Mientras en la misérrima Cuba castrista el
propio Fidel admite que el modelo que ha tratado de imponer con su tiranía no
funciona, y por eso su régimen se baja los pantalones ante el capitalismo
occidental en busca de los dólares que su destartalada economía no produce, en
Venezuela los hijos lerdos del ilustre muerto que nos arruinó perseveran con
sus estupideces manteniendo los anaqueles vacíos. Si en materia económica estos
chambones han metido la pata descomunalmente, si antes lo económico era
disimulado con efectismos políticos, el gobierno ha llegado a un punto en que
también está metiendo la pata políticamente a más no poder.
El gobierno está cayéndose sólo y Maduro lo
sabe. Cuando habla de golpe de Estado simplemente emplea un eufemismo tratando
de disimular lo que sabe, es decir, que es tal el nerviosismo entre los
militares que por ahora se dicen chavistas, que si se estuviera fraguando un
golpe lo darían esos militares para salvarse del arrastre que se vislumbra,
resueltos a acompañar al chivo expiatorio sólo hasta la boca de la sepultura,
máxime cuando no podrán invocar como eximente de responsabilidad por los
derechos humanos que vienen violando sistemáticamente, el Internacionalmente
derogado principio de «obediencia legalmente debida a órdenes superiores».
Sabido es que los militares latinoamericanos son siempre leales hasta la
víspera. Que lo diga el incauto Allende desde el más allá.
Entre los daños que Chávez le hizo a nuestro
pobre país, quizás el peor fue acabar con la separación de poderes para
concentrarlo todo en sus propias manos y constituir un sistema de dominio
unipersonal del tamaño de su megalomanía, hecho para existir sólo mientras él
estuviera vivo. Semejante barbaridad, hay que admitirlo, tenía como sustrato su
carisma y liderazgo, su poder de convocatoria en los sectores populares y la
utilización permanente de la demagogia ante masas fanatizadas empleadas como
elemento permanente de intimidación, es decir, fascismo puro. El problema deviene
porque una misma herramienta en diferentes manos no es la misma herramienta:
Maduro no es Chávez.
Así como no albergo la menor duda de que
Stalin era tan fascista como Mussolini o Hitler, tampoco la tengo cuando afirmo
que en Venezuela desde el advenimiento de Chávez actúan ostensiblemente un tipo
de fascismo que se autocalifica de izquierda promovido desde y por el gobierno
y otro catalogado como de derecha que pretende ser la verdadera y única
oposición sustituyendo a cualquier otra que no comparta sus puntos de vista. La
primera actuación de ambos fascismos la presenciamos durante los sucesos de
abril del 2002 y en hechos posteriores como la feria militar-cívica de la Plaza
Altamira y el paro petrolero 2002-2003, promovidos desde una supuesta opinión pública
y los medios de comunicación que la formaban e imponían a su capricho y
conveniencia, para después desentenderse de tales hechos e incluso condenarlos,
así como de quienes los lideraron, con las consecuencias que la memoria
colectiva no debe haber olvidado.
Cada uno de los fascismos atribuye su
existencia y conducta a la presencia y procedimientos del otro, cuando en
verdad ambos son causa y consecuencia de una misma atrocidad. El fascismo
oficialista se manifiesta ya en el aprovechamiento de las instituciones
gubernamentales que controla completamente, incluyendo la fiscalía y los
tribunales con sus autos de detención intimidatorios, las policías, las fuerzas
militares, los colectivos armados, la violación sistemática de los derechos
humanos, etcétera, y el fascismo opuesto se expresa en las guarimbas y cierre
de vías públicas que afectan al ciudadano común, el destrozo de locales
públicos y privados, la quema de basura, de patrullas y unidades de transporte
público, hechos casi todos circunscritos a municipios donde habitan sectores de
clase media y alta. Ambos, como dijera el eminente historiador Eric Hobsbawm,
comparten «la concepción de la política como violencia callejera», y en medio
de ambos una inmensa cantidad de ciudadanos de todas las tendencias y
preferencias que se sienten intimidados y acorralados por ambos fascismos,
constreñidos en rabia silenciosa a aceptar los desmanes perpetrados por los
gamberros de la calle.
El derecho a manifestar pacíficamente ha sido
pervertido por la represión del gobierno so pretexto de la preservación del
orden público, pero también por grupos anárquicos que se han trenzado en
excesos contra la propia ciudadanía. Preocupante que por ganar un aplauso
efímero de alguno de los fascismos, pasáramos agachados acusando al uno y
excusando al otro, cuando ambas caras de la misma moneda son y representan lo
mismo.
@hramosallup
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