Los llamados especialistas en comunicación política saben que en la lucha por apropiarse de la realidad lo importante no es decir la verdad. Por el contrario se trata de hacer verosímil un mensaje. Fabricar mentiras es labor diaria del creador de imagen. Sin escrúpulos éticos los equipos publicitarios, contratados por los partidos, tratan de dar credibilidad a cualquier argumento. Su objetivo consiste en manipular hechos para justificar decisiones. Hacer que el receptor se identifique con el emisor y su discurso.
Si se logra, se obtiene un rédito de poder que permite orientar
la conducta de los ciudadanos hacia los intereses del manipulador. Pero no sólo
se trata de doblegar la voluntad de quien recibe el mensaje. Se busca su
conformidad. Penetrar la conciencia de los sujetos hasta la asimilación total
del mensaje. Y una vez conseguido este propósito, la mentira política se
reproduce socialmente.
Gana la primera batalla, imponerse como opinión común
generalizada. Una mayoría social esta satisfecha, sus dudas e incertidumbres
desaparecen. La paz interna llega y la confianza en el emisor del mensaje se
renueva. Todo esta en orden. Sin embargo, para vencer totalmente, aun debe
recorrer un camino no exento de riesgos. Esta obligada a superar la prueba del
tiempo. La fabricación de la mentira en política no difiere, en este proceso
creativo, de la hechura en la mentira publicitaria comercial. En ambos casos su
imposición necesita romper la barrera del corto plazo. Salvo en situaciones
límites, donde juegan otros factores, además de los señalados, la mentira
política debe perdurar, no puede tener vida efímera. Descubrir rápidamente su
trama tiene un coste muy elevado. El primer efecto es una pérdida de
legitimidad.
Asimismo, recordemos que la publicidad
engañosa, cuando se descubre, suscita un rechazo social generalizado con el
consiguiente descrédito inmediato para el responsable de su emisión. Sean unos
grandes almacenes o dirigentes políticos. Descalificar un buen nombre bajo la
acusación de corrupto no requiere mucho esfuerzo. Lanzar un rumor y
posteriormente divulgarlo a viva voz, tampoco es complejo. Basta encontrar el
sitio idóneo y hacerlo correr. Las técnicas para ello son antiguas y su
vigencia se comprueba día a día. Solo el escenario es diferente. Ya no son los
baños públicos de Grecia y Roma o el Agora. Ahora es un ascensor, un autobús,
un tren, el metro, las aulas de clases o las fiestas. Lugares perfectos donde
anida el rumor. Resulta habitual levantarse con bulos que hablan de los o las
amantes del presidente y su esposa o viceversa. También nuestros oídos están
atentos cuando nos informan de los comportamientos lujuriosos, encuentros
secretos o reuniones inverosímiles de figuras políticas. Igualmente, no faltan
quienes alertan acerca de productos alimenticios de dudosa fiabilidad
sanitaria. En lo inmediato estas prácticas alteran comportamientos y provocan
alarma social . Actuar con celeridad es la respuesta a este tipo de mentira o
rumor político. El silencio no es aconsejable, salvo en casos flagrantes de
inconsistencia, donde la mejor respuesta es no darse por enterado. Pero si el
caso lo amerita, hay que actuar contundentemente y utilizar todos los medios de
comunicación social posibles buscando contrarrestar los efectos negativos del
momento.
En este juego de mentiras fabricadas, no hay
cuartel ni tregua. Todo vale y no existe código ético. En lo contingente, la
luz roja permanece encendida, desmintiendo y contraatacando. La valoración
política de un candidato, de un dirigente, la concesión de un préstamo o
inversión pública de hondo calado social pueden estar pendiendo de una
declaración tendenciosa bien construida y avalada con entrevistas ad-hoc
corroborando la mentira. Si la reacción, tarda en llegar, los problemas se
acumulan. Se juega en campo del enemigo provocando desorientación, ganado
tiempo y se hace retroceder al adversario. En el peor de los casos se
neutraliza y se obliga a contestar, quedando en entredicho su comportamiento.
Hay que nadar a contracorriente.
No hay engaño bien intencionado. No se trata
de ocultar, como el médico a un paciente terminal, lo grave de su enfermedad.
Tampoco es una novela donde la imaginación es cómplice de una mentira aceptada
como parte de un relato de ficción. Menos aún de avalar palabras piadosas donde
la voluntad del perjuro se transforma en una juiciosa bondad por evitar males
mayores. Nada de ello se da en la mentira política. En esta, todo responde a
una voluntad consciente, deliberada, de ocultar datos y pruebas, sobretodo si
coadyuva a debilitar al enemigo. Se sea oposición, gobierno, grupo de presión,
personalidad relevante o un formador de opinión política.
La necesidad de creerse la mentira forma
parte de la trama. Es necesario repetir de manera consistente el argumento
hasta lograr vencer las resistencias del receptor. Un empacho de mentiras bien
organizadas culminan en un autoengaño colectivo de consecuencias desastrosas
para una ciudadanía ajena a todo este montaje. Cuando se descubren las malas
artes y el sentido manipulador, la eficacia disminuye, aunque no por ello deja
de funcionar. La resistencia provoca malestar. Ejemplo de lo dicho: el falaz
argumento de posesión de armas de destrucción masiva en manos de Sadam Husein
en Irak. Aunque la defensa a ultranza de este argumento dará origen a crímenes
de lesa humanidad cometidos por Bush, Blair o Aznar, por citar el trío de Las
azores. Otro caso similar lo constituye la manipulación del gobierno de Aznar a
la hora de informar sobre la autoría del atentado en la estación de Atocha del
11 de marzo de 2004. Convencer a la población española y mundial de que había sido
ETA permitía al partido popular una rentabilidad política en momentos de
elecciones generales. No se quedan atrás las desclasificaciones de documentos
secretos para eludir responsabilidad política. Caso de los bombardeos de
Vietnam en 1971 ordenados por el gobierno de Nixon y avalados por informes
cuyos autores W.W. Rostow y Samuel Huntington aconsejaban, en beneficio de una
guerra preventiva, el uso de los B-52 sobre Hanoi. Otro caso reciente,
nuevamente España y el gobierno de Aznar desclasificando informes de los
servicios de inteligencia que le daban la autoría de los atentados del 11 de
marzo a ETA. En ambos casos, los documentos son parciales, nada concluyentes y
respondes a una arbitrariedad entre lo que se da a conocer y lo que se sigue
ocultando. Manipulación, perjurio y traición juntos para crear la mentira en
política.
En los extramuros, el ciudadano se ve
sometido a un bombardeo de mentiras políticas donde se vulnera constantemente
su derecho a una información veraz. Sin muchas defensas, su descontento suele
manifestarlo espontáneamente. Las grandes manifestaciones gritando No a la
Guerra o asumiendo un ¡¡todos somos Marcos!!, en referencia al portavoz del
EZLN, para contrarrestar la mentira del gobierno de Salinas de Gortari, son
ejemplos de actuación frente a la ignominia y la manipulación. Lamentablemente
la posibilidad de difamar y construir mentiras políticas sigue estando al
alcance de quien paga grandes cantidades de dinero. Intelectuales
institucionales, políticos corruptos y sin decencia, así como formadores de
opinión, directores de revistas y periódicos se prestan para urdir mentiras
donde expresar su total desprecio a la ética política y la democracia. Ahora,
ponga usted los ejemplos.
http://www.nodo50.org/caminoalternativo/boletin/50-10.htm
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