Sé muy bien que los dueños de este periódico
no eran los pobres de su clase y que El Tiempo ahora pertenece al hombre más
rico de Colombia.
Sin embargo, la adquisición de The Washington
Post por el magnate de internet, Jeff Bezos, es harina de otro costal. Uno no
sabe qué resulta más impresionante, si el hecho de que este diario legendario,
el único que ha tumbado al hombre más poderoso del mundo, se venda como un yate
viejo, o su precio de 250 millones de dólares, menor que el pagado por El
Tiempo en Colombia y apenas una cuarta parte de lo que Google pagó por Waze,
una aplicación para conocer el tráfico y guiarse desde el teléfono. En los
negocios el futuro parece valer todo, el pasado casi nada. A algunos esta
“filosofía” no nos gusta, pero qué le vamos a hacer.
Bezos, hijo de madre adolescente, fue el
clásico nerd del curso y pronto se convirtió en un visionario yerto. Pese a que
yo solía comprar libros en Amazon y ahora compro allí mercancías diversas, el
hombre nunca fue santo de mi devoción. Amazon empezó como un sitio para vender
libros de papel, aprovechando que su localización le permitía evitar legalmente
el pago del IVA en casi todos los estados gringos y agregando a la cocción descuentos
parecidos al dumping. Con esta combinación de factores, más la facilidad de
búsqueda y pago, fueron llevando a la quiebra, una tras otra, a las librerías
tradicionales. Luego agregaron a la cocción miles de productos nuevos, y hoy
Amazon vende desde licuadoras hasta comida para gatos. Apenas pudo, Bezos
traicionó a los libros sin el menor remordimiento, y la justicia divina ha
querido que le vaya mal con el Kindle, arrasado por el iPad, así el adminículo
de lectura aparezca siempre destacado en el primer pantallazo de Amazon.
La compra del Post le costó a Bezos el 1% de
su colosal fortuna, como quien dice dinero de bolsillo. Cabe poca duda, pues,
de que la principal razón para comprarlo fue el precio. No sabemos qué hará con
el periódico y tampoco vale la pena especular. No arriesga verdadero capital,
sólo su reputación. De cualquier modo, conocer bien al cliente para hacerle
concesiones y sugerencias precisas, la idea central de Amazon, puede ser fatal
en el mundo de los periódicos, donde a diario hay que publicar lo que el
cliente no quiere leer.
Dicho todo lo anterior, quien desencadenó el
proceso de venta del Post no fue el nuevo dueño, sino el periódico. El Post
perdía dinero. Sus dueños hasta la semana pasada, los Graham, no eran ningunas
lumbreras. Baste con recordar Newsweek, la copia pálida y aburrida de Time que
tuvieron que cerrar en 2012.
El problema de fondo está en el modelo de
negocios de la prensa escrita, basado en los anuncios impresos, en los
clasificados, en las suscripciones y en las ventas de calle, todos rubros
decrecientes. Los periódicos tienen, sí, nuevas fuentes electrónicas, que sin
embargo no alcanzan ni por poco para cubrir el faltante. Lo peor es que el
modelo parece afectado por razones estructurales, en particular por falta de
demanda, ya que la gente joven, la preferida por los anunciantes, no tiene
tiempo para leer su periódico matutino o —corrijo— sí lo tiene pero no se lo
quiere gastar en eso. Se informa por otras vías. ¿Mejores? Puede que no, pero
si a ellos no les importa...
Los periódicos independientes padecen hoy el mal del hidalgo empobrecido. Dicen airados que nunca venderán, mientras esperan a que algún Jeff les aplique el beso de Midas.
andreshoyos@elmalpensante.com
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