Una de las mayores preocupaciones que tenían
los venezolanos cuando Chávez comenzó a gobernar era la de que Venezuela se
convirtiese en una segunda Cuba. Era
un tema que estaba siempre latente, que los opositores veían como el final de una película ya conocida,
que más tarde o más temprano llegaría, mientras que los partidarios y seguidores del chavismo no querían aceptar o que
simplemente negaban porque les parecía
inverosímil.
Y no nos referimos
solamente a la presencia de asesores cubanos en sectores como salud,
agricultura, electricidad, inteligencia y seguridad. La hermandad con Cuba busca igualamiento del modelo. Nos referimos al
modelo de control político que ha venido utilizando con éxito, durante más de medio siglo, el régimen cubano
sobre la población, con el único propósito de mantenerse en el poder. Si los soviéticos lo pudieron hacer en un país tan vasto, que sobrepasaba
en territorio y población a la Rusia actual, después de la experiencia cubana, repetirla en Venezuela no debe ser
tan difícil.
Durante más de una década, ya decidida su
afinidad con el socialismo cubano, el gobierno de Chávez vino cocinando a fuego lento, sin necesidad
de meter el acelerador a fondo, a la sociedad venezolana en su propia salsa, con la receta que le
dieron en La Habana, sin casi percatarnos; o lo que es peor, con la misma
conciencia del sapito que se estaba bañando en una olla de agua tibia, sin
darse cuenta, hasta que se quemó, de que el agua estaba hirviendo.
A los
venezolanos actuales les ocurre lo mismo que a aquellos jabalíes que merodeaban libres por el campo
buscando bellotas y castañas, cuando de repente, un día apareció frente a ellos una empalizada cerca de la
cual había mucha comida; poco tiempo
después vieron otra pegada a la anterior, con la cual formaba un ángulo de
noventa grados, no se preocuparon mucho pues había muchos frutos secos entra
las dos y cuando querían comer del otro lado simplemente le daban la vuelta. Un
día se despertaron con una tercera valla que con las otras dos conformaban una
especie de callejón en forma de U, pero como seguía habiendo comida fácil y
nada les impedía utilizar la única abertura que había, siguieron entrando y
saliendo como si nada, hasta que acostumbrados a aquella situación cuando
en una oportunidad se les ocurrió salir se encontraron con que
ya no había chance, pues una cuarta
cerca les tapaba la salida.
Quien puede negar que en los últimos catorce
años, nos han venido poniendo muros, tapias y barreras de todo tipo y que, ahora mismo, con Maduro, el agua de la cacerola está a punto de
ebullición. Recordemos, tan solo, como se ha venido desarrollando, poco a poco,
en todo este tiempo, el tema de la prohibición del dólar libre, que ya hoye en
día, afecta todos los demás asuntos de importancia humana, al imponerle
limitaciones a la gente, que tocan no solo su libertad económica, sino también
su libertad como personas, ambas contempladas en la Constitución de 1999. O
pensemos, en todos los días, meses y años
que los venezolanos hemos empleado en hablar, en la calle y en reuniones sociales, del tema de las
restricciones a la propiedad privada, el cual fue además propuesta medular de
una reforma constitucional que Chávez llevó a las urnas dos veces; o a
discutir sobre si vendría o no una tarjeta de racionamiento similar a la de la
isla caribeña, instrumento de control
social que ya se trató de implementar, hace poco, de manera electrónica
en estados fronterizos para la gasolina y artículos de primera necesidad.
Pero,
en ambos casos lo que tenemos que ver, es que al final, más allá de las
intentonas frustradas o habladurías de la gente, la enmienda constitucional fue implantada y el
racionamiento sin tarjeta, ya alcanza prácticamente a todos los aspectos de
nuestras necesidades diarias; hasta el punto que la venta de pasajes aéreos internacionales, queda también restringida a
partir de enero próximo, según fue anunciado recientemente por la asociación de
líneas aéreas, lo que bien pudiera constituirse en la cuarta tabla o última baldosa que nos cierre la única salida
que quedaba y nos convierta, definitivamente, en una isla dentro de un
continente.
La escasez y el racionamiento son, aunque nos
cueste entenderlo, una realidad inevitable en la Venezuela actual del gobierno de Maduro. Como
resulta igualmente inevitable, que la felicidad se convierta en un asunto ministerial,
burocrático, o que el olvidado espíritu
de la Navidad se traté de instaurar por decreto.
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