Una gran parte de los venezolanos que se ha
negado a convivir pasivamente con los “postulados” del llamado socialismo del
siglo XXI, y que, además, ha dedicado tiempo, insomnios y hasta recursos
personales para evitar que se insista en imponerlo, cuando ha cuantificado el resultado
de tan meritorio como respetuoso esfuerzo voluntario, muchas veces ha terminado
decepcionado planteándose dos interrogantes: ¿es que alguna vez despertaremos
de esta pesadilla?; lo que está sucediendo ¿es porque nos lo merecemos política
e históricamente?.
La otra parte disidente, que no se sabe si es
mayoritaria o minoritaria, admite ser menos impaciente. Pero también que está
segura de que el pragmatismo de lo posible en la política, conduce al país
hacia un lugar de no retorno y, además, de no continuidad en los términos como
se han estado planteando las cosas durante la última década. Es por eso por lo
que ha preferido convivir con lo que otros han tratado de convertir en logro
histórico por la fuerza, aunque, realmente, sin dejar de confrontarlo. De hecho,
en atención a dicho objetivo, aporta y
actúa a favor de la vigencia del derecho de propiedad, de la importancia de la
empresa privada, del valor social de seguir generando fuentes dignas de
trabajo; en pocas y gigantes palabras,
hace país.
Y lo lleva a cabo de esa manera, porque, a su
juicio, de nada sirve inmolar ideas, capitales, sueños y esperanzas, cuando,
con semejante acto de pirotecnia irracional, lo que se está haciendo es sembrar
ruinas. Y no es sobre ruinas, precisamente, que mañana será posible recuperar
la fuerza productiva que hoy ya no está; muchos menos, serenar a quienes,
legítimamente, saldrán a reclamar el derecho a vivir mejor y que hoy se les
niega, bien por deliberadas acciones excluyentes, o porque, tanto fue el daño
que se le provocó a la estructura productiva nacional, que se hará necesario
subsidiar por años el paro forzoso que hoy es sólo un frío renglón en los
análisis estadísticos públicos criollos e internacionales.
Lo cierto, en todo caso, es que es hacia
estas consideraciones que hoy se encaminan disímiles, como numerosas
reflexiones, luego de que las actuales autoridades del país, en el medio de un
inexplicable discurso presidencial cargado de ruidos contra toda posibilidad
constructora de confianza, han optado por tratar de darle vida propia a la
economía nacional, sacarla del marasmo, del quietismo de los últimos meses y
cuya costosa cosecha no ha sido otra que la vaciedad de los anaqueles del
comercio formal, el disgusto de marca mayor de los consumidores en general, mientras
se vociferan acusaciones sobre una supuesta “guerra económica” dirigida,
supuestamente, a desestabilizar ¿acaso lo desestabilizado?.
Tales llamados gubernamentales se han hecho
exhortando a la conversación, al diálogo sobre situaciones y compromisos a
soluciones de injustificada tardanza, especialmente en cuanto al cumplimiento
de disposiciones normativas relacionadas con la concepción administrativa de la
burocracia de los nuevos tiempos. En todo caso, el paso se ha dado y queda
ahora la incógnita acerca de si, como lo exponía Formato del Futuro la pasada
semana, se trata de simples paliativos de ocasión, y no las respuestas a
revisiones estructurales de aquello que se comenzó a arraigar en el país desde
hace ya treinta años, y se exacerbó durante la última década, en el medio de un
desorden administrativo de magnitudes inestimables.
Horas de palabras, promesas y compromisos
oficiales se han puesto sobre la mesa del entendimiento durante estos días
recientes que, en muchos casos, han cumplido un rol oxigenante para el
funcionamiento de un importante número de pequeñas y medianas empresas. También
han aparecido garantías de que no se incurrirá nuevamente en el error de
comprometer respuestas positivas en materia de asignación de divisas, si la
caja no da para eso. Y, de igual manera,
se ha hecho sentir desde la voz ministerial que procura generar alianzas
empresariales de largo plazo y sin condicionamientos distintos a los que
implica trabajar juntos que ¡oh, sorpresa¡ bastarían apenas 24 meses para que
Venezuela pueda vivir, una vez más, en el reinado de la libre convertibilidad.
Pero…
Pero queda camino por transitar. Y ese
espacio faltante, sin duda alguna, tiene que ver con la disposición -y
voluntad- gubernamental de no fundamentar tanto compromiso, tanta garantía a la
circunstancia del encuentro inicial. También tiene que convertirlo en
componente activo de las llamadas mesas técnicas de trabajo que se han convocado para su
realización a partir de mañana lunes, e impedir que terminen por convertirse en
una variable en pleno 2013, de aquella Constituyente Económica a la que se
indujo a participar al empresariado privado del país hace ya varios años, y
cuyos resultados prometidos –y esperados- siguen siendo un misterio,
sencillamente, porque son inexistentes, en vista de que nada se constituyó,
nada se convirtió en la verdad descrita en el formato motivacional inicial.
Sobran las razones para creer que, en efecto,
hoy no es posible apelar a diálogos que no se pueden dar, ni a entendimientos
influidos por fines estrictamente utilitaristas. Y todo porque la economía
venezolana no está en condiciones de seguir siendo sometida a los imponderables
de las improvisaciones impulsadas por las circunstancias: ella demanda
respuestas, compromisos y acciones que trasciendan el coyunturalismo efectista,
y penetre de lleno en el mundo de lo estructural.
El empresariado privado del país no sólo cree
que es en atención a dicha convicción, que se debe actuar a partir de ahora,
más allá del juicio ajeno acerca de que lo mercantil está minimizando la
necesidad de apuntalar la Democracia. Especialmente, porque para una parte
importante de ese mismo conglomerado empresarial que apuesta por la producción,
la distribución, la comercialización y el consumo dentro y fuera del país, de
lo que se trata es, precisamente, de darle contenido social a una forma de
gobierno, cuya dependencia del rentismo petrolero y del costoso populismo ha
terminado por convertir el estatismo en una respuesta mágica a todo.
Respuestas de ese tipo, en verdad, siempre se
han manifestado como una farsa que ha concluido en ineficiencias. Y tantas han
sido, inclusive, que hace apenas pocos meses hubo necesidad de diseñar una
estructura ministerial que se ocupe de convertirlas en eficiencias.
En todo caso, lo prevaleciente, predominante
y trascendente de hoy ante los ojos de propios y extraños al país, es que hay
una brecha para el diálogo que se ha abierto y que no debe desestimarse ni
desaprovecharse. Y que aun cuando todo
hace suponer que las cifras macro de la Nación no son esperanzadoras para
llegar hasta allí, la pretensión de convertir el instante en un momento ideal
para las decisiones que se sobrepongan a lo coyuntural, deben activarse y
aligerarse. Por encima, inclusive, de la multiplicidad de diferencias de
criterios entre ministerios y dependencias medias, ya que, de no hacerse en
esos términos, los acercamientos de hoy, simplemente, no pasarán de ser una
simple garantía para el funcionamiento de una estructura gerencial pública
imposibilitada de generar nada distinto a más de lo mismo ya vivido, y
convertido en la causa de la mayoría de
lo que sucede actualmente en el territorio nacional, en lo económico, social,
político y hasta moral.
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