La inmensa y flagrante cadena de abusos
perpetrada por el gobierno, antes y durante las elecciones del 8D, está a la
vista del mundo. Todo está disponible en Internet, palpitante en su bajeza,
denuncia viva ante los ojos de quien quiera verlo. Y, sin embargo, hay quien,
incluso haciendo el inventario de las evidentes irregularidades, concluye que
la culpa de la tragedia venezolana es de una oposición que no ha querido
desalojar al régimen destructor, básicamente por su cobardía y su negativa a
mandar a la gente a tomar las calles.
Veamos un análisis típico. Allí se enumera
que: 1) el TSJ y todo el sistema judicial fueron transformados por Chávez en un
apéndice del PSUV, con oficiales activos del ejército elegidos como jueces,
“algo que ni siquiera los peores dictadores latinoamericanos osaron hacer”; 2)
todos los medios masivos de comunicación, salvo pocos diarios impresos, han
sido estatizados o vendidos a testaferros del gobierno, incluidas 300
estaciones de radio expropiadas en los dos últimos años, “con lo cual durante
la campaña para el 8D, la oposición fue prácticamente invisibles en los
medios”.
3) Líderes sindicales han sido encarcelados,
exiliados o apaleados por hordas chavistas; 4) los directores de campaña de
Henrique Capriles son acosados, atacados por matones del PSUV, destruidos
moralmente sesiones de la AN y torturados por las fuerzas represivas del
Estado; 5) los empresarios no se atreven a hacer contribuciones a las campañas
por miedo a ser perseguidos o a que sus negocios sean mandados a saquear; 6)
las conversaciones privadas de los líderes de oposición son grabadas y
divulgadas por altos funcionarios en ruedas de prensa convocadas con ese fin.
7) A Capriles le hicieron atentados impunes
en varios lugares del país; y el Gobierno le impidió usar transporte aéreo; 8)
el uso de los recursos del Estado para las campañas oficialistas fue grotesco,
así como el comportamiento del CNE, ciego ante las infinitas violaciones de la
ley.
9) el pueblo opositor debe enfrentarse con fuerzas
hostiles de orden legal (policías y fuerzas armadas) e ilegal (turbas de
motorizados enviados por el Gobierno); 10) cada vez se descubren más nexos de
los gobiernos de Chávez y de Maduro con el narcotráfico y mafias de todo
pelaje. Esta semana el ABC, de España, publicó informó de que cuando Maduro era
canciller medió para que el FMLN mejorara su acceso al tráfico de drogas,
naturalmente usando para ello el territorio de Venezuela.
La mayoría de los observadores admiten este
contexto parcialmente o en bloque y, sin embargo, muchos de ellos siguen ese
camino para concluir que “los líderes de la oposición continúan comportándose
como si Venezuela fuera Suiza y la victoria a través de las urnas fuera una
posibilidad real”. Repiten la mentira según la cual la oposición “ha llamado a
sus seguidores a no transformar su enojo y frustración en actividad en las
calles”.
Y no falta quien reclame que Venezuela no
haya seguido el camino de Siria o Egipto, como si esos dos castigados pueblos
vivieran hoy algo distinto a una guerra civil o a la apropiación del poder por
los militares. Da la impresión de que a Venezuela se le reprocha no haberse
sumido en una guerra civil, negando con ello las muy sexi tomas de un huracán
de sangre en el Caribe.
La verdad es que la Unidad Democrática está
amarrada, por diseño de esa coalición de organizaciones políticas, a los
métodos democráticos para enfrentar un gobierno que no lo es. Eso implica,
naturalmente, un camino largo, que exige mucha paciencia y estaciones para
reflexionar y afinar estrategias.
Venezolano opositor que no esté dispuesto a
seguir la tediosa senda democrática, puede irse por la más rápida. El verdadero
radical, que no está hablando paja, es como el caballo viejo de Simón Díaz: “no
le obedece al freno ni lo paran falsas riendas”. Hasta el momento, no hemos
visto ninguno que le eche pichón.
La verdad es que la oposición siempre ha
estado en la calle, en esas miles de protestas, huelgas, paros cívicos y tomas
pacíficas que diariamente se producen en todos los confines de la república.
La verdad es que la única ocasión en que
Capriles disuadió a sus seguidores de salir a la calle fue el 17 de abril de
2013, después de varios días de manifestaciones (por las que el régimen lo
tildó de asesino), atendiendo informaciones de aliados que en el interior de
los cuerpos represivos según las cuales el régimen estaba listo para reprimir
con violencia.
La verdad es que el camino a la democracia de
Venezuela no empieza en Miami ni mucho menos en las barras de los conspiradores.
Aún así, largo y tortuoso, ya tenemos mucho avanzado. Y seguimos.
Milagros
Socorro
socorromilagros@gmail.com
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