El
general Raúl Castro es el presidente pro tempore de la CELAC y todos han ido a
La Habana, como los ratones tras la flauta de Hamelin, a celebrar una segunda
cumbre.
¿A
qué juegan los gobiernos de América Latina? Aparentemente, el primer objetivo
del organismo, según declararan en su documento fundacional, es: “Reafirmar que
la preservación de la democracia y de los valores democráticos, la vigencia de
las instituciones y el Estado de Derecho, el compromiso con el respeto y la
plena vigencia de todos los derechos humanos para todos, son objetivos
esenciales de nuestros países”.
¿Qué
entienden esta gente por democracia? Cuba, como les corresponde a los países
desovados por la extinta URSS, es una vieja dictadura unipartidista de más de
medio siglo, en la que no existen libertades individuales, ni se respetan los
derechos humanos. Mientras se celebra la CELAC, la policía política acosa y
aporrea a las Damas de Blanco y a los demócratas de la oposición que se atreven
a protestar. ¿Alguien lo ignora?
Raúl
y su tropa estalinista no lo ocultan. Son brutal y orgullosamente francos.
Tienen coartadas legales para fusilar o encarcelar. Defienden paladinamente ese
modo de estabular a la sociedad y afirman que se trata del sistema más abierto,
democrático y solidario de la historia. Ni siquiera admiten que torturan a los
disidentes. Los opositores no son personas: son gusanos, escoria extirpable a
culatazos por oponerse a la felicidad del pueblo y querer entregarle el país al
imperialismo yanqui.
No
hay una violación flagrante de las reglas. Las reglas lo permiten. No hay que
“desaparecer” a los enemigos. Se les machaca públicamente. La Constitución,
calcada del modelo soviético, le concede al Partido Comunista la facultad en
exclusiva de organizar a la sociedad a su antojo. Ese bodrio legal ha sido
refrendado por la inmensa mayoría. Los cubanos, como los norcoreanos o
cualquier ciudadano aterrorizado, votan lo que les pongan delante mientras
sueñan con una balsa. Todo y todos se subordinan a los fines del
marxismo-leninismo y se prohíbe cualquier conducta que contradiga estos
principios. El pasado, el presente y el futuro están atados y bien atados.
Y
hay elecciones. Cada cierto tiempo, la dictadura, como sucedía en el bloque del
Este en Europa, realiza unos comicios muy controlados para legitimar en el
poder a unas autoridades que sirven como correa de transmisión a las
iniciativas del Castro que esté al frente del manicomio cubano. Son los
apparatchiks. Es la nomenclatura obediente y memoriosa. Un orfeón
asombrosamente afinado que canta a capella las consignas del Partido.
Como
era evidente que los comunistas habían construido un modelo político distinto
(el del totalitarismo marxista-leninista), y reclamaban el derecho a una
denominación de origen diferente, los defensores de la democracia liberal
definieron el sistema político que ellos proponían en un documento vinculante
llamado Carta Democrática Interamericana, firmado en Lima el 11 de septiembre
de 2001.
Ahí
están todos los elementos de fondo para el ejercicio real de la democracia
republicana: elecciones libres y plurales, separación de poderes, libertades
individuales, incluidas la de prensa y asociación, transparencia, neutralidad
del Estado de Derecho, respeto, tolerancia. Era exactamente la antítesis del
modelo impuesto por los Castro en Cuba. Lo contrario a lo que hoy condona e
ignora la CELAC.
Pero
a los políticos latinoamericanos les importa un bledo decir una cosa en la
Carta Democrática Interamericana y hacer otra muy distinta en los aquelarres
organizados por CELAC. Como en el famoso poema de Walt Whitman, repiten el “me
contradigo, y qué”. Ahí estará en La Habana, incluso, el Secretario General de
la OEA, el señor José Miguel Insulza, quien debería ser el guardián de la Carta
Democrática Interamericana, prueba viviente de que la esquizofrenia ideológica
existe y es incurable.
Nada
de esto, me temo, es nuevo. Uno de los rasgos más desagradables de muchos
políticos latinoamericanos es la hipocresía. Tienen varios discursos. Varias
caras. Dicen que son pragmáticos. No es verdad. Son cínicos. Durante décadas,
los vecinos convivían en silencio con polvorientas dictaduras como las de
Stroessner, Somoza o Trujillo. Ahora les importa muy poco lo que sucede en Cuba
o Venezuela. Es el imperio de la inmundicia moral.
montaner.ca@gmail.com
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Como siempre la pluma valiente y honesta de Carlos Alberto Montaner, de nuevo nos alerta sobre la hipócrita posición de los autoproclamados "gobiernos democráticos" que no son más que "estrambóticas comparsas" del neototalitarismo de los Castro que en el fondo temen y admiran. Es el eterno mal latinoamericano, su odio y resentimiento contra los Estados Unidos los pone en brazos de los mayores farsantes de la historia política de América Latina, arrullados por los falaces cantos de sirena del foro de Sao Paulo.
ResponderEliminarcoquicorredor@yahoo.com