A finales de la década de los ochenta tuve la
oportunidad de asistir a un seminario en el cual se debatiría sobre el presente
y futuro de la democracia de aquellos
años. En este taller se encontraban representadas las distintas parcialidades
que hacían vida política en el país. Evento, desde luego, que se daba en el marco de una situación
conflictiva. Paros, inflación, fuertes demandas salariales y políticas.
De
hecho, un escenario muy parecido al que
estamos confrontando hoy en día. El tema predominante, en esa ocasión, era de
carácter económico. Se pensaba que en la economía se encontraba la clave para
poder desatar el nudo de la conflictividad social. Los actores en pugna,
coincidían, desde sus respectivas perspectivas, que este era el campo donde
debían desplegarse las posibles soluciones racionales a la crisis.
Traigo a colación este hecho, porque un
sector importante de la dirigencia política de la época “pensaba” sus
propuestas al interior de una marco cognitivo racionalista. La teoría de la
elección racional era el instrumento utilizado para entender y, eventualmente,
modificar el comportamiento social y económico del país. No voy a explicar o
refutar esta opción teórica. El espacio no lo permite. Basta señalar que esta
teoría ha sido disputada por muchos autores, como Amartya Sen quien en Los
Tontos Racionales: Una crítica sobre los fundamentos conductistas de la teoría
económica, sostiene que los principios de ese homo economicus, son los de un
imbécil social, “un tonto sin sentimientos que es un ente ficticio sin moral,
dignidad, inquietudes ni compromisos”. La estrategia diseñada dentro de esta
óptica resultó equivocada y, porque no, desastrosa.
El punto que deseo resaltar que ayer, al
igual que hoy, existe una tendencia en nuestra clase política de no admitir en
sus análisis la dimensión emocional y apostar fuerte por los marcos
racionalistas. En general, quienes así piensan, se encuentran anclados en una
concepción desapasionada de esta actividad.
Visión subsidiaria de una relectura parcial y radicalizada del pensamiento
ilustrado. Ello explica el interés por concitar “consensos racionales” o
defender la representación de grupos o individuos desde la categoría de
intereses, individuales y/o colectivos.
El socialismo del siglo XXI es un ejemplo de
este racionalismo. Se pretende desde el estado organizar a la sociedad sobre
bases lógicas y racionales que garanticen la llamada “vida buena”. Ya sabemos
hacia donde conducen estas políticas. Los venezolanos ya están sufriendo sus consecuencias.
Por otra parte, en otro extremo del espectro
político persiste un gran desconocimiento del “cerebro político”. Esta ausencia
se expresa en un prejuicio: la idea que la política es razón. En consecuencia,
se asume, que las emociones distraen o alteran el núcleo principal de su
planteamiento, vale decir las ideas, ideologías y propuestas. Sin embargo, el
desarrollo de las neurociencias apunta en dirección contraria.
En forma breve, esta orientación cognitiva podríamos resumirla en esta frase: el cerebro piensa lo que siente. En consecuencia, la clave para llegar al cerebro es acceder al corazón. . Si no llegas al corazón, difícilmente llegarás al cerebro. Esto es lo que se conoce como política de las emociones.
Las implicaciones de este concepto para la
actividad política práctica son múltiples. Por ejemplo, ya no es posible pensar
que una condición objetiva (clase, ingreso, etc.) por si misma genere conductas
electorales comunes y previsibles.
Compartir el mismo ingreso o posición en la cadena de producción no presupone
compartir las mismas emociones y sentimientos. El “cerebro político” no
funciona de esa manera. Insisto, pensamos lo que sentimos. En consecuencia, se
hace indispensable emocionar para convencer. Aquí se encuentra la clave para superar
la polarización y alcanzar el éxito político.
Volvamos al punto inicial. El país se
encuentra sumido en una crisis política, social y económica. El dispositivo
político, en su versión socialista, se ha agotado. Se requiere formular un
nuevo modelo. El necesario acuerdo que requiere su implantación pasa por
construir un piso emocional que lo sustente. La oposición, entonces, deberá
gestionar apropiadamente la política de las emociones. Esta fórmula
proporcionará el impulso que lleva a la
acción y a la construcción del nuevo pacto político.
En fin, cuidado con los tontos racionales
autonomiaspoliticas@gmail.com
EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,
El desarrollo de habilidaes de pensamiento para comprender complejidad es en si mismo un proceso racional; el impulso o fuerza capaz de producirlo y sostenerlo es motivacional
ResponderEliminar