Los seres humanos nacemos en un contexto
colectivo, no despertamos a la vida en medio de una isla solitaria como únicos
habitantes.
Desde los tiempos más remotos para que la convivencia sea posible
en medio de esa colectividad, los individuos se han visto en la obligación de
ajustar su conducta a un conjunto de normas que son aceptadas y reconocidas
como obligatorias. El cumplimiento de estas normas conlleva a lo que conocemos
como un comportamiento moral. Sin embargo, al indagar sobre moral en nuestra
maravillosa lengua, encontramos que su significado se reporta no solo en el
plano de lo jurídico, sino en el del fuero interno; es decir, en la esencia del
ser humano.
El ser humano nace con la capacidad de
discernir entre el bien y el mal. A pesar de que la conducta es inducida por el
tipo de influencia recibida en la familia, la escuela y la sociedad en general,
todos los individuos en la esencia de su ser, en ese fuero interno tienen la
capacidad de discernir cuando su conducta es enaltecedora de las virtudes
humanas en contraposición con las conductas que rompen el equilibrio y la
armonía que genera la práctica del bien. La moral es pues, esa fuerza positiva
que yace en la esencia intrínseca de la fundación del ser humano y lo
diferencia del resto de la creación.
Como todas las cosas que pertenecen a la
vida, la moral debe ser cultivada y alimentada a fin de hacerla sólida, de
convertirla en un sustento cada vez más inconmovible de nuestra sociedad. Una
tarea que corresponde en primer lugar a los padres en cada hogar y, en segundo
lugar, con carácter irrevocable, una tarea del Estado. Ahora bien, ¿qué podemos
hacer cuando el Estado es presidido por un gobierno cuya conducta consiste en
prácticas alejadas de la moral en las que se enaltecen los antivalores con la
consecuente deshumanización de nuestra sociedad?
Es un deber de todos en nuestro círculo de
influencia desatar el poder de la moral. No debemos permanecer pasivos, no
debemos mantener esa perniciosa actitud de indiferencia ya que más temprano que
tarde todos somos afectados por la conducta imperante en nuestra sociedad.
¡Todos tenemos un círculo de influencia! El problema con nosotros es que
subestimamos nuestra capacidad de influir positivamente en aquellos que nos
rodean. Me atrevo a aseverar que tu influencia positiva sumada a la de tu
vecino, tu amigo y tu hermano puede llegar a lograr cambios sustanciales.
Siempre estamos esperando que los cambios permeen de arriba hacia abajo, es
decir, desde el liderazgo hacia la sociedad.
Por supuesto, que ese es el deber ser; sin
embargo, cuando en una sociedad el liderazgo está corrupto es el deber de los
ciudadanos levantar sus luces en todos los aspectos de la vida de la nación.
Porque, cómo podrá resistir un liderazgo corrupto ante la oposición moral
declarada y exhibida públicamente de todas las sociedades científicas, de
Historia, de Artes, de Ingeniería, de Economía, etc. Ante todas las sociedades
de padres y representantes de las diferentes instituciones educativas. Ante
todas las universidades, los colegios federados, los diferentes sindicatos de
trabajadores y obreros. Ante las diversas empresas que se desenvuelven en la
economía del país. Ante todas las ONGs, los líderes religiosos, la familia y
todos los grupos de individuos reunidos con un fin moral. Ante la avalancha del
bien el mal tiene que quitarse del camino. ¡La luz en las tinieblas
resplandece! Debemos desatar el poder contenido en la influencia moral en todos
los ámbitos de nuestra nación.
¡Esta es la tarea irrenunciable de todos!
¡Cuán superior es la suma de las luces a la suma
de las riquezas! Simón Bolívar.
rosymoros@gmail.com
http://familiaconformealcorazondedios.blogspot.com
@RosaliaMorosB
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