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sábado, 6 de julio de 2013

LEANDRO AREA, COLOMBIA, TIERRA QUERIDA

Colombia ha dejado de ser un país vecino para convertirse más bien en territorio y razón de intrigas y cuentos, en un affaire más y mercenario, propicio a nuestra volátil realidad y a los intereses del gobierno venezolano. Tiene tiempo en eso, es verdad, pero en los últimos años es cuando más se le mira. Y es ella misma, a conciencia, quien ha decidido jugar ese papel de utilería. 

LA GRAN COLOMBIA
Por que Colombia padece de una irrefrenable necesidad de reconocimiento, de lavarse la cara ante el mundo, y por ende cae en protagonismos  enfermizos y efímeros. Quiere dejar de ser, de cargar con su  INRI, deslastrarse de su perfil cachaco, rural, ensimismado, cafetero y leguleyo; fumigar su imagen guerrillera, cruel y violenta, narcotraficante, esmeraldera e irrespetuosa de los derechos humanos. Para ello ha enarbolado no sé cuántas banderas por la paz  junto a los concursos de belleza  de la Señorita Colombia, la de sus exquisitas flores para la exportación, la de su premio Nóbel (recuerdo al Gabo diciendo “es que no quiero que me usen”), sus textiles, su capacidad para involucrarse, con razón o sin ella, en cuanto organismo internacional exista, incluso en la OTAN, en donde no podía. Pero con todo y ese esfuerzo, que no es poco, se le ve la costura al desencuentro que sostiene consigo misma como nación, que es que no halla qué hacer, se desespera por ser sin saberse estar quieta, profunda, segura y sólida en sus raíces.

Digo ahora de salto y porrazo que cuatro son las etapas de ese peregrinaje. La primera es la que va desde la Conquista a la Independencia. La segunda, de la Independencia ya dicha a la pérdida de Panamá en 1903, cuando recién finalizaba la Guerra de los Mil Días (1989-1902). La tercera, desde ese momento hasta la muerte de Jorge Eliécer Gaitán y “El Bogotazo”, que ocurren ambos en el mismo abril de 1948. Y la cuarta etapa conocida como de “La Violencia”, que comienza en aquél 1948 funesto y que aún no escampa. Para casualidades, como en 1903, Colombia acaba de perder soberanía frente a Nicaragua en el Mar Caribe.

Quinientos años y más de soledad transcurridos no son suficientes para explicar ese vicio irreprimible por estar en todo: que si la modernización, el top de la moda, la fauna, el vallenato, el exceso de exterioridad frente a las carencias y dificultades en lo interno. Colombia hace tiempo que entró al mundo del espectáculo donde cree expiar o esquiva sus sentimientos de culpa, defectos y carencias con el afán del éxito fácil, de la vorágine del futuro para tapar el presente y olvidar el pasado. A esa velocidad hiperquinética la paz se ha convertido en un mito estrambótico, en una mercancía figurada.

Los últimos representantes de su élite política, hablo sin pormenores ni diferencias de estilo de los presidentes Gaviria, Samper, Pastrana, Uribe y Santos, estuvieron dispuestos a entregar lo que fuera a cambio de la Paz. En esas, como un pajarito,  se les presentó Hugo Chávez, a quien debieron percibir desde las alturas de Santa Fe de Bogotá como un joker reilón, socialistoide, costeño, bananero, petrolero  y manejable. De intruso pasó a ser comodín. De comodín a karma. A partir de entonces Colombia es otra y su relación con Venezuela se ha convertido en un menú de novelones fileteados por entrega con un rating que ni “Las Juanas”.

Y en éstas de “mi nuevo mejor amigo”, el gobierno venezolano aprendió, minero contra agricultor, a perderle el respeto y a chantajearlo, bajo la batuta del cubano. Conocidas sus carencias y su ambición por la plata, la paz, la pólvora, las exportaciones y otros vallenatos que ni la gota fría, lo maneja a su antojo, gusto y medida; lo pone a pedir cacao a cambio de dólares, lo obliga a legitimarlo, y cuando  se atreve a invitar soberano al líder de la oposición venezolana, lo extorsiona histérica con el cartapacio de presuntos planes magnicidas, que si Carmona, que si los 18 aviones de guerra para atacar a Venezuela y eliminar a Maduro. Se han inventado, truculencias, a todo un ejército enemigo en suelo de mi General Santander, el Hombre de las Leyes, cuando la verdad es que la guerrilla colombiana es la que opera y descansa plácida, aliviada y buchona en territorio bolivariano.

Colombia anda desorientada en manos de la ambición del reeligiente, que se pasea ahora por Israel, muy glamoroso él, dándose bomba, mientras Garzón, el Vicepresidente, solicita muy comedido que intervenga la ONU por el bien de quién sabe.

Leandro Area
leandro.area@gmail.com

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