La política, igual que la guerra, es un juego de doble acción. Tus movimientos y decisiones están estrechamente influidos por aquellos que tome tu adversario. La confrontación la ha impuesto el chavismo desde siempre.
Al contrario, la oposición ha evitado utilizarla para no repetir los errores del 11 de abril, de la huelga petrolera y del Referendo Revocatorio. Lamentablemente, la ofensiva lanzada por Nicolás Maduro para destruir al liderazgo opositor coloca a los factores democráticos, de nuevo, en el complejo dilema de escoger entre dialogar o confrontar. Hay que saber que Maduro no se detendrá ante nada. Estoy convencido que, ante esta realidad, el único camino que le queda a la oposición es la confrontación. Este tipo de estrategia no indica, de manera irremediable, la necesidad de utilizar la violencia, aunque tampoco la descarta definitivamente.
En uno de mis artículos anteriores señalé que esa estrategia de confrontación, que debe orientar, desde ahora, las acciones de la oposición tiene actualmente un campo de maniobra claramente definido: la inmensa crisis social que el progresivo deterioro económico está generando. También decía, en esa oportunidad, que la dirigencia democrática tenía que estar presente en esas protestas para darle el necesario perfil político y lograr, al mismo tiempo, vincular ese desagrado popular con las elecciones municipales de diciembre de este año. El gran reto que tiene la oposición es demostrar que, aun con el descarado ventajismo del régimen, representa una clara mayoría que no solo ha ido aumentando de manera indiscutible sino que lo continuará haciendo hasta alcanzar el poder y derrotar al chavismo.
El régimen de Maduro tiene contadas fortalezas y muchas debilidades. A mi criterio, la situación política, económica y social que debe enfrentar no es nada fácil. Se transformó en heredero de un régimen sin tener un verdadero liderazgo. Los militares comprometidos en la insurrección militar del 4 de febrero lo ven como un advenedizo. Es verdad que en el oficialismo no existe una figura con suficiente fuerza y carisma para poder comprometer la estabilidad del régimen. El que más se destaca es Diosdado Cabello, quien está tratando, por todos los medios, en transformarse en su sucesor, si llegase a ocurrir una crisis política. Sus viajes a Cuba, Irán y China así lo muestran. Es verdad que Maduro está haciendo un esfuerzo consistente para fortalecer su imagen. No lo ha logrado. No es fácil transformar su figura en un líder carismático...
El liderazgo de Henrique Capriles es más natural que el de Maduro. Tiene un propio carisma. Lo formó a través del tiempo, el esfuerzo, y el sacrificio, pero también tiene dificultades que enfrentar y resolver. Exige de un particular esfuerzo preservar un liderazgo en medio de la adversidad. Empiezan las críticas, las desmoralizaciones y hasta las deserciones. La debilidad más importante que tiene es la falta de unidad ideológica en la oposición. De todas maneras, ha logrado preservar su liderazgo en medio de la tormenta. Se le critica, con exagerada dureza, pero su imagen, cada vez que sale a la palestra pública, logra impactar fuertemente el sentimiento opositor. La mejor demostración de esta fortaleza es la agresiva política diseñada por el régimen para destruir su imagen. La única respuesta posible es enfrentar al oficialismo con particular fuerza y firmeza.
La próxima gran confrontación, entre oficialismo y oposición, serán las elecciones municipales. El resultado, sin ser definitivo, influirá de una manera muy importante en los futuros acontecimientos políticos. Si la oposición preserva la unidad, convence a los sectores sociales que la respaldan de votar masivamente y triunfa en las alcaldías de las grandes ciudades saldrá fortalecida rumbo a las elecciones parlamentarias y posiblemente a la convocatoria de un referendo revocatorio presidencial. La derrota del régimen parece anunciada. Es imposible ganar unas elecciones con una inflación que alcanzará en diciembre a más de 40%. El descontento popular se manifestará en una indetenible protesta social. Confrontar al régimen, denunciar sus ineficiencias y corruptelas es el camino. El reto de la oposición es transformar ese malestar en votos.
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