Nicolás
Maduro tiene un grave problema conceptual y de aproximación al complicado
problema de la corrupción que afecta al país, produciendo graves daños no sólo
patrimoniales sino también jurídicos y morales a todos los venezolanos. Veo con
preocupación que sigue la improvisación,
la politiquería, la impunidad y la discriminación al momento de hacer políticas
públicas que, de alguna manera, minimicen las oportunidades que favorecen los
ambientes para la corrupción.
La
corrupción no es un fenómeno, pues se conocen muy claramente sus causas y
efectos; tampoco es un flagelo o una enfermedad de origen desconocido, no es
algo transmisible como la gripe, ni endógeno como un brote de Mal de Chagas. La
corrupción tiene origen en la oportunidad, en la debilidad moral de los
hombres, en la falta de castigo y en la avaricia.
La
corrupción no la inventaron los de la derecha ni los de la izquierda, no es un
problema exclusivo del comunismo o del fascismo, hay corrupción hasta en el
Vaticano; ninguna institución está ajena a que, en determinado momento, reciba
el mordisco de la corrupción, cuyo efecto
más inmediato es el empobrecimiento material y espiritual de las
causas más nobles… se ha encontrado corrupción hasta en las ayudas que otorga
la ONU a campos de refugiados y para mitigar el hambre de los pueblos con más
necesidad.
Y
es en la oportunidad para que surja la corrupción donde quiero detenerme,
porque la corrupción tiene su hábitat favorito en los círculos de poder; en el
poder político, en los gobiernos, en el poder económico,
en las Juntas Directivas y la alta gerencia, justamente en el
lugar donde debe existir el genuino interés de atacar la corrupción.
ENCHUFADOS CONSANGUINEOS |
Consciente
de ello, a los que manejan el poder, a los máximos responsables de las
instituciones, se les obliga a rendir cuentas, a mantener una estricta
contraloría sobre quienes los acompañan en el delicado
asunto de regir el destinos de gobiernos, empresas y otras organizaciones;
se les exige para sí y para su entorno una máxima transparencia
en la gestión, se hace lo imposible para evitar situaciones que pudieran
comprometer su buen nombre, como la abusiva práctica del nepotismo, pasando por
la gestión de emergencias, dejando pasar faltas pequeñas en las normas,
encubriendo a los amigos y allegados, el no decir la verdad…
La
única manera de ahuyentar la corrupción de una gestión es hacerla abierta,
lo más pública posible, informando adecuada y oportunamente sobre
cada centavo que se invierta en los procesos, no importa su monto, donde todo
debe estar debidamente reflejado, documentado y abierto
al escrutinio público, al menos que se trate de asuntos secretos, los cuales
tienen otro tratamiento, considerando siempre que el
secreto debe ser la excepción y no la regla en una democracia, de hecho,
lo secreto es el principal ingrediente de la corrupción.
Para
evitar que el poder se envilezca se hace necesario justamente la descentralización
del mismo, ya que el acaparamiento del poder en pocas
manos aumenta las oportunidades de corrupción y de grandes negociados;
es por ello que los regímenes autoritarios y centralistas tienen
mucho que ocultar, no quieren mostrar su gestión al público y lo
primero que hacen es atacar a la opinión pública, a los medios de comunicación,
al periodismo investigativo, las críticas y denuncias les
caen muy mal y persiguen a quienes dan el pitazo.
Pero
no sólo centralizar el poder le hace un gran daño a cualquier administración,
sino también el pedir poderes especiales para luchar contra
la corrupción; de hecho, se trata del primer indicio de que el sistema se
encuentra muy enfermo, cuando las leyes y los organismos contralores
no son suficientes y se tiene que acudir a instancias de excepción, y deviene
en la declaratoria de fracaso más obvia para una administración,
es como decir:
“Señores, la manera como vengo haciendo las cosas no sirve, estoy rodeado de ladrones y necesito más poder del que tengo para solucionarlo; en las actuales circunstancias no garantizo pulcritud en la gestión.”
Cuando
uno examina la situación de la corrupción en nuestro país no cabe
menos que el asombro ante el tamaño del problema y todo apunta a que la
corrupción es promovida por el mismo gobierno.
Veamos
algunos
indicios:
1- Se ha promovido desde el gobierno la eliminación de la separación
de los poderes en un intento por concentrar todo el poder en
manos del Presidente de la República.
2-
Desde hace un buen tiempo, no contamos con un Contralor General designado por
ley, y el presupuesto de la Contraloría General de la República ha venido disminuyendo
progresivamente.
3-
La evaluación internacional que hacen organismos de veeduría y buen gobierno
sobre nuestro país, toda, sin excepción lo ubica entre los países más corruptos
del mundo.
4-
El gobierno nacional se ha distinguido por no presentar informes de gestión
claros y oportunos a la nación sobre su desempeño.
5-
En la Asamblea Nacional la mayoría de los diputados por el partido de gobierno
han bloqueado reiteradamente las peticiones para investigar y llamar a rendir
cuentas a sus más altos funcionarios.
6-
Hay parcelas de la gestión gubernamental absolutamente vedadas al escrutinio público
fundamentalmente el área cambiaria, de fondos para la inversión, el área
financiera pública, el área petrolera y el de los convenios y contratos con
empresas extranjeras, por nombrar algunas.
7-
El gasto militar se hace sin ninguna contraloría.
8-
La campaña anticorrupción la han revestido de un fuerte contenido político, señalando
a la oposición como el principal objetivo de la misma y dejando al gobierno por
fuera.
8-
El entorno presidencial tiene una serie de figuras con un pasado nada claro en
cuanto al manejo de recursos públicos, incluso con investigaciones pendientes.
9-
El Presidente de la República no tiene su propia legitimidad clara, y su pasado
está seriamente cuestionado.
10-
El Presidente de la República ha pedido poderes especiales para combatir la
corrupción, con el peso sobre sus hombros de más de 120.000 millones de dólares
gastados durante 14 años de la gestión socialista bolivariana sin ningún control
ni responsables por sus cuentas.
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