Una experiencia personal:
El nombre Hugo Chávez llegó por vez primera a mis oídos en 1985. Un amigo y colega de la Universidad, con quien trabajaba en compañía de otro profesor, en un proyecto de estudios propuesto por el entonces Rector Ernesto Mayz Vallenilla, me lo mencionó por primera vez y, unos años más tarde, hacia 1997 o 1998, vino de otros quienes le conocieron en Trujillo en acto político en el que participó junto con otros oficiales, y habló a los asistentes sobre la necesidad de cambiar la realidad de este país. Chávez, y otros participantes en el acto, eran parte de aquellos oficiales a quienes, en los años 70, había atraído y convencido el guerrillero Douglas Bravo quien, entre otros subversivos de entonces, rechazaron la oferta del gobierno aceptada por el partido Comunista y no se acogieron a la política de pacificación iniciada por el presidente Leoni y continuada por el presidente Caldera.
En anteriores tiempos -año 1976- había recibido, de fuente muy autorizada, información sobre el proyecto de penetración en las FFAA que auspiciaba Bravo, quien concibió ese plan para sustituir la guerra urbana y de guerrillas que desde en los años 60 había desarrollado Fidel Castro desde Cuba, pero que había sido derrotada por las Fuerzas Armadas venezolanas. Los infiltrados, para aquél tiempo, casi sumaban el centenar por lo que mi informante me sugirió que impusiera de ello a los dirigentes políticos de entonces.
Después, a raíz del “caracazo” y luego, ya en la década de los 90, me interesé en conocer el personaje Chávez, para lo cual me resultaron muy útiles las publicaciones de libros como los del fallecido escritor Alberto Garrido y tantas otras que salieron a la luz después del 4 de febrero del 1992. Cuando se produjeron los acontecimientos de ese día no tenía dudas de que se trataba del grupo de infiltrados de la izquierda que, desde los años 70, ingresaban en las FFAA y de quienes sabía que habían intentado tres veces hacerlo en la década de los 80, con la certeza de que el Tte. Cnel. Hugo Chávez Frías estaría entre ellos y que, de triunfar su intento, se abriría para la América Latina tiempos muy borrascosos.
Ocurre siempre que la vida le suele deparar a uno situaciones inesperadas: me ocurrió el 15 y 16 de enero de 1999, el conocer de persona a Chávez, pues me encontraba entonces al frente de la Embajada de Venezuela ante el gobierno italiano, pero ese es otro tema: lo que puedo ahora señalar es que me pareció ser Chávez una persona muy hábil e inteligente, de grandes recursos de histrionismo y con un “ego” muy fuerte unido a una simpatía muy venezolana, todo lo cual que me lo confirmaba como muy peligroso en tanto presidente de la República, tanto más si lograba convocar --como me dijo, logró y le refuté— una Asamblea Constituyente.
En aquellos tiempos recordaba intensamente lo que tanto decía mi Maestro de bachillerato en el San Ignacio y en la Universidad, amigo de toda mi vida, Arístides Calvani: “En ningún país latinoamericano, como en Venezuela, hay más peligro de caer en el comunismo, porque el Estado es todopoderoso puesto que así lo ha hecho la condición de uso rentístico del petróleo y todo depende del monstruo que es nuestro Estado.”
¿Cómo está América Latina?
La riqueza del monstruo estatal venezolano ha permitido que, siguiendo los intereses de Fidel Castro, Venezuela haya intervenido notablemente en la expansión de regímenes de signo comunista en Bolivia, Ecuador y Nicaragua, influenciado ahora con poco éxito en Perú, pero también ha tenido presencia en Uruguay, reforzado los gobiernos de Brasil con apoyo común estratégico y los de la Comunidad insular, sin olvidar otras influencias como el apoyo a las guerrillas de Colombia, el caso de Honduras y la influencia sobre Haití, así como también el refuerzo y apoyo al remanente peronismo de Argentina y la tolerancia con Guyana que le ha permitido utilizar nuestro abandonado territorio en reclamo.
Si a ver vamos ¿Qué queda fuera de la influencia comunista en América Latina? Colombia, con su conflicto guerrillero; Panamá, moderado con Venezuela; Costa Rica y Honduras, ahora Paraguay y Chile; México y pese al gobierno actual, Brasil por su estructura descentralizada y sus fuerzas armadas, pese al signo marxista de su gobierno.
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