En casa, todos aprendimos desde chiquitos a
asumir posiciones políticas con base en firmes convicciones. Jamás practicamos
la sujeción de unos a otros por razones de edad o del rol en la familia,
tampoco las imposiciones arbitrarias, la segregación, ni la automática adhesión
a las ideas. Del debate familiar, siempre crítico y enriquecedor, podíamos
salir convencidos a punta de argumentos de que el otro tenía razón o, por el
contrario, reforzar nuestras propias posiciones.
Las únicas incondicionalidades que siempre
practicamos con nuestros padres y hermanos fueron las del amor infinito, el
respeto recíproco, la solidaridad familiar en los momentos difíciles, la
honradez, la franqueza y una firme lealtad en temas de natural confidencialidad
ante el riesgo de la represión política. De resto, cada uno de nosotros ejerció
su plena libertad de asumir posiciones y de militar en la organización política
que quiso. La mayoría lo hicimos en el Partido Comunista, pero varios de mis
hermanos pasaron voluntariamente a hacerlo en otros: Alicia en el Movimiento de
Izquierda Revolucionaria, Esperanza en el Movimiento al Socialismo, Asia en el
MPDIN y la Liga Socialista, y luego Vladimir en la Causa R y PPT. Nunca nadie
les reprochó tales decisiones.
Hace veinte años me fui silenciosamente del
PCV y desde entonces me he mantenido como independiente, aunque no desvinculado
de las luchas sociales y políticas. En el ejercicio de esa independencia apoyé
críticamente a Hugo Chávez en 1998 y acompañé su proyecto hasta finales de
2001, cuando ya era notoria e irreversible su vocación personalista,
autoritaria, militarista, antidemocrática, excluyente, demagógica y camorrera.
Con el paso de los años, mis diferencias con el modelo chavista se fueron
profundizando y me llevaron a coincidir con numerosos y diversos factores
políticos y sociales que postulan un cambio democrático y progresista por la
vía constitucional, pacífica y electoral. La esperanza popular de cambio ha
venido creciendo sostenida y vertiginosamente.
Esta semana se han hecho presentes dos
acontecimientos que me tocan de cerca. El primero, una nueva invitación del
presidente Nicolás Maduro a que mi
hermano Vladimir y yo nos sumemos al proyecto chavista. El segundo, la
postulación de mi hermano Ernesto a la Alcaldía Metropolitana de Caracas por el
Partido Socialista Unido de Venezuela y sus aliados.
En cuanto a la invitación del Presidente, mi
respuesta es invariable. No comparto ni el modelo ni el culto chavista y, por
tanto, nada hago yo entre los feligreses de
esa iglesia.
Y paso al otro aspecto. En medio de la
reinante polarización implantada y alimentada por el chavismo, la candidatura
de mi queridísimo Ernesto es expresión de aquel modelo excluyente que yo quiero
cambiar. Por tanto, sería un contrasentido apoyarlo, como voces oficialistas
(no mi hermano, por cierto) me han pedido por las redes sociales.
En el año 2010, la Mesa de la Unidad
Democrática me postuló para una diputación por el circuito Valle-Coche-Santa
Rosalía. Jamás pasó por mi mente pedir a mis hermanos y hermanas, en su mayoría
chavistas, que me apoyaran y votaran por mí, pues tal cosa significaba
contravenir sus convicciones y suscribir una política que no compartían.
Jamás aprendimos a hacer política a partir de
las conveniencias personales o familiares. En consecuencia, mis modestos
esfuerzos seguirán volcados a propiciar el cambio democrático que Venezuela
necesita. Y específicamente en Caracas, donde me corresponde votar, el 8 de
diciembre lo haré sin ninguna duda a favor de Ismael García para el Municipio
Libertador y de Antonio Ledezma para la Alcaldía Metropolitana.
@mario_villegas
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Excelente la posición de Mario, indiscutiblemente resultado de la formación y solidez de una persona que en lo humano recibió las mejores orientaciones en su hogar, en lo ideológico entiende los intereses del país por encima de los personales y grupales y en lo personal demuestra la fortaleza de sus convicciones, definitivamente un ejemplo para todos los venezolanos
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