A pesar de que está en declive, sigue
causando estragos en nuestros países la deriva neopopulista.
Muchos economistas han estudiado el
populismo y las consecuencias nefastas de esa visión en la economía. Alan
Greenspan, ex Presidente de la Reserva Federal norteamericana por 18 años, es
uno de ellos, y es muy conocido porque fue blanco de duros ataques por parte de
muchos analistas en la crisis financiera de 2008. Se le acusaba de no haber
controlado adecuadamente el mercado de derivados financieros que él habría
estimulado.
Sin embargo, como economista de gran
prestigio, sus opiniones sobre diversos temas de su especialidad no dejan de
ser oídas. Sin duda, sus vastos conocimientos y experiencia lo avalan.
En momentos tan críticos como los que vive
Venezuela, no resulta impertinente comentar la opinión de Greenspan sobre los
efectos económicos nefastos del populismo, toda vez que los males que estamos
experimentando, son causa directa de un manejo de la economía propio de esa
visión.
En su famoso libro un tanto autobiográfico
“The age of turbulence” (The Penguin Press,NY, 2007) Greenspan le dedica
un interesante capítulo a ese tema, titulado “Latin America and Populism”,
en el que comienza recordando un ejemplo típico de país víctima del populismo
económico: Argentina, quien a inicios del siglo XX tenía un PBI per cápita más
grande que el de Alemania y que alcanzaba los tres cuartos del de EEUU, y que
al final de ese mismo siglo se redujo a mucho menos de la mitad del de ambos
países.
Durante esa centuria, dice Greenspan, los
estándares de vida de EEUU, Europa occidental y muchos países de Asia,
crecieron un tercio más rápido que los de América Latina, sólo Europa del este
y África lo hicieron más bajo.
La explicación de estos magros resultados,
comparativamente, no estaría sino en la filosofía populista que se ha impuesto
en estos países.
Según Greenspan, bajo el populismo, los
gobiernos acceden a las demandas de pueblos empobrecidos, sin preocuparse o
tomar en cuenta las realidades económicas y de cómo la riqueza de una nación se
puede aumentar y/o sostener. Señala, igualmente, lo poco que esos gobiernos respetan
los derechos individuales. Las consecuencias económicas adversas que pueden
traer tales políticas son ignoradas, voluntaria o inadvertidamente por los
populistas.
El populismo, para nuestro autor, es una
respuesta eminentemente emocional y no basada en ideas. En él no hay un
análisis de las condiciones necesarias para la creación de riqueza y el aumento
de los estándares de vida. “Está lejos
de ser cerebral. Es más un grito de dolor”. El líder
populista promete remediar injusticias, mediante la redistribución de la
tierra, dando viviendas y alimentos para todos, y persiguiendo a la elite
corrupta que estaría robando a los pobres. Culpa al libre mercado capitalista
de todos los males. Hace amplias promesas sin pensar en cómo financiarlas. Desprecia
las leyes económicas.
En su mensaje, el populista muestra una
retórica simplista llena de palabras como “explotación”, “justicia” y “reforma
agraria”. Nunca habla de productividad o competitividad, palabras desterradas
de su léxico.
Como ejemplos de este proceder nefasto
pone Greenspan a gobernantes como Mugabe y Chávez, muy parecidos en el tipo de
medidas económicas que adoptaron y también en las consecuencias.
El primero entregó a sus seguidores las tierras
que confiscó, pero los nuevos propietarios no estaban preparados para
manejarlas. La producción de alimentos entonces colapsó, obligando a hacer
importaciones en gran escala. El ingreso que podía ser pechado con impuestos se
derrumbó, lo que obligó a Mugabe a imprimir moneda para financiar al gobierno.
Vino luego la hiperinflación. De este modo, un país cuya economía había sido de
las más exitosas en ese continente comenzó a ser destruida.
¿Le resulta familiar al lector venezolano
esa deriva desastrosa?
Venezuela está viviendo dolorosamente y
como nunca la maldición del populismo económico. Expropiaciones y
estatizaciones a granel, repartición de tierras y cerco al sector privado. ¿Y
el resultado?
“Agricultura de puertos”, enormes
importaciones, crisis cambiaria, empresas estatales quebradas, fundos agrícolas
destruidos, descalabro en las empresas expropiadas, aumento desmedido de la
deuda externa, inflación por encima del 50% y en subida.
Y por lo visto, pareciera que quienes nos
gobiernan no tienen la menor intención de cambiar el rumbo. Vamos de manera
inexorable al desastre económico. El neopopulismo económico nos está devorando.
Greenspan no se equivoca en la
caracterización del populismo latinoamericano.
Que venga a contárnoslo a los venezolanos,
que lo padecemos en carne propia en su versión más salvaje.
emilio.nouel@gmail.com
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