Es famosa por lo contundente la afirmación de Edward O. Wilson, quizá el mayor experto mundial en hormigas, sobre el marxismo. Wilson dijo que Marx “tenía una teoría maravillosa, pero se equivocó de especie”.
Quien
haya visto a un niño pequeño gritar “¡mío!” cuando algo le gusta, sabrá que la
abolición de la propiedad privada fue siempre un imposible, y la catástrofe del
comunismo demuestra que, al diseñar un sistema de gobierno, lo primero es no
equivocarse de especie.
Menos
conocida es la segunda parte de la vena de Wilson, según la cual pertenecemos a
un muy reducido grupo biológico que exhibe lo que hoy se conoce como
“eusocialidad”. Este concepto (ver: http://bit.ly/8j7MF) es responsable del
predominio de unos pocos grupos de insectos, como las termitas, las abejas y
las hormigas, de muy lejos los más exitosos del planeta. Lo que se conoce menos
es que la eusocialidad, o sea la división del trabajo en grupos reproductivos y
no reproductivos, fue asimismo determinante en el éxito evolutivo del Homo
Sapiens. Por cuenta de ella, la pulsión biológica de los humanos no se reduce
al egoísmo genético que nos lleva a poseer, a competir con el otro y a
estructurar la vida de la manada alrededor de la fuerza de los machos alfa,
sino que incluye una importante dosis de cooperación. Esto implica que el
extremo opuesto al marxismo en el espectro político, los llamados libertarios,
conocidos en materia económica como neoliberales, también se equivocan de
especie.
El diseño de los Estados pasó por un larguísimo proceso de ensayo y error, y una
de las conclusiones a las que se llegó es que hay que tomar en cuenta los
instintos profundos de la especie so pena de estrellarse contra las
consecuencias inevitables que éstos tienen. Siglos de abuso incubaron en
Occidente una idea novedosa que dice que la única manera de evitar los
cataclismos recurrentes debidos a que el poder absoluto a veces cae en manos
ineptas, es institucionalizar la limitación del poder. Tras muchos intentos,
hoy parece estar claro que la única forma verdadera de limitación del poder es
la democracia laica moderna. Este sistema, pese a sus mil defectos, tiene por definición
la capacidad excepcional de poner a raya al mandamás, es decir, al egoísmo
triunfante.
Sin saberlo en su momento, Montesquieu estaba solucionando la
contradicción biológica de la especie, que enfrentaba al egoísmo de la
selección natural con la eusocialidad también natural. Antes de la democracia y
mientras el soberano no tuvo límites, la eusocialidad se refugiaba en
actividades individuales por lo general sofocadas por el poder, o incluso se
deformaba y anquilosaba en fallidas salidas religiosas o en limitadas
soluciones filantrópicas. La forma moderna en que el espíritu de cooperación
está presente entre los seres humanos es mediante la contribución que hacen los
ciudadanos, en particular los más pudientes, en la forma de impuestos.
Uno
hasta entiende que los libertarios quieran mantener a raya a los demás; lo que
entiende menos es que intenten imponer su visión de mundo al resto de la
sociedad.
Un individuo puede obviamente pensar lo que quiera; lo que resulta inmoral es que pretenda convertir este pensamiento en obligatorio para los demás.
Sobra
decir que el conflicto entre egoísmo natural y eusocialidad da lugar a las
democracias inestables y cambiantes que hoy vemos por todas partes.
andreshoyos@elmalpensante.com
@andrewholes
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