Nicolás
Maduro fue desbordado por la crisis económica. No sabe dónde ubicarse entre el
pragmatismo de Nelson Merentes y el fanatismo de ese personaje melancólico,
pero nefasto, al que sus propios partidarios llaman el “Monje Loco”, Jorge
Giordani, quien, para desgracia del país, resurgió de las cenizas para volver a
jugar un papel protagónico en la conducción de la economía nacional. Tendría
que ser declarado el enemigo público número 1.
En
medio de su inmenso desconcierto frente a la situación económica que lo
desborda, Maduro, asesorado por los cubanos, ideó la tesis de la “guerra
económica”, con la cual pretende “explicar” la escalada inflacionaria, los
cortes intempestivos y prolongados de luz, el desabastecimiento y escasez de
productos básicos y medicinas, la insuficiencia de divisas y la abismal brecha
existente entre el dólar oficial y el paralelo. La paranoia engendrada por una visión conspirativa de la historia, armó
la respuesta ante la confusión y el desconcierto provocados por la caída de la
producción petrolera y la estabilización de los precios del petróleo alrededor
de los cien dólares el barril. Con el viejo ardid de vender el sofá, Maduro y
su camarilla busca evitar que se sepa que desde hace quince años la economía
marcha por muy mal camino. Al negar, o en el mejor de los casos tratar de
ocultar, lo que la realidad se encarga de mostrar todos los días, los herederos
procuran encubrir el fracaso total del socialismo del siglo XXI, máximo legado
del comandante fallecido. El delirio paranoide alcanza tales niveles que
consideran un delito informar sobre el desabastecimiento.
Lo
mismo ensayaron los comunistas soviéticos y los de Europa oriental, solo que
con otro método un poco más sofisticado. Diseñaron planes quinquenales que
luego de evaluados demostraban su éxito glamoroso. Durante el período del plan
todas las metas se habían logrado y, algo más extraordinario, sobrepasado.
Sin
embargo, la gente después de cinco años estaba igual o peor que antes: sin
comida, viviendas, calefacción, hospitales, agua, autopistas y trasporte
público. Cada aniversario de la revolución servía para exaltar al Estado
socialista, al partido del pueblo y al líder visionario. Al final toda la farsa se vino abajo. El socialismo colapsó porque
era insostenible. No fueron el capitalismo imperialista, ni la derecha apátrida
quienes lo pulverizaron, sino su incapacidad intrínseca la causa de su eclipse.
A pesar de adulterar la historia y encubrir los hechos, la realidad se impuso.
La gente con sus propias manos derrumbó el Muro de Berlín y tomó pacíficamente
la Plaza Roja, símbolos de la grandilocuencia comunista. Los aparatos
comunicacionales y represivos montados por esos Estados totalitarios no pudieron
impedir que el descontento se desbordara. El engaño y el miedo funcionaron
durante un tiempo, luego no fueron capaces de contener la marea. La corrupción,
la ineficacia e indolencia de esa burocracia corrompida, fueron barridas por la
movilización de la gente. Los comunistas les habían declarado la guerra a los
pueblos que sometían. La gente se hartó de ese dominio y los expulsó del poder.
Aquí en Venezuela ocurre algo similar.
Los comunistas, en su versión del siglo XXI, declararon la guerra económica hace
casi tres lustros. El ataque ha sido por aire, mar y tierra: han arremetido
contra la propiedad privada industrial y agrícola mediante confiscaciones y
expropiaciones; sometieron a las instituciones económicas del Estado,
especialmente a una básica: el BCV; desarrollaron una legislación opresiva que
desestimula la inversión privada y
concentra el poder en manos del Estado (una de las últimas monstruosidades fue
la aplicación de la Ley del Trabajo) ; redoblaron los controles (de precio, de
cambio, de distribución de alimentos); fortalecieron el carácter punitivo de
organismos oficiales, entre ellos el SENIAT y el Indepabis; acabaron con la
meritocracia de los bancos y empresas públicas -las tradicionales y las
recientemente nacionalizadas- poniéndolas en manos de comisarios políticos del
PSUV y del gobierno, quienes las han destruido y saqueado (lo que queda de
PDVSA es un despojo y las empresas de Guayana fueron arruinadas). No existe
arma letal de las utilizadas por los antiguos comunistas del siglo XX a la que
sus pares venezolanos no hayan recurrido.
La ofensiva comunista, liderada por Giordani, contra la economía nacional dinamitó el aparato productivo, contrajo la capacidad de producir bienes y servicios internamente, hizo al país más dependiente de las exportaciones petroleras y más vulnerable de los vaivenes del crudo en los mercados internacionales. Si Maduro no sale de Giordani, lo arrastrará a él y al país al abismo.@trinomarquezc
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El fracaso del llamado sociaslismo del Siglo XXI, es abrumador. No hay espacio de Venezuela que no haya sido arruinado y desmoralizado por Chávez y sus malandros.
ResponderEliminarsisofre@yahoo.com