El
Presidente de la República viajó nuevamente al exterior. Y, como en las
primeras ocasiones después de juramentarse, lo hizo para ratificar acuerdos,
convenios con gobiernos “amigos” y traer alimentos para el país. A él, le
preocupan la escasez y el abastecimiento por la manera como se han hecho
presentes durante el primer semestre del 2013. Tanto como la oferta de
garantizar permanentemente la seguridad alimentaria, la cual hay que honrarla
de la manera que sea.
Y
como él también sabe que en Venezuela no es posible producir alimentos en las
cantidades y variedades que demanda una población consumidora impactada por la
liquidez monetaria que aumentó un 66% durante el último año, entonces, hay que
recurrir a los países con capacidad exportadora y a los que forman parte de
Petrocaribe. Es decir, a esos otros
países “amigos” que gozan del privilegio de poder pagar con alimentos, parte de
sus deudas por petróleo barato y despachado desde Venezuela. Por supuesto, si
estas exportaciones de alimentos hacia Venezuela provienen de las
triangulaciones con las compras a otros productores del resto del mundo, no
importa. También eso legitima la seguridad alimentaria.
Pero
esa forma de honrar la seguridad alimentaria en el país, no es posible mantenerla eternamente. Tiene que haber una
mayor producción, tanto del sector privado, como del sector público. Los
productores primarios e industriales venezolanos, por supuesto, sólo pueden
producir las cantidades que les permite la estructura legal y administrativa
gubernamental. Mejor dicho, las restricciones controladoras y la predominante
discrecionalidad con la que se administran las normas, incluyendo controles de
cambio y de precios.
La
norma cuenta. Es rígida e implacable cuando tiene que ver con empresas privadas
y con empresarios no coincidentes con los principios que inspiran tales
fundamentos legales. Porque nadie sabe todavía cuál es el grado de exigencias,
cuando el “administrado” es el propio Estado, y más si también goza de la
prerrogativa de poder actuar apoyado en requisitorias consagradas por
situaciones “de emergencia”. En Venezuela, las “emergencias” han servido de
todo y para todo.
Al
Estado “administrado”, por supuesto, no le inquieta que un ente público
denominado Indepabis esté en la calle. Muchos menos, haciendo alarde de estar
sobrecargado de fiscales con la exigente misión de impedir que la inflación
siga creciendo como hasta ahora, y que el acaparamiento y la especulación,
además del desconocimiento de los caprichosos precios que se fijan y autorizan
al margen de la valoración de las permanentes variables estructuras de costos,
desempeñen el rol de útil de excusa adecuada para sancionar, multar y
aterrorizar a modestos comerciantes.
Las
redes comerciales de alimentos que creó el Estado para distribuir alimentos a
precios subsidiados y paliar el efecto inflacionario, se supone, son un modelo
de rectitud administrativa, de eficiencia distributiva, de repercusiones
sociales satisfactorias para gobernantes y gobernados.
Los
que no califican en la evaluación de ese perfil referencial, por supuesto, son
los comerciantes mayoristas privados que rigen mafias para abastecer el
comercio informal, a decir de las máximas autoridades del Indepabis.
Es
decir, el buhonerismo en Venezuela no es una consecuencia de la imposibilidad
de emprender libremente, de promover empresas, de carecer de formación
particular para competir en el enjuto mercado de trabajo nacional. El buhonerismo,
en verdad, de acuerdo a la lógica deducción que emerge de cómo se piensa y
actúa en esa peculiar lucha anti-inflacionaria gubernamental, es un hijo
legítimo de la avaricia por el lucro, del amor desenfrenado por la renta, de la
cacería irracional de la plusvalía que nace entre quienes tratan de vivir a
expensas de conculcarle el derecho de la ciudadanía, a alimentarse en las
condiciones que lo dispone el gobierno.
El
balance de lo que ha estado sucediendo últimamente a nivel económico y social
en la llamada Venezuela “revolucionada”, sin embargo, obliga a tratar el tema
de la escasez y el abastecimiento, con un sentido de mayor frialdad y crudeza.
Porque no es cuestión solamente de llenar anaqueles para proyectar la sensación
de que hay abundancia. Tampoco de asegurar que en julio se hará presente, con
autonomía y capacidad avasallante, una avalancha de divisas lo suficientemente
poderosa, como para suponer que CADIVI y el SICAD sí harán posible la
reactivación de la economía, la desaparición de las deudas privadas
internacionales y, por supuesto, de las colas de consumidores y riñas en ellas
para poseer un kilo de harina precocida de maíz.
¿Y
será realmente así?. La realidad obliga a pensar, noche y día, en que a ese
estadio de paz y tranquilidad no se llegará milagrosamente. Porque sigue siendo
indispensable que las dos mitades de venezolanos enfrentadas por razones
políticas, lleguen a acuerdos y echen las bases de un entendimiento mínimo que
permita vencer problemas progresivamente.
Los meses siguen transcurriendo y esos grupos continúan midiéndose,
viviendo en un careo interminable, aun cuando cada parte insiste en decir que
desea lo mejor para el país y todos sus habitantes.
Las
partes tienen que plantearse la posibilidad de ver al país desde un tercer
ángulo, como el observador de un juego de ajedrez: no puede ser que ciertas
personas, como los países, sólo quieren sacar provecho de las situaciones
desfavorables. La inexistencia de una mínima voluntad a favor del entendimiento
ha llevado al país a una situación extremadamente peligrosa, ni siquiera para
asumir que, entre otras cosas, se hace necesario producir para que haya
garantías ciertas de disfrutar de una plena seguridad alimentaria. Tan delicada
es esa situación que, de no contar con el regalo del ingreso petrolero, el Jefe
de Estado tampoco podría salir de las fronteras venezolanas a hacer canje de
petróleo por alimentos y, en muchas ocasiones, en condiciones comerciales
desventajosas.
El
liderazgo de las partes en disputa tiene que sopesar el hecho de que a
Venezuela, se le aprecia en el exterior como un hoyo negro en el espacio, donde
poco se produce y en donde todo se consume sin importar el desmejoramiento
permanente de las condiciones mínimas para producir. Es el rostro de una verdad
que debe considerarse desde un ángulo venezolanista, divorciada de la errónea
creencia de que lo adverso beneficia al comunismo o a la democracia, al
capitalismo o al socialismo del siglo XXI. Porque, en atención a lo que está
planteado, de lo que se trata no es de un problema político o ideológico: es un
asunto de seguridad estratégica.
La
mayoría de los venezolanos está cansada de la eterna confrontación, de vivir en
el medio de la discordia y tener que ser parte de ella por la fuerza. Si alguna
vez Venezuela pudo ser un país dispuesto a sumar ideas y aportes para que otros
pueblos del Continente terminaran viviendo en paz y en armonía, ¿qué impide que
hoy no pueda reeditarse esa gloriosa experiencia internamente?.
Venezuela
dispone de tierras aptas para la
producción, de agua suficiente para el riego productivo, de una trayectoria
productiva a cargo de miles de productores de una comprobada vocación, además
de conocimiento tecnológico vanguardista y de ganas para hacer las cosas
distintas. Y si hay escasez de ciertas
condiciones para que la dependencia externa de comida se revierta, bastaría con
cambiar dos factores adversos: la carencia de recursos financieros y de
seguridad jurídica. Por lo demás, limitantes que pueden revertirse con base en
el uso práctico de la voluntad política puesta al servicio de Venezuela y de
los venezolanos.
El
camino que inició el Ministro de Finanzas, Nelson Merentes, es el correcto:
dialogar, escuchar; y cuantificar y calificar todo lo que funciona como
impedimento para que de la demanda de soluciones, se pase a la generación de
respuestas que materialicen en hechos palpables esa necesaria voluntad de
revertir lo adverso. Por supuesto, bien valdría el momento para que aquellos
que acompañan a ese Ministro en funciones de gobierno, revisen pensamientos,
verbo e identidad con el país, para que, finalmente, terminen por construir la
confianza que debe hacer posible que las partes de venezolanos enfrentados,
terminen por reconciliarse.
Definitivamente,
la economía necesita, y con urgencia, es que no siga siendo expresión de la
audacia improvisadora de unos pocos, empeñados en construir éxito con base en
una manera contradictoria de hacer compatibles riesgo emprendedor particular y negativa gubernamental a estimular dicho
esfuerzo. En otras palabras, si los escenarios para la participación de la
inversión particular siguen siendo los mismos que Venezuela ha identificado
durante los diez últimos años de hacer gobierno, entonces, no habrá manera de
evitar que el Presidente de la República siga estando obligado a construir
seguridad alimentaria con nuevos viajes a la casa de países “amigos”.
Y
no será posible, inclusive, que el costoso empeño político que le impuso ese
mismo gobierno a la incorporación de Venezuela al Mercosur, no pase de ser un
motivo mucho más sofisticado para seguir siendo mercado comprador; nunca
exportador, aun cuando unos 19 empresarios se estén atreviendo a viajar esta
semana a Uruguay, para participar en una muestra descriptiva de la Venezuela
lista para seducir potenciales compradores. ¿Y cómo?. ¿Apelando de rodillas a
la divina providencia?.
Lo
que demanda e impone el hecho de asumir
la presidencia pro-témpore de la figura comercial que reúne a ese grupo de
países, no es precisamente el culto a la potencialidad exportadora. Sería
preferible que esos 180 días se dediquen a lo posible: a aceptar
responsablemente que hay que competir con los mismos que Venezuela ya le compró
hace menos de 100 días unas 750.000 toneladas métricas de alimentos, sin haber
tenido ellos necesidad de enviar a vendedores u oferentes de sus productos,
porque desde aquí salió el Presidente de la República en persona a comprarlas.
Y que para competir, aunque la palabra luzca chocante en el sentir de los
ministros responsables de estimular la producción y exportación nacional, hay
que estimular la inversión privada y no seguir convirtiendo al sector laboral
en un patrimonio ideológico para manipulaciones improductivas.
Egildo
Lujan Nava
Enviado
a nuestros correos por Edecio Brito
ebritoe@gmail.com
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