ellos no querían admitirlo.
Los extraños también convencieron a Los Opositores, que, para ir a los
penaltis, había ciertas condiciones. La primera, que ellos iban a ser visitantes;
es decir, iban a tener que jugar en el campo del otro, en terrenos de
Miraflores. Además, no iba a haber un árbitro sino que ellos mismos, más otro
importado de lujo, iban a estar viendo lo que pasaba pero eso sí, con la boca
cerrada. A falta de árbitro y jueces de línea, iba a haber una suerte de
moderador, el sub capitán de Los Oficialistas, que iba a cantar las faltas y a
agarrar la pelota de vez en cuando para patearla a su conveniencia. También,
que el capitán de Los Oficialistas iba a agarrar la pelota cada vez que le
diera la gana por el tiempo que quisiera y todos tenían que calársela con la
boca cerrada y el ceño fruncido. Finalmente, que iban a ser 13 contra 11. Estas
fueron las reglas, y parece que todos estaban de acuerdo porque nadie dijo lo contrario.
Los
jugadores Oficialistas. Llevaron una representación que constaba de dos tipos
de jugadores. Unos iban a tratar de meter gol y el resto, la mayoría,
intentarían provocar al contrario, usando diversas técnicas propias del juego
sucio para desmoralizarlo. Los primeros dijeron sus “verdades” con total
desfachatez, y los segundos hicieron todos los intentos posibles por
desbalancear al contrario, con muy poco éxito. Casi todos los disparos fueron
dirigidos, no a la portería, sino a la cara de los jugadores contrarios, como
es usual en ellos. Tanto fue así que el dueño del equipo, desde su pequeña
isla, tuvo que ordenarles que se guardaran a tres jugadores, para terminar lo
antes posible. Uno de los jugadores, con una gran cantidad de tarjetas rojas en
su poder, fue a dar lecciones de juego limpio, lo cual resultó en un penalti
cobrado en su propia portería. El capitán del equipo se quedó con la pelota el
25% del tiempo y jugó siempre en posición adelantada, con total impunidad. En
cambió, jugó muy bien cuando no tenía el balón, simulando que estaba pendiente
del juego y hasta tomando notas de las jugadas contrarias, quien sabe con qué
oscuro propósito. Él nunca se dio cuenta
de que perdió por goleada porque su verdadera intención consistía engañar a los
extraños y hacerles creer que a él le gusta este juego para que no lo saquen de
la liga. Logró engañar a unos cuantos, sobre todo a quienes les conviene
dejarse engañar, sin alusiones personales. El sub capitán jugador moderador,
hizo trampa y trataba de sacar la pelota de la portería cada vez que le metían
un gol, a la vez que intentaba meterla en la portería contraria ante cada fallo
de los suyos. El Soldado fue el más
auténtico de todos, ya que hizo lo que siempre hace: olvidarse del balón para intentar
humillar al contrario en cada jugada, en cada gesto, en cada palabra.
Los
jugadores Opositores. Fueron bastante más inteligentes aunque tenían todo en
contra. Su mayor activo fue el público en las calles, algunos incondicionales y
otros no, pero todos conscientes de que fueron ellos, por estas calles, quienes
empataron el juego y obligaron a la tanda de penaltis. Creo que con 5 o 6
jugadores hubiera bastado y que intentaron lucirse un poco en jugadas que han
podido ser más frontales, pero en definitiva hicieron lo que fueron a hacer y
anotaron más goles que el contrario, para total desconcierto del sub capitán
moderador jugador.
Los
extraños. Hicieron el papel que les correspondía, estar presentes, y cada uno,
de acuerdo a sus intereses, irá a contar en su casa su versión de lo sucedido.
Me da la impresión de que dos de ellos intentarán ser objetivos y los otros dos
ya habían decidido el resultado, independientemente de lo que pasó en la
cancha. Su importancia en el futuro del juego está por verse.
Las
mejores jugadas. El pitazo inicial desde la lejana pero muy cercana Silla de
San Pedro fue, indudablemente, lo más destacable. Las pocas pero contundentes
referencias directas a las violaciones sistemáticas del librito azul. Las
intervenciones del verde y el blanco. El respeto por parte de uno de los
equipos hacia los jugadores que, en la calle, hicieron posible que el juego se
empatara. La reacción digna y elegante ante el juego sucio.
Las
jugadas que faltaron. Mayor contundencia y coordinación en los argumentos de
Los Opositores. Falta de definición de reglas del juego y condiciones
equilibradas. Falta de compromiso real de Los Oficialistas, que privilegian el
debate a la solución de los problemas que llevaron a la tanda de penaltis.
El
reto. Cada equipo tiene objetivos diferentes y posiciones irreconciliables.
También existen muchos intereses comunes, sobre todo los que impactan a los
jugadores de la calle, de ambos bandos. Si el juego se mantiene en el terreno
de las posiciones, la frustración será demoledora y las consecuencias
impredecibles. En algún momento sucederá un punto de quiebre que nos dirá la
dirección de este intento conciliador.
El gran reto de Los Opositores es estar muy atentos a ese punto de quiebre y tomar la decisión correcta en ese preciso momento. Los jugadores de la calle tienen la inteligencia y el coraje para captar si vale la pena continuar o adoptar nuevas estrategias y, estoy seguro, sabrán cómo actuar en cada caso. Ellos son el verdadero futuro.
Gustavo
Yepes
gyepesp@gmail.com
@gyepesp
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