Luego de un intenso debate que incluso
trascendió los límites de los países directamente involucrados, en 1984 se
inicia una experiencia de integración comercial novedosa en nuestro hemisferio:
el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA).
En este mes está cumpliendo 20 años y vale la
pena hacer un balance sumario que desmonte mitos y mentiras, y ponga los
resultados obtenidos en su justo lugar.
Dos países desarrollados (EEUU y Canadá) y
uno en vías de desarrollo (México) se acordaron entonces para crear una espacio
común de libre intercambio comercial que incorporaría aspectos no contemplados
en tratados de integración anteriores.
La valoración de sus resultados se puede
hacer desde dos puntos de vista. Uno, a partir de los efectos reales de los
mecanismos comerciales puestos en práctica, y dos, a partir de los efectos
colaterales no menos importantes que podrían haber generado aquellos.
Los instrumentos principales apuntaban al
libre comercio y las inversiones, y éstos son los que deben evaluarse de manera
prioritaria.
Hay que igualmente advertir que el
comportamiento que las economías tendrían en lo sucesivo no necesariamente
podría atribuirse exclusivamente a los mecanismos del Tratado. No hay que
olvidar que cada uno de los países mantiene su autonomía en materia de las
políticas económicas internas. Así, resultaría inadecuado colocar al TLCAN como
la causa o factor determinante de lo que los 3 países lograrían a la hora de
evaluar el proyecto como tal.
Debe recordarse que al plantearse el
proyecto, saltaron a la palestra pública los antiimperialistas y antiamericanos
del continente para advertir que México, el débil del grupo, al ponerse en obra
el TLCAN, sería aplastado o barrido por su vecino poderoso. Que esa integración
entre desiguales no funcionaría. Que ningún beneficio traería tal yunta
comercial con quien dominaba la economía mundial, cuyas transnacionales se
apoderarían del país. En EEUU no faltaron tampoco los que se opusieron. El
empresario y ex candidato presidencial Ross Perot, también cuestionó la
propuesta por razones proteccionistas nacionalistas.
Pasadas dos décadas, lo anunciado por
las aves agoreras de la izquierda
hemisférica no se dio, y México hoy puede exhibir resultados muy satisfactorios
en términos comerciales, a pesar de que haya aún aspectos que deban ser
redimensionados y/o mejorados.
Las cifras son elocuentes.
En 1993 México exportaba al mundo 51.883
millones de dólares y en 2013 alcanzó, septuplicando, los 390.000 millones
aproximadamente. Sólo para comparar, Brasil, la economía latinoamericana más
grande, exportó en 2013, 245.000 millones de dólares.
En materia de inversiones, en 1993 recibió
4.4 millardos de dólares; en 2013, 22.000 millardos. El ingreso per cápita ha pasado de 4.500 dólares
en 1994 a 9.700 en 2012.
México se ha convertido en una potencia
exportadora, la primera de América Latina. Entre EEUU y México, hay un
superávit comercial a favor del último.
Se cuestiona que a pesar de tales cifras, la
tasa de crecimiento del PIB de México, durante estos 20 años, sea más baja que
las de otros países de la región, lo que, a mi juicio, algunos se la atribuyen
incorrectamente al TLCAN, cuando debería más bien apuntarse, en gran parte, a
las políticas domesticas mexicanas.
Por otro lado, queda evidenciado que los
estados mexicanos cuyas economías están orientadas a la exportación, como
Querétaro, Puebla, San Luis Potosí, Sonora y Nuevo León, sus tasas de
crecimiento están cercanas a las asiáticas (6,5%). De los 32 estados, 19
registraron un crecimiento económico igual o superior al nacional en 2011, que
fue de 3,9%.
De modo pues que si hacemos un balance
realista, a México le ha ido muy bien en el TLCAN, a pesar de que las cifras de
pobreza no se hayan reducido de manera sustancial, y los beneficios del Tratado
no han fluido de manera homogénea para toda la nación mexicana, problema éste
que tiene más que ver con la ejecutoria del gobierno mexicano que con el TLCAN.
Es posible que algunos hayan tenido
expectativas desmedidas o equivocadas con este proyecto, y al hacer el balance
se sientan hoy un poco decepcionados. Jorge Castañeda, ex canciller de México,
quien hace 20 años se opuso al TLCAN, señala que no ha cumplido con las
promesas que entonces se formularon en su “venta” a la opinión pública. Sin
embargo, dice que visto como acuerdo comercial ha sido una historia de éxito
innegable para su país, el cual, según él, necesita aún más NAFTA, no menos.
Desde nuestra perspectiva, el TLCAN, con sus
deficiencias y promesas supuestamente no honradas, es un ejemplo patente de que
el libre comercio siempre reporta ventajas a los países, grandes y pequeños, no
exclusivamente económicas. Que es un mito el que un país pequeño o mediano no
pueda integrarse con uno grande porque sería aniquilado. Que es posible que las
regiones de un país que no se pongan a tono con el entorno global se vena
excluidas de los beneficios de la integración. Que en los tratados económicos
los intereses de todos, pequeños, medianos y grandes países, pueden ser
conciliados de manera civilizada y en provecho común.
El TLCAN o NAFTA es una experiencia de
integración de la cual se puede extraer lecciones enriquecedoras para proyectos
futuros en el mundo.
@ENouelV
emilio.nouel@gmail.com
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