La
economía venezolana tiene un desequilibrio que ya reconocen todos los sectores
políticos del país y del mundo. Quien se pregunte cómo lee el mercado
internacional la crisis venezolana, que vea la caída estrepitosa de los bonos
venezolanos y se dará cuenta de que no es más que otra consecuencia de lo que
sabe cualquier analista (lo diga o no) al hacer una lectura de los indicadores
básicos.
La
inflación es como la fiebre de la Economía y, en este momento, su temperatura
para el gobierno de Nicolás Maduro está proyectada en un alarmante 50% anual.
Para
el Ejecutivo Nacional ya no hay manera de evadir la realidad concreta. La
inflación es un indicador severo que te obliga a maniobrar de inmediato. O al
menos ésa es la reacción que uno espera. Sobre todo porque ya ni siquiera el
debate sobre quién es el culpable de la crisis tiene suficiente margen de
maniobra en un modelo donde desde hace ratos no se toman decisiones económicas
sino políticas.
Venezuela
está experimentando una crisis cambiaria, pero se siguen regalando divisas a
Bs. 6,30. Se han intentado implementar controles de precios, pero las
características de una economía inflacionaria que sigue dependiendo de las
importaciones lo hacen, además de imposible, catastrófico. Y la caída de la
producción, tanto de los privados como la del Estado, ha generado una apatía en
los posibles inversionistas y la quiebra de varias empresas. Todo esto genera
escasez, desabastecimiento y el surgimiento de mercados negros en los productos
de primera necesidad. Y esta situación se ha rebosado de tal manera que ya es
imposible de ocultar mediante simples matrices de opinión.
Incluso
el gobierno ha dicho que tiene que actuar. No es un diagnóstico que lo hagan
sólo la oposición, los analistas y los economistas, a quienes más de una vez
nos han intentado etiquetar como profetas del desastre. Cuando el Gobierno
Nacional hace un llamado a la eficacia, es porque está reconociendo que ha sido
ineficaz. Saben cuáles son las causas de esa fiebre llamada inflación y también
saben que a estas alturas no han podido reestructurar el sistema. ¿Y entonces
por qué no termina de tomar las decisiones económicas que obliga una situación
como ésta? No cabe la menor duda de que tienen un desencuentro, diferencia de
visiones, divisiones internas. Todo lo demás es paja.
Lo
paradójico es que el ministro Nelson Merentes, el médico brujo de la tribu, les
dijo que hay que buscar urgentemente un mecanismo alternativo de intercambio de
divisas. Y el Ejecutivo se comprometió a hacerlo. Era indispensable oxigenar el
mercado cambiario. Así como reconocer las equivocaciones y negociar los
precios.
Cuando
eso sucedió, el mercado completo se llenó de optimismo. Pero el gobierno de
Nicolás Maduro se ha visto incapacitado para ejecutar su propia propuesta. ¿Por
qué? Es sabido por todos que las medidas pragmáticas de Merentes tienen una
resistencia interna severa en los radicales chavitas, pero haber esperado tanto
para tomar las decisiones correctas los tiene ahora enfrentados a una nueva
magnitud de la crisis, que ya es tan grande como el costo político de
modernizar el proceso.
Y
esta ocasión la están aprovechando los radicales para coquetear con el que toma
las decisiones, que sabe muy bien que su popularidad es mucho menor que la de
su predecesor. El problema es que si tú postergas lo que se hará en el aspecto
económico mientras resuelves cómo
mantener unido al chavismo (que debemos recordar que ya no es el 70% del
país, como en tiempos de Hugo Chávez, sino apenas la mitad), necesitas
distractores que saquen del top of mind de la población la crisis económica.
Los
distractores políticos se han convertido en una necesidad inminente para el
gobierno de Nicolás Maduro, pero no como sustitutos de lo que se debe hacer,
sino como píldoras para calmar la presión del entorno y a los radicales
chavistas. Sobre todo porque mientras te demoras en la construcción del modelo,
la inflación sigue quebrantando el día a día de los electores que en apenas dos
meses decidirán la legitimidad tu liderazgo político.
Por
eso es que han utilizados dos tipos de distractores políticos: los distractores
(políticos) pensados para manejar la crisis política y los distractores
(también políticos) para manejar la crisis económica.
Los
de incidencia directa en los aspectos políticos comienzan por una
radicalización extrema en contra de la oposición. Incluso sobredimensionando la
búsqueda del diputado 99 que necesitan para aprobar Ley Habilitante, pero
llevando la discusión hacia el tema de la posible corrupción de un miembro de
la bancada opositora en la Asamblea Nacional. La intención es mandar el mensaje
de que esta crisis no va a sacarlos del poder y de que la comunicación se hace
desde el gobierno. Incluso, dejar ver que quien comunique la crisis es un
enemigo del pueblo.
De
esta manera, logran concentrar el debate en el adversario, dándole incluso
argumentos a la militancia chavista para explicar por qué su gobierno no está
haciendo las cosas bien. Ante la posibilidad de que las bases se pregunten por
qué están viviendo una crisis cuando un gobierno nuevo debería estarlos
conduciendo hacia el bienestar, surgen las cacerías de brujas que puedan
conseguir posibles culpables para lo que ocupe el debate cotidiano. Siempre dentro
de premisas como que todo corrupto pertenece a la oposición, toda la economía
es manejada por el imperio y todos los productores son de oposición. Y así es
como se insertan en la agenda episodios como lo de los diplomáticos
estadounidenses, la multa a Globovisión o el paso del avión presidencial por el
espacio aéreo de Puerto Rico.
Luego
están los distractores políticos sembrados en lo económico. Actualmente se
habla de liberar permisos y bajar los niveles de la burocracia que han
dificultados la adquisición de divisas y la inversión extranjera. Estos serían
elementos positivos, pero siguen siendo decisiones no-económicas. Es como echar
sal de trufas a una carne podrida: el exquisito condimento no está mal, pero no
va a resolver el problema.
Hemos
dicho que la inflación es una fiebre, un síntoma. Y se supone que ya el médico
brujo de la tribu determinó cuál es el origen de la enfermedad y ha sugerido un
tratamiento: por ejemplo, tomarse un antibiótico y reposar tres días. Pero si
el paciente decide que no va a pagar el antibiótico porque es demasiado costoso
y, además, le pega en el estómago, de nada le va a servir reposar los tres
días. Se va a morir en la cama. De nada sirve aplicar los complementos de una
posible solución si esa solución no se convierte en una realidad.
Entonces,
ante la resistencia a eliminar o negociar los controles, Venezuela sigue siendo
víctimas del daño que esos controles generan. ¿Y cómo reacciona el Gobierno?
Controlando todavía más con la intención de tapar el daño, generando una
erosión mayor que, en la lógica actual, obligará a controles todavía más
severos en el futuro.
Y
esto puede generar la ilusión de que la batalla contra Merentes la ganan los
radicales, pero resulta que Maduro parece incapacitado para tomar decisiones normalizadoras.
No por un compromiso ideológico, sino porque está convencido de que no puede
pagar el costo político. Es decir: no es que cree en la decisión que toma, sino
que no le queda otra.
¿Y
cuál es el impacto que tiene esto en el corto plazo? Pues que se perdió la
confianza de los inversionistas reales y financieros, que ahora piensan que el
gobierno puede atender la crisis. Además, se disparan las alarmas sobre la
posibilidad de una crisis macro. Se enloquece el mercado negro. El riesgo país
se dispara hasta colocarnos de nuevo en el máximo nivel de riesgo de toda la
región, incluso por encima de países históricamente irresponsables en su pago
de deuda. Y la consecuencia natural es la caída del precio de los bonos
venezolanos y la alteración total del mercado, precisamente en momentos en los
que el país podría necesitar más deuda para enfrentar el monstruo que ellos
mismos han creado. El lema nacional ahora mismo debería ser “Liberen a Willy”.
Al
cocinar una crisis mayor, Nicolás Maduro y su tren de ministros están
encareciendo la salida de la crisis. Y cuando se cruza la frontera en la
magnitud de la crisis y en su costo, la posibilidad de tomar la decisión
correcta se reduce enormemente. Y equivocarse es cada vez más probable y más
costoso.
@luisvicenteleon
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