El
comunismo se orienta por una utopía de igualdad rasa a ultranza, en la que las
personas que no trabajan y por tanto no producen, tienen el mismo derecho a
gozar de los bienes y servicios producidos por quienes trabajan y los producen
o, lo que es lo mismo, quienes están en las empresas del aparato productivo
nacional; o sea, que les toque a
todos la misma cantidad de bienes y
servicios, trabajen o no trabajen para crear la riqueza, solamente por el hecho
de ser personas naturales de ese territorio, asiento de las empresas.
Sea
pública o privada, una empresa tiene a los propietarios de las acciones, o sea,
a los accionistas dueños de la misma, quienes hablan en ASAMBLEA para expresar
su voluntad; a los miembros de la junta directiva (gobierno, en el caso del
estado) elegidos por la asamblea, quienes representan a los accionistas y deben
defender sus derechos. Esos directivos son quienes deciden qué producir, cuándo
y cómo y también qué gastar, cuándo y cuánto.
En
el socialismo, a diferencia del capitalismo (el cual funciona más parecido a
una empresa privada) el estado sería el propietario de todos los factores
productivos (tierra, capital y trabajo) y no las personas o las familias, que
es como se les denomina en ciencias económicas y para ello hace con esos
factores lo que quiere, fijando los precios de los bienes y servicios según su
apreciación y libérrimo albedrío o según sus intereses ideológicos para
sustentar su modelo. No los somete al libre juego de la OFERTA y la DEMANDA
según Adam Smith, sino que interviene creando leyes como aquella de COSTOS, PRECIOS Y SALARIOS, mientras que en
el capitalismo esos precios, con su carga de injusticias, son reales y el valor
de esa economía así concebida es cochinamente real. En el socialismo es irreal,
no es comparativa ni competitivamente apta para sobrevivir…no tiene viabilidad
económica. Simplemente no se pueden aguantar “ad infinitum” los precios así fijados, porque hay que
responderle a los accionistas que somos todos.
Del
gran gurú de la economía, el señor Warren Buffet, dueño de Berkshire Hathaway,
una compañía que tiene otras 61 empresas, se dice que a sus CEOS (grandes gerentes generales) solo les
manda una carta al año, es muy raro que los llame o convoque reuniones, dice
que no son necesarias y que basta con los objetivos que él les manda cada año a
cada uno de ellos:
1-
No pierdan nada de dinero de los accionistas.
2-
No olvidar nunca la regla 1
Una
economía socialista, que es como es correcto llamarla, amparada en el paraguas
ideológico del comunismo, que es donde se encuentra la nomenclatura de ese
constructo científico creado por Karl
Marx en 1948, al ser comparada con una economía capitalista queda en minusvalía;
porque es irreal, no puede sencillamente competir.
El
problema se reduce en concebir cuánto de intervención del estado es aceptable y
cuál es el tamaño de dicho estado. Vale decir, no se puede tener un estado que
intervenga en todo y absolutamente en
todo, como tampoco dejar a la economía por la libre. “Ni tan calvo ni con dos
pelucas” o “Bueno es culantro, pero no tanto” son dos dichos criollos que
pueden aplicarse. La fórmula mágica que parece conciliar a Adam Smith con John
Maynard Keynes parece ser: “tanto estado como sea necesario y tan poco como sea
posible”.
En
el capitalismo, incluso con su carga de desigualdad e iniquidades asociadas al
hecho de que entre sus categorías no se
encuentra la justicia social, sino la optimización del empleo de los recursos
productivos para lograr la eficiencia; o sea, la producción de mayores
resultados utilizando la menor cantidad de recursos, no existe la justicia
distributiva de la riqueza creada. Eso
le correspondería al estado, establecer unas reglas claras y una cantidad
dosificada de su intervención en la economía para no dejarlo todo al presunto y
también utópico equilibrio entre la oferta
y la demanda en un mercado que no
es ideal, sino cochinamente real como el que obliga hoy no a aumentar, porque
en estricto sensus no es un aumento, sino a SINCERAR el precio del litro de
gasolina, para hacerlo corresponder con
su costo de producción o para no seguir subsidiando un absurdo ideológico, sólo
para mantener cooptado el voto popular.
En
general, el problema entonces de fijar el precio de la gasolina se reduce hoy a
seleccionar el momento, el CUÁNDO aumentar y la cantidad o el CUÁNTO de ese
aumento, para que no produzca un nuevo 27 de febrero, como aquel de 1989.
¿Cuál
es ese costo? ¿Cuánto del mismo lo absorberá el estado en nombre de los
propietarios? Y ¿cuánto será desplazado a la demanda final? O al cliente o usuario que somos Ud. y yo.
EDDY
BARRIOS
eddybarrios@gmail.com
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