En
efecto, en tiempos de Jaime Lusinchi vivimos esta misma situación, que tenemos
hoy en día; derivada, asimismo, de un control de cambio que existía para la
época: escasez, inflación, corrupción; cuyo desenlace fatal se vivió un 27 de
febrero de 1989; cuando un pueblo con tendencias saqueadoras acabó con el
comercio de nuestras ciudades, y cuyo significado Hugo Chávez nunca lo
comprendió, teniendo una interpretación muy deformada de los hechos que se
suscitaron ese día, y con el perdón de la digresión; vivimos, decía, esta misma
situación, sólo que sin el drama de hoy en día; puesto que en aquella época, al
menos, uno abrigaba la esperanza de que estaba pendiente la próxima elección, y
así tenía derecho a pensar que a la vuelta de la esquina nos íbamos a encontrar
con nuevo gobierno, y con los votos se desaprobaba esta administración; que es
lo que uno no tiene ahora, habida cuenta de la condición de secuestro en que se
encuentran nuestras instituciones; pero, además, gobernados por una gente que
proclama tal filosofía barata y chata, y que se niega a entender que ahí radica
la causa de la quiebra del aparato productivo, y no a causa de la envidia y de
la mezquindad de una burguesía apátrida y saboteadora, que no permite que se
fragüe el último experimento de socialismo, y que lo único que lo diferencia de
los otros socialismos es que este es del siglo XXI.
Uno
de los descubrimientos más importantes en la historia del pensamiento
occidental es eso de lo cual habla Spinoza de la idea de la idea; uno sabe que
sabe la tabla de multiplicar, una suerte de espejo el saber en este caso en el
fondo de nuestra conciencia; lo que Kant formuló después como una facultad
legisladora, que uno tiene, y que conoció como juicio. Hegel lo dice de una
manera aún mucho más pintoresca, y donde ya se asoman los elementos de lo que
será el psicoanálisis: “El hombre deja de ser un animal, cuando se da cuenta de
que es un animal”.
Todo esto para llegar a lo siguiente: “El idiota deja de ser un idiota, cuando se da cuenta de que es un idiota”. Pero para llegar a tal estado tiene que volver a nacer de nuevo, puesto que el idiota es idiota por fuera, pero no por dentro, y nunca va a admitir su falta de juicio. Es decir, en su interior se regodea de que se trata de un sujeto que se las sabe todas, y es por eso que termina culpando a los demás de la causa de sus fracasos. “Una mafia cambiaria se robó 25 mil millones de dólares, a través de empresas de maletín”, dijo un día Giordani sin medir un milímetro sus palabras. ¿Acaso esa mafia cambiaria no fue criada y amamantada por él mismo o gracias a su política económica? He allí el Giordani que se ha vuelto un extraño de sí mismo: “¿Yo puse esta cagada? No, que va; pues, ¿quién le dio derecho a esa mafia cambiaria, para que se cogiera esos reales?”
Una
de las cosas que se le escapan al idiota es la iniciativa; de allí esa visión
que tiene de que gobernar no consiste en fomentar la riqueza, como sí
derrocharla, y eso explica el que se diga que la más grande hazaña, que se haya
hecho en materia económica, ha sido en Venezuela; sólo que a la inversa de lo
que reza el sentido común; esto es, se ha dilapidado un billón de dólares; que
no se sabe dónde están, y que Giordani despacha la respectiva explicación con
el eufemismo del gasto social: “Se han
invertido unos 450 mil millones de dólares en gasto social –dice muy orondo el
tercio; además le agrega el siguiente predicado. –Esta era una deuda que se
arrastraba de toda la vida”.
Obsérvese
si no está miando fuera de perol esta gente que todavía dice que ese sacudón,
que se produjo aquel ya lejano 27 de febrero, se debió a que el pueblo salió a
las calles a protestar por el paquete de medidas de corte neoliberal; que
adoptaba en una forma drástica el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, como
parte de un ajuste, donde se eliminaba el control de cambio y, en consecuencia,
el bolívar se disparaba en un 160; tan elevado, en términos relativos, como el
que se ha registrado con esta última devaluación, y que desataría una inflación
de ochenta y tantos por ciento en el año 1989; momento en el que comienza a
desaparecer aquel menudo conocido como el real, el medio, la locha o la pulla;
menudo que, por cierto, Hugo Chávez en uno de sus tantos delirios trató de restaurar,
a través de lo que se conoció como la reforma monetaria del cono; dando lugar
al “bolívar fuerte”, y del cual no queda en las condiciones actuales sino el
sonoro nombre.
¿No
representa una idiotez el celebrar que el dólar paralelo había descendido de
casi 90 bolívares, en que se encontraba a 57 bolívares, como llegó a estar
hasta hace una semana; constituyendo casi un milagro económico, como lo hacía
ver el propio Nelson Merentes, sin darse cuenta de que por ahí violaba la ley;
que prohíbe hablar de sus montos? Incluso, Merentes se ufanaba, y decía que
esto se debía al sólo anuncio de la salida del Sicad II. Pero, por no ser
cautos; no ir al origen de esa situación al dueño del circo le crecieron los
enanos; pues más de un economista advirtió que allí estaban presentes factores
estacionales, como el pago del ISLR, que había obligado a muchas empresas a
salir de sus posesiones en dólares, para poder tener liquidez en bolívares, y
honrar el mismo; como información privilegiada: operadores cambiarios, que
sabían que el Sicad I venía a 51 bolívares, e inundaron el mercado de dólares,
en procura de bolívares, que necesitaban para participar en la subasta del
Sicad II.
Enrique
Melendez O.
melendezo.enrique@yahoo.com
@emelendezo
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