Venezuela
ha sido arrastrada a una de las peores crisis de su historia, debido a la
obstinada aplicación de un modelo basado en la militarización, el centralismo,
el fortalecimiento desmesurado del Estado y la reducción a su mínima expresión
de la sociedad civil.
Este esquema antinacional e inconstitucional ha conducido
a que los jóvenes no vean la posibilidad de desarrollarse dentro del país, a
que no puedan conseguir un empleo fijo y bien remunerado que les permita ser
dueños de su propio porvenir. El desempleo en el sector juvenil duplica el
promedio nacional. A la precariedad de su condición socioeconómica se une el
grave problema de la inseguridad personal. Son la mayor parte de las víctimas de
los delitos, que incluyen los secuestros exprés y los asesinatos.
La dramática situación en la que se
encuentran los jóvenes los ha llevado a rebelarse frente al futuro miserable
que les propone el régimen. Esa protesta
justa y legítima que hoy libra la juventud, símbolo de la resistencia
nacional, ha sido respondida con insultos, descalificaciones y una represión
brutal por parte del tándem cubano-venezolano que domina desde La Habana y
Miraflores. El Gobierno, en vez de escuchar las demandas de la juventud y propiciar el diálogo, sataniza a los
estudiantes que rechazan sus políticas y denuncian su indiferencia frente a los delitos que se
cometen cotidianamente contra ellos. Sus derechos han sido vulnerados sin que
ninguna institución del Estado, la Fiscalía o la Defensoría del Pueblo, se
preocupe por protegerlos de los atropellos y la brutalidad oficial. El régimen
actúa de forma monolítica ante los manifestantes, pero es débil con la
delincuencia organizada y las bandas de criminales que se agrupan en los
llamados “colectivos”, en realidad pandillas de facinerosos que agreden a
mansalva e impunemente a los grupos que protestan.
Los medios de comunicación públicos no
informan de los graves hechos que ocurren y a los medios privados se les
amenaza y coarta la posibilidad de revelar la gravedad y magnitud de las
violaciones que los rojos cometen. El derecho a la información veraz y oportuna
establecido en la Constitución ha sido ignorado por el régimen. A igual que en
Cuba y en todos los demás países donde se implantó el comunismo, el régimen
tiende un velo sobre los acontecimientos y construye una “verdad” oficial, que
en realidad representa una falsificación de los hechos objetivos.
Frente
a la protesta legítima y generalizada de una juventud a la que se le está
triturando su porvenir, la respuesta oficialista ha consistido en incrementar
la espiral represiva mediante el asesinato de manifestantes, la detención
arbitraria de jóvenes y líderes opositores
como Leopoldo López, y la persecución ilegal de personas honorables como
Fernando Gerbasi, ex embajador venezolano en Brasil y Colombia.
La violencia ha sido el arma esgrimida
por el oficialismo desde el 4 de febrero de 1992. De ella y de la exacerbación
del resentimiento y el odio de clases, se ha nutrido durante más de veinte
años. Hugo Chávez construyó sobre esa plataforma el sólido liderazgo mesiánico
que tuvo. Al desaparecido comandante hay que reconocerle que así como era capaz
de desatar la violencia desenfrenada, también podía administrarla y contenerla.
Poseía una recia autoridad sobre las bandas armadas y los cuerpos de seguridad.
Esto no es lo que ocurre con su sucesor, el débil Nicolás Maduro, quien trata
de exhibir un poderío desmesurado y artificial, pero incapaz de llamar a
capítulo a las facciones armadas por el oficialismo y a los órganos de
seguridad del Estado. A Maduro sus enemigos internos le han hecho creer que
dialogar y negociar con los factores que lo adversan, representa un signo de
debilidad que no debe mostrar. Por este camino lo han metido en una espiral de
violencia que ha puesto en serio riesgo la paz del país.
Los jóvenes venezolanos están
reeditando, 46 años después, el Mayo Francés. Están viviendo su propia
primavera, al igual que los estudiantes árabes a partir de 2010. La
reconciliación nacional ahora pasa por los acuerdos con ese sector de la
sociedad que ha acopiado suficiente
energía y coraje para hablar en nombre de ese país descontento, negado a
entregarse en manos de los bárbaros.
@trinomarquezc
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