El sábado almorcé en “Doña Zara”. Es una
especie de cuchitril aseado, sin pretensión alguna de restaurant, pero que
ofrece un conveniente balance entre cantidad, calidad y precio. Que dicho sea
de paso es una maroma bastante difícil de ejecutar hoy día.
Sin embargo lo
visito, no tanto por la “maroma” sino por ser el expendio de comida donde
preparan el mejor bistec de hígado encebollado de todo Charallave. El muchacho
encargado es muy atento, pero (perfecto Dios) excesivamente parlanchin. Por eso
nunca le doy propina. Pareciera no entender que no voy allí a socializar, ni a
informarme y muchos menos a realizar análisis político. Ciertamente es un mal
menor que debo soportar a fin de degustar de un delicioso hígado encebollado,
pero este día la experiencia fue diferente.
Al igual que cada vez que voy,
hacía como que estaba chateando por el celular, para neutralizar sus intentos
de dialogo, cuando pasó frente al local una señora empujando una silla de
ruedas semiplegada, haciendo las veces de coche, con una niña de unos 7 años y
un niño de unos 4 en su interior. La señora con apariencia más de abuela que de
madre. Los tres famélicos y mugrientos, despiadadamente menesterosos. La imagen
me dejó petrificado. Los otros dos comensales presentes también enmudecieron.
Sólo el parlanchin encargado reaccionó y llamándola le ofreció algo de comer.
Llegué a mi casa con un sentimiento, mezcla a partes iguales de
indignación por constatar que exista gente viviendo en esa condición y
conmovido por la oportuna y generosa respuesta del muchacho. Encendí la tele y
me puse a ver una película de vaqueros, que tenía como protagonistas a Kevin
Costner y Danny Glover entre otros. En cierto momento de la trama una menguada
mujer llamada Estela, quien regentaba la cantina pronuncia esta frase que puede
ser tan espléndida como lapidaria: “el mundo es lo que hacemos de él”. Y
pensaba en el país que hemos hecho, o desecho. Pensaba en nuestros principios y
pensamientos, devenidos en harapos y guiñapos. Pensaba en la gente tendenciosa
que considera la solución a este infortunio con una acción de carácter
testicular en vez de cerebral. Pensaba en lo emocional que somos. En nuestro
afán por la adrenalina, por la
inmediatez, por el ruido, por el alboroto, por el desenfreno.
Y a pesar de esas predilecciones, del apuro, del atore, hay personas
como la señora de la silla de ruedas que se desplazan a la velocidad de la
esperanza perdida, que no bonchan, ni ríen, ni cantan, ni siquiera ven la vida
pasar porque hace tiempo el país los dejo de lado y la vida se convirtió en
martirio, en pesar, en tragedia.
Ese país desecho es culpa de todos. Porque en
la edificación de este tormento nacional es como en el Yo Pecador: de
pensamiento, palabra, obra y OMISIÖN. No se salvan ni los nini.. Hoy dia la
gente tiene el mismo nivel de malestar de octubre 2.013. Y las soluciones
siguen siendo igualmente esquivas y ajenas. Y la incertidumbre crece sin cesar.
Los callejeros no tienen la solución. Los cuatriboleaos tampoco. Y lo que
necesita este país es un proyecto, con acento en la educación.
Es un proceso que toma tiempo. Que genera conciencia. Que forma ciudadanos. Y que proporciona a la sociedad mecanismos para que las sillas de ruedas no tengan que ser usadas como coches. Para que el país sea más parecido al que realmente queremos hacer de el.
Alejandro
Millan
alejandrormillan@gmail.com
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